Extraterrestres

Yo fui un adolescente especial. O dicho en plata: fui un adolescente mosca cojonera para quien se ponía a tiro. No para todos; solo para aquellos a quienes podía exprimir cultura de cualquier clase: profesores, amigos de mis padres, padres de compañeros, amigos de profesores, novios de profesoras…, es decir, aquellos en quien detectaba un conocimiento del que aquí el lego, como Paracelso con acné, iba en pos.

Una de esas personas, particular objeto de mi acoso –que yo, inasequible al desaliento, podía ejercer durante horas y días– era mi profesor de Historia, íntimo de casa, maestro, amigo entrañable, y cuyo traslado a otra ciudad fue una bofetada: el padre Vicente Zaldívar. Falleció en 2019, y todas las conversaciones, sus enseñanzas y mi aprendizaje, serán siempre momentos estelares de mi existencia. Aunque… no nos pongamos sentimentales, o empezarán ustedes a sacar los pañuelos y esto acabará entre lágrimas e hipando. Además, la anécdota que voy a referirles es divertida.

Una vez –y recuerdo el sitio exacto donde se produjo: mientras pasábamos por delante de la tienda de Paco Sebastián, en mi pueblo– le dije: “Vicente, he leído que Jesús era extraterrestre”. Y él, con toda la flema del mundo, me soltó: “Hombre, ¡y tanto que era extraterrestre!”. A veces no sabía cómo librarse de mí. Dado que íbamos caminando, y no solos, la conversación tomaría otros derroteros, y al cabo de dos o tres minutos –por dar un plazo largo de tiempo– le estaría inquiriendo por la música de Cristóbal Halffter, la lengua del norte de León, los poetas simbolistas franceses o los libros de Hans Küng. Es que uno, de joven, prometía, pero qué se le va hacer…

Esta anécdota extraterrestre me ha venido a la cabeza al ver una recomendación de otro buen amigo, Jaime Servera: el ensayo Religions and Extraterrestrial Life. How Will We Deal With It? de David A. Weintraub, que traduciría en castellano popular –ustedes disculpen– de la siguiente guisa: Cuando lleguen los marcianos, ¿¡qué c**o vamos a hacer los creyentes!? No lo he leído aún, pero el libro, por lo que me ha dicho Jaime, expone la opinión de un sinnúmero de líderes religiosos, y da por evidente que la mayoría de religiones ya no es terraplanista, pero sigue siendo terracentrista. ¿Gente, insectos, platillos volantes, bichos, no se sabe qué por ahí fuera? Para romances estamos…

Sin embargo, plantearse la hipótesis extraterrestre –y parecerá una barbaridad, pero contextualicen, please– nos produce un vértigo mayor que el de la existencia de Dios. Con Dios, se habla, o se le impreca, o se le discute, o se le reniega… ¿Pero con un marciano o un habitante de Alfa Centauri? Nuestra mente se bloquea, no da más la pobre, se queda ahí, como un muñequito a pilas, caminante, que ha topetado contra el muro, y erre que erre le da a las piernecitas, aunque todo su horizonte sea una pared…

Tal vez por incapacidad, por miedo, por carecer de la capacidad de fantasía (¡o por celos!), cuando tratamos de abarcar la vida extraterrestre y su relación con Dios (o con los dioses de la humanidad), nos entra el tembleque. Con todo, también entonces adviene cierta iluminación y relativa dicha, pues la Tierra, con sus odios e inquinas, sus desgracias y miserias, sus desigualdades e injusticias, se nos convierte, más que nunca, en a wonderful place.

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