Tere Iturralde: Murió una ciega que veía la luz

Jesús Mauleón, poeta y cura
14 abr 2015 - 11:11

En la madrugada del Jueves Santo murió en Pamplona Tere Iturralde. No la busquen en las revistas del corazón. Ni en las de la cabeza... Había perdido la vista en la primera infancia. Pero veía muy lejos con la luz de la fe. Se educó en un colegio para ciegos y, entre otros aprendizajes, hizo importantes estudios de piano. Era una mujer de talento que, como tantos otros ciegos, asombraba por su memoria y ese cúmulo de habilidades que sustituyen a la vista. Fue hasta su muerte alma de una finísima espiritualidad. Yo la retraté hace 39 años en un poema que leí el lunes de Pascua en su funeral y reproduzco aquí.

TERE ITURRALDE

Leyendo el Evangelio en Braille, en su kiosco de Carlos III el Noble de Pamplona

Fijo el rostro de estatua

erigida en lo oscuro,

con tu mirada muerta

que regresa hacia dentro

y una leve propina

de luz sobre tu cara,

Tere Iturralde,

estás, vives, esperas,

colocas

colgaduras de tiempo en tu kiosco invisible,

cupones de paciencia

en la paz que conquistas,

marcas

un terco contrapunto

al furor y a la prisa.

Si sale el sol,

tú lo ves con la piel

de la cara y las manos.

Si se oculta, se pone más oscura

la noche de tus gafas.

Lees y esperas. Gruesos cartapacios

pasan bajo tus yemas con su luz taladrada.

Lees con avidez. Jesús llega a tus dedos.

Pasan bajo tus yemas

enfermos de milagro,

cojos, leprosos, ciegos

que gritan y estremecen

los cristales del kiosco.

Llega Jesús. Perdona. Cura.

Abre todo su amor bajo tu fino tacto.

En tu lectura tocas: gentes, barcas, trigales,

gerifaltes de envidia dando palos de ciego.

Llega Jesús. Se queda entre tus manos,

te sube por la piel como un suave camino,

te regala sus pasos y su voz encendida

y te instala mil lámparas de palabras eternas.

Ahora. Tere Iturralde, puedes lentamente

cerrar el libro y mirar por encima del mundo,

gustar y ver y acusar la presencia

de la luz verdadera

en el loco aleteo de tus hondos cristales.

Ahora puedes quizá

enrolarte en la vida de las gentes que pasan,

oír desde tu fiesta

cláxones cotidianos, irrintzis de victoria

y horadar bien la noche de cercanos semáforos.

Ahora puedes tal vez,

Tere Iturralde

(fijo el rostro de estatua

erigida en lo oscuro,

con la mirada muerta

que se vuelve hacia dentro).

(1976)

(Obra poética, p. 241).

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