"En Adviento, dejar que la Palabra despierte en nosotros la sed de Cristo" San Ambrosio, maestro de oración
San Ambrosio de Milán es uno de los grandes Padres de la Iglesia y un excelente guía espiritual que conduce hacia un encuentro vivo con Cristo. Su estilo espiritual nos habla especialmente durante el Adviento
Hemos llegado al segundo domingo de Adviento. Permitidme, sin embargo, recordar también la figura de San Ambrosio de Milán, cuya memoria litúrgica se celebra el 7 de diciembre. No cabe duda de que es uno de los grandes Padres de la Iglesia y un excelente guía espiritual que conduce hacia un encuentro vivo con Cristo.
Siendo todavía joven, tras la muerte de su padre, su madre lo llevó a Roma para asegurarle una educación retórica y jurídica. Por su alto nivel cultural, fue nombrado prefecto de las provincias de Liguria y Emilia, con sede en Milán, donde las luchas entre cristianos ortodoxos y arrianos eran contundentes. Su determinación para restablecer la paz y la comunión fue tan grande que, a pesar de encontrarse aún en el catecumenado cristiano, mereció ser aclamado por el pueblo como obispo de Milán.
¿Qué le faltaba a ese hombre culto y formado para llevar adelante su nueva misión? Él mismo comprendió enseguida que le faltaba la escucha íntima y profunda de las Sagradas Escrituras: dejarse moldear y formar por ellas. Y se entregó a ello en cuerpo y alma. Su bagaje intelectual y su sed de Dios se convirtieron en herramientas imprescindibles. En sus homilías e himnos —todavía presentes hoy en la liturgia— percibimos a un hombre que no solo medita la Palabra, sino que la deja resonar en el corazón hasta convertirla en un diálogo con Dios. Ese método llegó a guiar toda su predicación y sus escritos, que surgen precisamente de la escucha orante de la Palabra de Dios.
A modo de ejemplo, en una de sus catequesis muestra admirablemente cómo aplicaba el Antiguo Testamento a la vida cristiana: «Cuando leíamos las historias de los Patriarcas y las máximas de los Proverbios, tratábamos cada día temas de moral, para que vosotros, formados e instruidos por ellos, os acostumbrarais […] a seguir el camino de la obediencia a los preceptos divinos» (Los misterios, 1,1). Leer, escuchar, dejarse penetrar por la Palabra para que pueda entablarse un diálogo entre Dios y el hombre, porque «a Él hablamos cuando oramos, y a Él escuchamos cuando leemos las palabras divinas» (Los oficios de los ministros, I, 20, 88).
Como todos sabemos, San Agustín fue uno de sus discípulos, aprendiendo de él a creer, vivir y predicar en conformidad con el mensaje divino revelado en la Escritura. Por eso, todavía hoy recordamos las palabras del santo de Hipona recogidas en la Constitución sobre la Palabra de Dios, Dei Verbum, del Concilio Vaticano II: “Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte «predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior” (DV 25, citando Sermo 179).
Este estilo espiritual nos habla especialmente durante el Adviento. Tiempo de espera y vigilancia, el Adviento nos invita a hacer lo que Ambrosio y Agustín aprendieron: volver al silencio, meditar la Escritura y dejar que la Palabra despierte en nosotros la sed de Cristo.