Sin proselitismo

En su mensaje del pasado 26 de septiembre de 2021, Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, Francisco I incidió de nuevo en una fórmula a la que nos tiene acostumbrados casi desde su llegada a la cátedra de San Pedro: la apertura de la Iglesia –subrayo– sin proselitismo. En esta ocasión, se ha limitado a esas dos palabras; en otras circunstancias, fue mucho más directo: “El proselitismo es una solemne tontería”, declaró a Eugenio Scalfari en la conversación publicada en La Repubblica el 1 de octubre de 2013. Y en abril de 2020, remachaba la misma idea: “La fe no tiene nada de proselitismo”.

A bote pronto, tal aseveración parece contradecirse con la gran comisión de Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28:19-20). Los verbos –id, haced– mueven a la acción directa, a la efusividad performativa, y los hemos leído siempre con un plus de celo, con urgencia. Ahora, el Papa les da un nuevo sentido, deduzco. Llama, por utilizar un símil futbolístico, a bajar el balón, a dejarnos de juego aéreo y de pelotazos, y a calmar el partido. Los mejores ataques, es cierto, se elaboran a contragolpe.

Ahí tenemos como luminarias ejemplares a dos sacerdotes anónimos en un pueblo de la Cantabria del siglo XVI, y a Charles de Foucauld en la Argelia del XIX. Los tres siguieron al papa Francisco I avant la lettre: se limitaron a hacerse presentes, y a atraer a los demás. Los presbíteros en Cantabria hicieron discípulos a causa de su forma de ser y de actuar, les enseñaron y los bautizaron. De Foucauld no hizo nada de eso, aunque tampoco lo pretendía. Su misión no fue proselitista en absoluto, y no obtuvo resultados materiales, si bien espiritualmente cuánto nos ha enriquecido. Quizá a partir de esa característica de su “apostolado” podemos introyectar en nosotros la recurrencia magisterial del Papa.

La misión no implica recuentos cuantitativos, sino cualitativos. Debemos despreocuparnos de los resultados. Francisco I, quiero entender, nos llama a priorizar esta evangelización, y para ello primero se ha de producir una metanoia en nosotros: ser testigos y ejemplos, que es lo más complicado, pues supone ejercer un control continuo de sí mismo, y esto es agotador. ¡Ser modélicos! Una apuesta fuerte, quizá demasiado fuerte: primero, dar ejemplo; luego, que otros se acerquen a nuestra fe porque desean ser como nosotros. Uf… Se me antoja como lo de tirar la primera piedra, pero al revés. Sin embargo, no queda otra: purificación y luz.

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