Estimadas y estimados. Las coincidencias del calendario hacen que caiga en domingo la fiesta de la Virgen del Pilar. En nuestra archidiócesis hay una gran veneración a esta advocación mariana, sobre todo por la multitud de aragoneses que emigraron a nuestra tierra hace ya bastantes años, otros que tienen aquí su segunda residencia, u otros que, una vez jubilados, se han quedado a vivir entre nosotros. A todos ellos, ¡felicidades en esta jornada!

Se trata de una festividad rica en celebraciones, puesto que ostenta el patronazgo de España y de muchas instituciones. Podemos invocar, por tanto, este «pilar», que simboliza el «pilar» de nuestra fe plantado en la tierra aragonesa en los tiempos lejanos de la Iglesia primitiva.

Hay testimonios muy antiguos que avalan la tradición devocional de la aparición de la Virgen. Entre ellos, ya en el siglo IV, nos encontramos con el sarcófago de santa Engracia, donde se puede ver en bajorrelieve la representación de la aparición de la Virgen al apóstol Santiago.

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Más tarde, cuando en el año 714 los musulmanes llegan a Zaragoza, encuentran allí un templo dedicado a la Virgen. Pero principalmente es un manuscrito del año 1297, sobre un comentario al libro de Job de san Gregorio Magno, donde encontramos el testimonio de que María, antes de su asunción, habría llegado a Zaragoza y, desde una columna de jaspe, conocida popularmente como el Pilar, habría consolado al apóstol Santiago, animándole a seguir adelante en su tarea evangelizadora. Se expone también que, poco más tarde, Santiago y los siete primeros conversos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe junto al río Ebro. Este valioso manuscrito se custodia en el Archivo de la Basílica del Pilar.

"María es el arca de la nueva Alianza, al llevar en su seno a Cristo, Hijo de Dios. Ella nos recuerda que la fe cristiana no es algo del pasado, porque Cristo está vivo en medio de nosotros"

Esta hermosa historia, llena de fe y devoción a la Virgen María, pone de relieve el profundo significado que María tiene para el pueblo creyente. María es signo claro de la presencia de Dios en el mundo. Ella da coraje en medio de las dificultades. Del mismo modo que, en la peregrinación por el desierto, el arca de la Alianza era el signo de la presencia de Dios en medio del pueblo que les animaba a avanzar, ahora también María es el arca de la nueva Alianza, al llevar en su seno a Cristo, Hijo de Dios. Ella nos recuerda que la fe cristiana no es algo del pasado, porque Cristo está vivo en medio de nosotros.

María se convierte así en «pilar» de la Iglesia. A su alrededor va creciendo el pueblo santo de Dios. Ella es también figura de lo que ha de ser la comunidad eclesial, es decir, todos nosotros, los creyentes. Porque, como afirma el Concilio Vaticano II, «la Virgen, en efecto, en vida fue el modelo de aquel afecto maternal del que han de estar animados todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para la regeneración de los hombres» (LG 65).

La fe y la esperanza de la Virgen animan a los cristianos en su esfuerzo por edificar día a día el Reino de Dios, convirtiéndose en testigos de su amor. Ella nos invita a escuchar y acoger la Palabra de Jesús, a avivar nuestra fe y a llevar una vida coherente con el Evangelio, enseñándonos lo que significa ser humildes, condición básica para vivir la vida de Dios.