"Organizar la vida para aprovechar cada parcela de tiempo no solo hurta el sosiego, sino que expulsa del flujo natural del mundo" La espera
| José Carlos Rubio
OCHO jóvenes –y no tan jóvenes– autores (ellas y ellos) ofrecen en el volumen Guía definitiva de la espera, publicado por Contrabando, una primera muestra de sus relatos: Pablo Flors, Romina Beatriz Lencina, Mario A. Navarro, Elena Ortega, Vicen Tormo, Joaquín del Turia, Pablo Valero e Irene Vivas Lalinde, apadrinados por Bárbara Blasco, premio Tusquets 2020. De ellos, me ha llamado la atención uno en concreto, pues me da pie para esta pequeña reflexión.
“El síndrome de la musaraña”, de Joaquín del Turia puede parecer una historia estrambótica: a un tipo le da por dejar de perder el tiempo; para ello, pretende acabar con las esperas entre momentos fuertes del día. Esas transiciones (ascensor, autobús, trayectos, mientras se desarrolla un film moroso, o haces la cena…) le parecen al protagonista instantes desaprovechados, y no está dispuesto a despilfarrar su poco tiempo disponible de calidad. Se somete, así, a una disciplina que lo introduce en una vorágine sin fondo.
No perder el tiempo, exprimir cualquier segundo, automatizarnos, rendir… son las consignas de la sociedad contemporánea. En este sentido, la musaraña sería su animal totémico: su metabolismo la fuerza a no estar más de cuatro o cinco horas sin comer, o muere: ella tampoco tiene un segundo que perder…
Este vértigo del rendimiento –y, por lógica, del agotamiento– del que Byung-Chul Han ya nos ofreció un lúcido ensayo (La sociedad del cansancio, justamente) es como esas enfermedades que no dan la cara hasta que es demasiado tarde.
Organizar la vida para aprovechar cada parcela de tiempo no solo hurta el sosiego, sino que expulsa del flujo natural del mundo, lanza a una existencia onfalocéntrica y, sobre todo, aísla de las necesidades de los demás. El yo, desprovisto de “pérdidas” de tiempo, es su sola mesura gracias al afán por rendir, como una cadena de montaje o un segundero.
Lo sobresaliente del relato de Joaquín del Turia, además de estar bien escrito, es que lo presenta con atmósfera de astracanada, de desfase, de disparate, cuando en verdad nos toca bien de cerca, y en cierto sentido nos vemos reflejados en él.
Una sociedad que no te deja parar, porque te ha convencido de que es por tu bien, es como una bala que te dice: “Corre, corre, y no te alcanzaré…”, es decir, peligrosa o mortal.