Estimadas y estimados. ¡El papa León XIV conducirá a la Iglesia católica, esparcida por toda la tierra, en los próximos tiempos! Esta es la noticia que el pasado jueves día 8, sacudió al mundo católico y a toda la humanidad. De forma casi imprevisible, como suele ocurrir con las cosas que son de Dios, fue elegido obispo de Roma el cardenal Robert Francis Prevost, el primer papa proveniente de los Estados Unidos, aunque con toda una trayectoria pastoral en Perú.

Tras la muerte del papa Francisco, era necesario que el Señor suscitara, por medio de su Santo Espíritu, un pastor que guiara al rebaño de Jesucristo, el Pastor supremo. Hacía falta un nuevo obispo de Roma, sede que preside en la caridad y madre de muchos hijos, y el elegido por una amplísima mayoría ha sido el cardenal prefecto del Dicasterio para los Obispos. De la orden de San Agustín, el papa León XIV fue enviado en 1988 al Perú, donde ha sido presbítero, profesor de Derecho, de Patrística y de Moral, prior de su orden y, finalmente, obispo. Este es su currículum personal, pero hay otro: hombre de Evangelio vivido y del Concilio Vaticano II, hombre de oración, libre de espíritu, amigo de los pobres, padre solícito y acogedor, defensor de la justicia, hombre de diálogo con otras confesiones, abierto a todas las personas de buena voluntad, fraterno y misericordioso, cordial, sereno y simpático.

Con sus gestos iniciales, parece que León XIV, como hizo Francisco, impregnará su pontificado de un retorno al Evangelio, a la justicia social y a la paz, y todo ello, no para agradar a los medios o al mundo, sino para volver a lo esencial, a la espiritualidad, a la oración.

Si en el siglo XIX el Papa era de los católicos, y en el siglo XX lo fue en gran parte de los cristianos, sobre todo a partir del diálogo ecuménico, ahora, en pleno siglo XXI, y especialmente después del papa Francisco, su responsabilidad abarca al mundo entero. Por ello, más que nunca, el nuevo Papa deberá afianzar en la fe a «la comunidad de hermanos extendida por todo el mundo» (1 Pe 5,9).

En una época de crisis espiritual, de malestar económico y de fuerte polarización, que la más alta autoridad religiosa de Occidente sea capaz de adelantarse a los políticos en sencillez y austeridad resulta formidable. Su comportamiento servirá de modelo y de advertencia. Pero no se quedará ahí. Con toda seguridad, en fidelidad al Concilio Vaticano II, continuará la reforma de la Iglesia. Por eso debemos orar para que su testimonio nos estimule a todos a mantener viva la llama de la fe por los caminos del primer anuncio de Jesucristo y a vivir en comunión en el seno de la Santa Madre Iglesia.

Nuestra Archidiócesis de Tarragona se alegra y está llena de gozo porque el Señor no ha dejado huérfana a su Iglesia. Saludamos al Santo Padre León XIV llenos de esperanza en su guía pastoral y nos sentimos en profunda comunión con el nuevo obispo de Roma. Que el Señor lo bendiga con la abundancia de sus dones.