"Sintonizados con el Evangelio de las Bienaventuranzas" Estamos en Lourdes

Lourdes
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"Estamos en Lourdes. Hemos venido peregrinando en una cincuentena de ocasiones desde la Archidiócesis de Tarragona. Cincuenta años viniendo a Lourdes"

"Todas las personas que estamos estos días en Lourdes formamos un solo grupo lleno de bondad; y lo digo porque en este grupo se dan todas las condiciones: confianza mutua, solidaridad, ternura, ayuda, unión y celebración de la fe. Juntos, estamos en Lourdes"

"No hay condiciones aquí en Lourdes: Hay personas. Hay oración, mucha oración. Hay esperanza, mucha esperanza. Hay amor, mucho amor"

"Estamos en Lourdes, y esto se transforma para quienes hemos venido, en una dosis de realismo. Acompañar a Lourdes a las personas enfermas nos hace cambiar"

Estimadas y estimados. Como dice el título de esta carta, estamos en Lourdes. Hemos venido peregrinando en una cincuentena de ocasiones desde la Archidiócesis de Tarragona. Cincuenta años viniendo a Lourdes. Y esta vez lo hacemos recordando el año 1973, cuando el arzobispo Josep Pont i Gol, creó e instauró la Hospitalidad de la Virgen de Lourdes. El Dr. Pont i Gol, fue el animador de la reanudación de las peregrinaciones, y ciertamente el impulsor de la Hospitalidad tarraconense como la entendemos hoy y cómo la estamos viviendo estos días aquí en Lourdes.

Estamos en Lourdes. Un buen grupo de gente, formando una nube de fraternidad y una pasión de solidaridad por los demás. Y cuando he dicho que somos un buen grupo, lo he dicho con toda la intención de la frase: somos UNO y BUENO. Todas las personas que estamos estos días en Lourdes formamos un solo grupo lleno de bondad; y lo digo porque en este grupo se dan todas las condiciones: confianza mutua, solidaridad, ternura, ayuda, unión y celebración de la fe. Juntos, estamos en Lourdes. Y ahora yo, usando las palabras de mi predecesor, el obispo Pont i Gol, os digo que la Hospitalidad la forman un buen grupo de personas que tienen ganas de servir y acompañar la fragilidad en el rostro, las manos, las piernas y las necesidades de nuestra gente enferma, poniendo en práctica lo que la Virgen María pidió a Santa Bernadette, que no es otra cosa que poner en práctica el Evangelio de las Bienaventuranzas. He aquí, las Bienaventuranzas, el gran resumen de la Buena Nueva de Jesús.

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Hay que prestar atención porque las Bienaventuranzas, la vida según Jesús, no las podremos vivir plenamente si nos quedamos en el plano meramente humano. Hacer lo que Jesús nos pide en las Bienaventuranzas es superar las posibilidades y las dificultades humanas para amar hasta la saciedad, para amar hasta parecernos a Dios. Lo sabemos muy bien: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.» (1Jn 4,10). Sí, Dios ha sido el primero en amarnos de este modo, haciendo «salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Entonces es cuando surge automáticamente la pregunta: ¿qué hacer para amar de esta forma tan radical? La forma de amar debe surgir de la misma propuesta de Dios que acabamos de decir, de la pregunta que acabamos de hacer: ¿cómo te ha amado Dios a ti? Pues sin condiciones.

No hay condiciones aquí en Lourdes: Hay personas. Hay oración, mucha oración. Hay esperanza, mucha esperanza. Hay amor, mucho amor. A lo largo de nuestra historia mucha gente del país ha peregrinado a Lourdes, pues la mayoría de diócesis organizan peregrinaciones anuales. Este año, nosotros, en Tarragona, celebramos 50 y lo celebramos compartiendo la alegría de acompañar en la fragilidad; porque la enfermedad, como experiencia, pone en juego la totalidad de la existencia humana y tiene siempre para la persona un sentido sagrado.

Estamos en Lourdes, y esto se transforma para quienes hemos venido, en una dosis de realismo. Acompañar a Lourdes a las personas enfermas nos hace cambiar, nos hace ser personas verdaderas, nos invita a ser cristianos auténticos, nos pone en la escuela de Jesús y nos sintoniza con el Evangelio de las Bienaventuranzas. Y es que, en todo, Jesús tiene una fuerza asombrosa.

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