Va de memoria histórica

Cuando, casualmente, alguien me aclaró que aquellas cinco pequeñas hondonadas en un paraje próximo a Pamplona eran cinco fosas comunes de fusilados durante la guerra, un escalofrío me sacudió de arriba abajo. Hace más de tres décadas, en los años 1978 y 1979, un amplio número de curas navarros, con la estrecha colaboración de los familiares de las víctimas, emprendió un movimiento de “rehabilitación de los fusilados en la guerra 1936-1939”.

El arzobispo José María Cirarda animó públicamente a llevar a cabo esta obra y alabó luego “el espíritu con que nos han ejemplarizado los familiares más cercanos –esposas, padres, hijos, hermanos...- en las celebraciones litúrgicas ocasionadas por dichos traslados de restos. Y también el de muchos que participaron fraternalmente en dichos actos funerarios, aunque habían luchado un día en frentes contrarios...” (Véase Jesús Equiza, ¿Política o profecía? El profetismo de la Iglesia Navarra en los años 70, Pamplona, 1983, p. 240-259).

En el marco de estos acontecimientos, que tuvieron mucha repercusión en la opinión pública local, yo pude ver y oír desde el estremecimiento a más de una familia que trataba de localizar a sus muertos. Las cinco fosas comunes a las que me he referido fueron abiertas y los restos llevados al entierro digno en un cementerio. Al margen de cualquier propósito de propaganda, desde mi desatada conmoción por el destino de estas vidas tan brutalmente asesinadas, escribí, y publiqué poco después, esta elegía. Cuando la releo después de 32 años, siento que en ella puse todo el dolor y el amor ante los horrores de una guerra entre hermanos que, afortunadamente, no viví.

LLANTO EN EL ORIGEN DEL LODO


(En el paraje de Iruzcun, en Ollacarizqueta, desde diciembre de 1936, fundían su desamparo en cinco fosas comunes).


Antes del tiempo y los temores
que hicieron reunir sus granos a la espiga,
antes de la erección de los rastrojos,
antes que el cierzo y el rubor del alba,
aún antes que el odio y los balidos
y la estupefacción de las ovejas,
cuando las azuladas rocas no eran duras
ni fiero el sol ni fugitivo el viento,
antes que el moho fuese y se asentase
en el lóbrego pubis de la noche,
antes de las orillas y el origen
del río,
cuando del buitre la palabra fusca,
la desnudez untuosa de su cuello
no existían aún, ni los humanos dedos
se alargaban al odio de las uñas,
antes de que la pólvora y las nubes
amasaran los músculos del trueno,
mucho antes que los ojos, los gatillos,
la madrugada atónita, las telas de la mugre
y las nocturnas vendas al lucero
del alba,
antes de los sembrados y las fraguas,
antes del vino, el pan y los cuchillos,
antes del agua y el amor, cuando no había
ni frío ni calor y aún no temblaban
las madres en el beso,
antes de los abrazos de la lluvia,
antes de las montañas y el silencio
final de los amantes,
antes del día y de la noche, el huracán sin puertas,
el sí y el no, los bultos perseguidos,
aún muchos siglos antes que la savia y el lloro:
Me muero aquí, me espanto, me arrodillo,
beso esta tierra, apoyo mi mejilla
sobre la hierba que de lo hondo nace,
pongo los labios
sobre la escarcha pura, bebo la memoria
fresca de vuestros huesos silenciosos,
llamo a un coro de niños
que repare la voz de vuestras muertes mudas,
culpo a le negligencia de las rosas,
al olvido violado de los lirios,
reprocho con dolor por su tardanza
a los desmemoriados crisantemos,
ciego levanto el puño a los cipreses,
tan pertinaces en su dura ausencia,
abro los brazos para alzar con ellos
la cruz amparadora
que no tuvisteis nunca,
lloro y lloro sin fin para engrosar las lágrimas
de las que nadie supo.


Debajo de esta tierra
gime un coro de truenos destronados,
arados, vientos, fraguas y motores,
zureos de garlopas, bieldos, desbocados
martillos, paletas de albañiles
aleteantes en el aire pútrido,
hoces en el andamio de la ira,
azadas mensajeras, clavos, vidrios
sobrevolando el ras de vuestros cráneos lisos.
Llamo a un coro de niños
que componga la voz de vuestras muertes rotas,
vende la paz, ordene las fragancias,
embalsame la luz de la memoria herida.
Llamo al coro lustral de los que nunca vieron
ni oyeron, de los nacidos
más allá de los pechos
allanados, de las frentes
perdidas,
llamo a la sal, la espuma
y a unas voces que rompan
en los dientes del mar
aún antes que la noche, el alarido
errante de los peces,
antes que la agitada sed del viento, antes
que la inocencia, el miedo y el origen,
antes.


(Publicado inicialmente en la revista RÍO ARGA, nº 12, 1979. Incluido en mi libro PIE EN LA CIMA DE SOMBRA (1986) y luego en ANTOLOGÍA POÉTICA VASCA, Homenaje a las víctimas del franquismo y a los luchadores en favor de la libertad (1987). Recogido finalmente en mi OBRA POÉTICA, Pamplona, 2005, p. 257).
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