Oración desde la utopía

A veces, Señor, nos deprime la certeza de que las cosas no van demasiado bien en nuestra tierra. ¡Era tan hermoso soñar con un país renovado donde las palabras libertad, justicia, solidaridad, trabajo para todos, derechos humanos de los más débiles, fueran monedas de ley en curso franco! ¡Era tan bella la utopía que hizo luchar a tantos, y tanto derroche de ensueño y generosidad produjo! Pero las torpezas, la desilusión y algunas formas cobardes de retirar el hombro parecen haberse extendido más de lo que conviene a un país sano y próspero. ¡Deprimen tanto las noticias políticas y sociales que los medios de comunicación nos vomitan cada día! ¡Qué lejos están las cosas de la visión ideal de cualquier paraíso! Parece como si en nuestra tierra ninguna fuerza pudiera surgir frente a lo inamovible de ciertas maldiciones históricas y culturales…

Pero no permitas, Señor, que cunda entre nosotros el fatalismo o un cobarde desánimo. Que ninguno de tus hijos renunciemos a la lucha noble y nos abandonemos a la falsa resignación.

Hermosa es, en efecto, la utopía. Nadie la vivió y la predicó con tanta radicalidad, nadie la presentó tan fascinadoramente como tu hijo Jesús. Pero contra la utopía combaten, además de la debilidad, la torcida ambición, la rapacidad corrupta, la mentira, la osadía y picaresca alabadas como virtud, el resentimiento, la envidia y el odio. El odio casi como motor de la vida pública. Lacras todas ellas firmemente arraigadas en algunas taras de nuestra vida en común.

Los políticos son seres humanos. Sus servicios se quedan siempre por debajo de sus promesas. Algunos son hasta demasiado humanos… Tú eres, Señor, el único que no decepciona.”Sólo tú eres santo, sólo tú Señor, sólo tú altísimo”. En los otros se mezcla a menudo la trampa y el cartón, la apariencia, la imagen,las estrategias ocultas, las segundas intenciones, los secretos afanes no confesados. O incluso los torpemente confesados…

Con todo, aunque el bien y el mal se amalgaman tan clamorosamente en la vida pública, no nos dejes caer en la amargura ni en la pasividad. Ayúdanos, Señor, a los creyentes a no encerrarnos en el pietismo o en una mal entendida trascendencia. Ayúdanos a no dejar el mundo en manos de los atrevidos, de los maniobreros o de los corruptos. Ayúdanos a comprometernos y a “mojarnos” en la vida pública y en el servicio ciudadano.

La utopía nos hace soñar en una democracia ideal, aunque también sabemos que la democracia ideal no existe, y que a la real, a la que tenemos hay que limpiarle la roña cada día con la ilusión y el esfuerzo. Y también sabemos que tú sigues siendo mejor, más firme y seguro, más justo y misericordioso que la mejor democracia.

Ampáranos, Señor, ahora y siempre. Ampara a nuestra tierra y a tus hijos.

Amén.
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