Dimensión bíblica de «LUMEN FIDEI» (2ª parte)

Hace una semana publicábamos la primera parte de este artículo, en la que tratamos, esencialmente, el primer capítulo de la encíclica. Ese capítulo tiene un carácter preminentemente bíblico y en él se nos presenta a Abraham como buenos modelos de la fe bíblica.
Acabábamos con un continuará que retomamos hoy.

En esta segunda parte del artículo nos fijaremos en el segundo capítulo de la encíclica. Es un capítulo de contenido teológico (los otros dos capítulos, tercero y cuarto, son de contenido pastoral) a partir de la teología de Pablo.

En el primer capítulo hay un espacio de intersección con este segundo capítulo. Es cuando aparece Pablo y algunas de sus máximas como “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)

Fe y verdad

Aunque el epígrafe “Fe y verdad” es el título del primer sub-apartado del segundo capítulo, bien podría haber servido para titular el capítulo entero.
Y, por otro lado, aunque se empiece tratando al profeta Isaías, con la cita “Si no creéis no comprenderéis”(cf Is 7,9) que da título a todo el capítulo, pronto aparece, tal y como hemos anunciado, la teología de Pablo.

Y, sin embargo, la encíclica nos sorprende al entrar en esta dimensión paulina con una cita poco doctrinal-magisterial-teológica (al menos en apariencia). Nos cita a Pablo a los Romanos: “Con el corazón se cree” (Rom, 10,10)

¿Pero no estábamos en el capítulo de contenido teológico de la encíclica? A nuestro modesto intelecto nos había parecido que al hablar de “Fe y verdad” se nos iban a desarrollar, ya desde el inicio, todas las bases filosóficas que sustentan nuestro discurso teológico. Pero van y nos sueltan esta cita. Y suerte que es de San Pablo. Porque si fuera de... o de… podrían aparecer críticos desde todos los flancos: que si es espiritualismo alienante propio de la beatería, que si eso ya lo he leído yo en un libro de “new age”.

Pues bien, la encíclica con esta cita da un paso más. Si en el primer axioma, el de Isaías, se nos dice que para comprender (la verdad) hay que creer, ahora en el segundo axioma, el de Pablo, se nos dice que para creer (así comprender y llegar a la verdad) hay que poner el corazón.

En el sentido bíblico-teológico, el corazón es, por supuesto, algo más que una válvula que bombea sangre. Si navegamos por nuestro lenguaje más cercano nos encontramos con que cuando le decimos a alguien que “no tiene corazón” no nos referimos a que carezca de esa válvula, sino a que le falta amor, misericordia, humanidad… Eso es, pues, lo que necesitamos para poder abordar nuestro camino hacia la verdad. Hay un famoso dicho que dice que “no se puede hacer al santo sin hacer antes al hombre”. O dicho con las palabras que dan título a un libro de Jesús Urteaga: “El valor divino de lo humano”. Es decir, primero siempre lo humano, primero siempre el corazón.

Fe y fidelidad

Y como de corazón y de amor se trata, va a ser muy importante en el camino de la fe que nos lleva a la verdad la fidelidad que Dios nos muestra:

“El conocimiento de la fe, por nacer del amor de Dios que establece la alianza, ilumina un camino en la historia. Por eso, en la Biblia, verdad y fidelidad van unidas, y el Dios verdadero es el Dios fiel, aquel que mantiene sus promesas y permite comprender su designio a lo largo del tiempo. Mediante la experiencia de los profetas, en el sufrimiento del exilio y en la esperanza de un regreso definitivo a la ciudad santa, Israel ha intuido que esta verdad de Dios se extendía más allá de la propia historia, para abarcar toda la historia del mundo, ya desde la creación” (n. 28)

Esa fidelidad que Dios nos muestra y mantiene tiene vocación de ida y vuelta. Pretende ser imagen perfecta de la fidelidad a la que nosotros también somos llamados, que lógicamente será una fidelidad imperfecta.

La encíclica da un paso más y vincula esa fidelidad, que acompaña a la fe en el camino hacia la verdad, a la escucha.

Fe y escucha

Leemos en la encíclica:
“Precisamente porque el conocimiento de la fe está ligado a la alianza de un Dios fiel, que establece una relación de amor con el hombre y le dirige la Palabra, es presentado por la Biblia como escucha, y es asociado al sentido del oído. San Pablo utiliza una fórmula que se ha hecho clásica: fides ex auditu, « la fe nace del mensaje que se escucha » (Rom 10,17)”. (n.29)

Nuestro Dios, el Dios de nuestros padres, el Dios de Jesús, el que celebramos en nuestra Iglesia, en el que “creemos, nos movemos y existimos”, es un Dios cercano y personal, no es ni entelequia ni teoría ni ideología. Dios que ama al hombre desea comunicarse con él. El amor, que no es egoísta, sale siempre de sí mismo y desea, y necesita, comunicarse.
Dios se quiere “rozar”, aún más, abrazar y dejarse abrazar por el hombre.

Esa comunicación y acto de amor que Dios tiene con él hombre en la historia viva y concreta, en múltiples situaciones, algunas de muy importantes y destacadas y otras de lo más sencillo y cotidiano, las encontramos en la Palabra de Dios, en la Biblia.

A esa relación personal que Dios desea mantener conmigo, yo he de responder, si deseo esa relación, con mi parte de relación personal, de escucha y de seguimiento, tal como nos muestra la encíclica:

“La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-5); una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que « oyeron sus palabras y siguieron a Jesús » (Jn 1,37)”. (n.30)

Y de la escucha fiel de la fe, nacida del amor del corazón, pasaremos a la visión. ¿Y qué veremos? Veremos la Verdad. Hemos llegado a la escucha de la Palabra y volvemos a la cita inicial de Isaías. Desde la fe, desde la escucha de la Palabra, comprenderemos, veremos la Verdad.

Conclusión

En los capítulos tercero y cuarto, de contenido pastoral, si bien encontramos citas bíblicas, creo que son más aditivo o guarnición (de la buena, eso sí), que no tanto, como en los dos primeros capítulos, esqueleto o camino principal. Es posible, y hasta lógico, pensar que después de haber sustentado fuertemente la encíclica con buenos cimientos bíblicos en los dos primeros capítulos, el desarrollo pastoral se mueva más por lo doméstico eclesial.

Acabamos esta dimensión bíblica acudiendo nuevamente al primer capítulo y a San Pablo para que nos sirvan estas dos citas de lanzadera:

“Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3,17)

“ ¿Cómo creerán en Aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de Él sin nadie que anuncie?” (Rom 10,14)

Quique Fernández
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