Hace 65 años: Gandhi, paloma asesinada

Jesús Mauleón, poeta y cura
23 ene 2013 - 20:40

El próximo 30 de enero hará 65 años de la muerte de Mahatma Gandhi. El hombre de la paz, derribado por las balas. La paloma, asesinada. Para no pocos fue una de las personas más importantes de la historia contemporánea. Nada que ver con algunos políticos vanidosos, huecos, corruptos que andan por ahí.... Ha pasado casi a la mitología como el gran maestro de la resistencia pasiva, de la no violencia. Sólo entre 1908 y 1945 fue condenado a prisión en 17 ocasiones e hizo 15 huelgas de hambre. Con su elevada espiritualidad y su lucha incansable consiguió la independencia de la India en 1947. Unos meses más tarde caía asesinado. La “Marcha de la sal”, acompañado de una multitud enfervorizada, fue uno de los hitos iniciales en la larga batalla por la independencia de su patria frente al colonizador inglés. Los hindúes pagaban impuestos abusivos por la sal. A quien se la procurara por su cuenta le esperaba la cárcel. Gandhi se puso al frente de la protesta caminando más de 300 kilómetros hasta la orilla del mar. Allí tomó un puñado de sal, como gesto simbólico, y todos lo imitaron. Hubo decenas de miles de detenidos, entre ellos el propio Gandhi. La excelente película "Gandhi" de Richard Attenborough tiene en la marcha uno de sus momentos culminantes. A este gran acontecimiento inaugural se refiere mi poema.

GANDHI, MAESTRO EN EL CAMINO DE LA SAL

Gandhi, maestro en el camino de la sal:

cuando tu mente pura se adelanta hacia el mar

nunca enturbia tus ojos la duda de los pájaros,

nunca es tu cuerpo sombra

ni apagado sol tu calva

ni nube la blanca sábana que cubre tu desnudez;

jamás olerán a yugo los collares de flores que ahogan la pureza de tu cuello

ni alineará turbión o trueno el clamor de los hindúes a tu paso.

Non son rendida alfombra las cabezas que se inclinan a ambos lados de tu estela

ni balazos las palmas del aplauso

ni brazos de amenaza los millares de brazos unidos a los pechos.

Juntas sus manos,

jamás, llama tan alta, se alargaron los dedos

en el fervor del hombre por el hombre.

Salve, Gandhi, blanco en la marcha de la sal,

salve a tu cuerpo deleznable donde rebota la gloria,

salve a tus hombros débiles, al atadijo de lino que abrazas en torno de tu vientre.

Salve a tus piernas desnudas de hombre sin más, tan próximo al insecto

o a la estricta desnudez con que la tierra nos pare.

Salve en la multitud tras la ascética miopía de tus ojos.

Conforme tú te acercas

bulle la sal y se encumbra la espuma

y se arquean las olas como naves de templo.

Cuando llegues habrá un viento solemne, habrá fragor de bóveda.

Antes de entrar marcarás de tu huella la arena de los atrios

y las aguas amargas se dejarán atrapar

hechas sabiduría y victoria en tus manos.

(Obra poética, p. 547).

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