¿De verdad que triunfan los malvados?

¿De verdad que en este mundo triunfan los malvados? La Biblia y las literaturas de la antigüedad se han ocupado de ponerlo de manifiesto desde el dolor injusto del inocente. Aunque ingenuos sin remedio, no se nos ocurrirá enmendar la plana a la verdad obvia y a la sabiduría antigua. El mundo ha sido siempre injusto. Y parece que lo será por los siglos de los siglos. Pero no todo lo que reluce es triunfo, ni el único triunfo, ni el más deseable. A veces, que algo se perciba a simple vista como triunfo se debe sólo a la simpleza del que mira. Muchos conocen, es un ejemplo, a un famoso empresario que disfraza su falta de escrúpulos con un ropaje de principios tan ajenos a él como a los arrimados que le arropan. Si su verdad ha de medirse en millones de euros, la suya es aplastante. El ingenuo cierra los ojos y la inicial simpleza de su mirada. Que nadie se ría, pero en su dorada pobreza no se ve inferior, ni menos rico, ni menos presentable, ni su imagen peor trajeada. Mira luego a su alrededor y ve a buenas gentes que, sin tener idea de quién fue Creso ni de cómo se amasan los millones, además de no carecer de nada esencial, pueden mostrar su cara en público con el aspecto inconfundible de la limpieza moral y de esa interior nobleza de raza que es imposible afectar por largo tiempo.

¿Ignoran estos ciudadanos que han triunfado en la vida? Seguramente. El triunfo sobre la depravación les es tan connatural, tan cotidianamente conquistado y poseído, que ni siquiera se consideran triunfadores. Lo cual aún vuelve más hermoso el triunfo verdadero.

(De Elogio de la ingenuidad, Madrid, Nueva Utopía, 2007, p. 174-5).
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