Poemas de viaje (1). Omaha Beach

Quien esto escribe es un apasionado de los viajes. Puede vivir durante el año como un monje, pero difícilmente perdona un viaje en el verano. Mejor si acaba lejos y en una cultura diferente. Y uno, en sus numerosas limitaciones, no ha sentido nunca una inclinación especial hacia la fotografía. Sus compañeros tiran y tiran de cámara, incluido el vídeo. Él se contenta con andar, mirar y ver. Eso sí, de algunos de sus viajes ha guardado un conmovido retrato de palabras. Cuando algo le emociona o le deslumbra, se va luego al papel y escribe un poema que vale para él tanto como una fotografía viva y con alma. Así ha escrito de Jerusalén, de Omaha Beach, de Auswitsch, de Nueva York, de la Thomas Kirche y la tumba de J.S. Bach en Leipzig, del cementerio judío de Praga, del teatro de Dioniso en la ladera de la Acrópolis ateniense o de viajes más caseros hacia un mar y unas costas cercanas.

Hoy publico este poema que nació en un viaje a Normandía. Todo eran allí recuerdos de las batallas de la Segunda Guerra Mundial, del famoso y terrible desembarco del 6 de junio de 1944, decisivo para la victoria aliada y el final de la contienda.
Allí quedan aún los restos de los pontones varados en la cercanía de la costa, alambradas, cráteres del bombardeo, cañones enmohecidos apuntando a una historia de destrucción y muerte.

Y allí estaba el cementerio americano con sus cerca de diez mil muertos. La memoria amorosa y herida había hecho del horror un ordenado jardín de cruces blancas sobre el césped. Ondeaban las banderas bajo un cielo sonoro de música y campanas. Una pequeña capilla situada en el centro acogía la oración ecuménica de algún visitante. (En un cementerio cercano morían de silencio las tumbas de otra multitud de alemanes caídos).

OMAHA BEACH


En el Cementerio Americano de "Omaha Beach", Colleville-sur-Mer (Normandía), descansan 9.386 soldados, caídos en el desembarco de 1944, cerca de una muchedumbre de aliados y enemigos, ya todos amigados en la memoria y en la sinrazón de la muerte.

Voláis, gemís, maestras del olvido,
gaviotas ignorantes entre el mar y la muerte.
Esparcís vuestra paz y vuestras voces agrias
sobre esta siembra prieta de silencios.
Nunca en tan poca tierra germinó tanta muerte,
ni sumó tanto frío un invierno de huesos
.


Luego les suavizaron de llanura y de césped
las escarpas erectas, la explosión de la sangre.
Luego llegó el temblor, el susurro piadoso
de los callados labios, de los ojos abiertos.
Luego fue el desaliento de los pasos dolidos.
Y ahora llueve en sus frentes
este cielo enjoyado de campanas e himnos
que velan, acongojan
el mentido esplendor del mediodía
.

Gemid, graznad, blancas gaviotas,
ciegas para el horror, su ocultada presencia.
Acariciad las tumbas con la sombra
de vuestras alas remadoras o inmóviles
.

¿Cómo se pudo hacer
tan ordenada plantación de cruces,
tan medida blancura sobre el frío del mármol,
un verdor tan amable de domados jardines?
¿Quién supo resolver
tan fiera confusión y caos tanto
en tan exacto trazo de caminos?


Chirriad, llorad, gaviotas en el cielo.
Tarde llegó el silencio
a la tierra y el mar.
Tarde el amanecer tras el furioso vino
que derribó entre espumas de desbocada noche
a los que se embriagaron de la misma muerte
.

Bien sabe Dios que nunca,
nunca os quisimos héroes, sino vivos,
copas de juventud y fragante futuro.
Y bien sabe también
que nunca habrá ya gloria
hasta que vuelen todos los laureles
a los brazos que maten a la guerra
.

Gemid, gaviotas blancas, que ignoráis a la muerte,
altas sobre el cañón, la alambrada y el cráter,
blandas sobre los ojos de los muertos que duermen.
Trenzad los cuerpos blancos en el cielo.
Sed más puras que el aire de campanas y música.
Vuele vuestra ignorancia más alta que la muerte
.

(Julio de 1996)


(Obra poética, p. 486)
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