Una de eternidad

¿Una de actualidad? No. Hoy me acerco al mostrador del día y me pido una de eternidad. Los ojos bien abiertos, sí, a cuanto sucede en nuestro entorno. Un creyente debe estar bien informado. Pero la catarata de información es tan poderosa, tan arrasadora a veces por caudalosa y repetida, que con frecuencia viene bien respirar hondo, cerrar los ojos y volverlos hacia dentro. “En el interior del hombre habita la verdad”. Y habita la sed de una verdad que, de tan simple y única, no necesita ser repetida. ¿Qué más hondo en el ser humano que este deseo de trascender nuestros límites? Y, al mismo tiempo, ¿qué tan limitado, y tan apasionante, como el trocito de historia que nos toca vivir? Pero cabe llenar esos límites con la presencia de Dios y los dones que Él nos ofrece. Con el agua que “salta hasta la vida eterna”. El creyente lleva en su voz la sed más antigua y la eleva a canto.

Esto es más o menos lo que se vive en el poema siguiente, inspirado en el maravilloso salmo 63 de la Biblia. En él me pido una de eternidad. Una copa tan grande y tan llena que quepa en ella el infinito.

SED DE DIOS

(Salmo 63)


Madrugamos por ti, Señor del día,
pues tú eres nuestro Dios, pura mañana.
Desde una tierra de mortal sequía
por ti suspira nuestra sed temprana.


Ansia de ti tenemos, agua pura,
inmenso amor, torrente deseado,
donde sanar la urgente quemadura
que marcaste de ti en nuestro costado.


Desde el amanecer nada anhelamos
como gozar la sombra de tu casa.
Arrebatados a tu encuentro vamos
desde una tierra que por ti se abrasa.


¡Oh Dios, cómo resuena tu latido
en la entraña del mundo, en su corteza!
¡Y cómo en el paisaje florecido
que vistes de verdad y de belleza!


Te alabaremos, Dios, toda la vida,
aquí o allí, velando o en el lecho,
desde el dolor de la amorosa herida
que tú clavaste a fuego en nuestro pecho.


Siempre eres nuestro auxilio. Nos sostienes
en la zozobra de las horas malas.
Seguros y colmados de tus bienes
cantamos a la sombra de tus alas.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, 1997)
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