Miserere: el salmo responsorial del Domingo V de Cuaresma

Jesús Mauleón, poeta y cura
18 mar 2015 - 01:41

El domingo V de Cuaresma nos ofrece la ocasión de y sentir y vivir un fragmento del famoso Miserere, ese salmo maravilloso para expresar nuestro arrepentimiento y nuestra vuelta a Dios, para arrojarnos de lleno a su bondad, a su amor de Padre. Y para renovar nuestro ser y darnos al trabajo por un mundo nuevo. El salmo 50, en la buena traducción de que disfrutamos, mantiene todo su poder e intensidad. Modestamente, ofrezco mi versión o mi glosa por si puede ser útil a la sensibilidad del lector orante de hoy.

MISERICORDIA, DIOS MÍO, POR TU BONDAD

(Salmo 50; Lc 15, 11-32)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.

Muchas veces me fui con tu fortuna,

olvidado de ti, a lejanas tierras

y gasté malamente

el amor de los hijos de tu casa.

Vuelvo hoy roto de mí,

confuso y harapiento, envilecido

de mugre y de vergüenza.

Me acerco hasta tu puerta con alma de mendigo.

Apiádate de mí porque la culpa

me muerde y me remuerde como un perro.

Contra ti, contra ti solo pequé,

cometí la maldad que aborreces.

Pecaba contra ti cuando a tu espalda.

inconsciente y feliz, me echaba en brazos

de los siete pecados capitales.

La soberbia, la ira, la lujuria,

la gula, la avaricia, la envidia, la pereza

se disputaban juntas las horas de mi lecho.

Pecaba contra ti cuando en los tuyos

no supe ver tu rostro que se oculta

en el dolor, la soledad o el hambre.

Y contra ti pequé cobardemente,

o con la complicidad interesada,

cuando no me inmuté ni moví un dedo

para quitar contigo

el pecado del mundo.

De mil maneras torpes, cada día,

cometí la maldad que aborreces.

Recuerda, mi Señor, que soy humano,

hecho de barro y luz,

y pecador de padres pecadores.

Rocíame con el hisopo: quedaré limpio.

Dame un buen baño, largo y generoso

bajo las aguas de tu amor profundo

y quedaré más blanco que la nieve.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme.

Tú me devuelves nueva la alegría.

Me estrechas en la fiesta de tus brazos.

Padre: tu amor y tu bondad me llenan

de ti y abren mis labios

para cantar por siempre tu alabanza.

(De Salmos de ayer y hoy, Estella, EVD, 2ª Ed., 2008).

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