Mis vecinos inmigrantes

Vivo en un barrio de Pamplona y todos los días me cruzo con emigrantes. En mi mismo portal hay varias familias. Veo emigrantes en mi plaza y más aún en el autobús urbano que tomo a menudo. Predominan con mucho los suramericanos. Están viviendo malos tiempos. El paro los castiga más que a los nativos, especialmente a los varones. A las mujeres siempre les queda esa parcela de la ancianidad, el dolor, el alzheimer o la demencia senil. Conozco a varias suramericanas viviendo día y noche junto a una cama o una silla de ruedas. He sido testigo del sosiego, la dulzura, el respeto, el cariño con que estas mujeres trataban al anciano enfermo.

Detrás de estas personas hay con frecuencia una historia dramática de ausencias y desgarrones familiares: supervivientes de matrimonios rotos, madres de hijos lejanos...

Hace muchos años viví la emigración española en Duisburg, en la cuenca del Ruhr. Era una emigración burocráticamente “organizada”, pero los sobresaltos con que uno se topaba cada día tenían poco que ver con lo que la organización alcanzaba a prever. La mayor parte procedían del Sur español. Muchos directamente del campo. Numerosos andaluces, pobres, sin cultura mayor, pero algunos con el duende del cante en el alma. Conocí a uno que no sabía leer, pero cuando cantaba nos ponía la carne de gallina...

Por brevedad no entraré aquí en el detalle de sucesos tan graves como novelescos. Sólo quiero recordar que el absoluto desconocimiento del idioma alemán, el alojamiento en sólo relativamente cómodos barracones, la comida extraña, la básica dificultad de adaptación, hacían de nuestra gente una turba de desterrados. En casi todos ellos se adivinaba un recio sentimiento de desarraigo. Lo reviví en mi libro de versos “La luna del emigrante”, que tuvo la suerte de una distribución popular en Zero-ZYX. El siguiente poema canta, y de algún modo idealiza, ese desarraigo.

Obrero andaluz

Dejaste las raíces en lo hondo
de un olivar de gracia y señorío,
y hoy en sueño alemán sueñas sombrío,
árbol truncado y sin rumor de fondo.

Te dieron nieblas por el sol redondo,
y ahora a tu tronco se le duerme el brío.
Tiembla tu oliva y hace tanto frío
que a lo lejos se hiela el cante jondo.

Ay, faraón, tan lejos de la corte,
rondan tu corazón con su mareo
la cerveza y la niebla gris del norte;

ya no acude a tus palmas el jaleo,
y se le viene a tierra sin soporte
el rito señorial del taconeo.

(Duisburg, 2 de enero de 1962)
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