Libros XIV: Diócesis de Cuenca

Muelas Alcocer, Domingo: Episcopologio conquense. 1858-1997. Diputación provincial de Cuenca, Cuenca, 2002, 685 pgs.

Un benemérito sacerdote de Cuenca, conocido en la diócesis por numerosas realizaciones pastorales, ha querido demostrar que puede haber tiempo para todo y, además del ejercicio de su ministerio, en el que ha destacado notablemente, se dedicó también a escribir, y a escribir de historia.
Ya antes de aparecer este volumen que comentamos, sin duda su empeño más laborioso e importante, escribió una biografía del obispo mártir Don Cruz Laplana, que no he podido leer, y tiene otra escrita, creo que no publicada todavía, de Don José Guerra Campos. Además de numerosos artículos menores.
El período de tiempo que ha elegido –1858-1997-, tiene una clara justificación. Don Trifón Muñoz y Soliva había publicado en 1860 un Episcopologio de Cuenca que Muelas se propuso actualizar hasta el momento actual. Así se ocupa de Payá y Rico (1858-1874), Herrero Espinosa de los Monteros (1875-1876), Moreno Mazón (1877-1881), Valero Nacarino (1882-1890), González Conde (1891-1899), Sangüesa y Guía (1900-1922), Laplana (1921, en el Indice dice incomprensiblemente 1923,-1936), de los administradores apostólicos, cardenal Goma (1939-1940) y Modrego (1940-1943), Inocencio Rodríguez (1943-1973), Guerra Campos (1973-1996) , los meses, apenas tres, de la administración apostólica del arzobispo de Toledo Alvarez, penosa decisión vaticana que el administrador se encargó de hacer más penosa todavía, y del Hoyo (1996- ).
Conforme uno repasa la lista se confirma en la suerte que ha tenido Cuenca con los obispos que le tocaron. Pocas diócesis como la conquense podrán exhibir una nómina tan completa de excelentes y santos obispos. Y, curiosamente, la mayoría de ellos terminaron sus días episcopales –y también los empezaron-, rigiendo la diócesis de San Julián. Es como si aquel santo obispo, por quien tanta veneración tienen los conquenses, siguiera velando por el obispado de Cuenca.
De los diez obispos reseñados, solamente tres: Payá, Herrero y Moreno Mazón dejaron la diócesis por más altos destinos. Los dos primeros alcanzarían el cardenalato en Santiago y Valencia y Payá terminará sus días como arzobispo primado. Moreno fue Patriarca de las Indias y arzobispo de Granada.
Solamente dos obispos llegaron a Cuenca con esa condición de sucesores de los apóstoles: Valero Nacarino y Guerra Campos. El primero procedía de Tuy y monseñor Guerra fue previamente obispo auxiliar de Madrid.
Payá fue un excelente obispo de Cuenca pero tras su resonante discurso en el primer Concilio Vaticano, que cerró prácticamente las discusiones sobre la infalibilidad por la impresión que causó en los padres conciliares estaba cantado que iba a ser promovido a sede más importante. Herrero es un personaje algo enigmático, seguramente el obispo más itinerante del siglo XIX: ocupó las diócesis de Cuenca (1875-1876), Vitoria (1876-1880), a la que renuncia, Oviedo (1882-1883), Córdoba (1883-1898) y la archidiócesis valenciana (1898-1903). Su brevísimo paso por la diócesis prácticamente nos impide juzgarle como sucesor de San Julián. Moreno Mazón fue una calamidad impuesta por sus relaciones amistosas con los políticos de turno que, afortunadamente para Cuenca, pensaron enseguida en él para un ascenso. Valero Nacarino, sacerdote apreciadísimo en el obispado antes de ser nombrado obispo de Tuy, regresó a la ciudad de sus amores, aunque él era de origen extremeño, y dejó en ella fama de santidad. No tuvo un pontificado largo pero se le recordó muchos años como un gran obispo de Cuenca. También de pontificado breve fue su sucesor, el castellanoviejo Pelayo González Conde, pero también sus días episcopales fueron excelentes, dejando a los pobres de la diócesis con su muerte verdaderamente huérfanos pues en ellos gastaba todo cuanto tenía.
Sangüesa fue un buen hombre al que pareció le había mirado un tuerto pues verdaderamente estaba gafado. Nada más iniciarse su pontificado se derrumbó la torre de la catedral, ocasionando varios muertos. La espantosa fachada neogótica actual fue consecuencia de aquel desgraciado accidente. Diez años después se le sublevan sus seminarios contra los Operarios diocesanos que él había puesto al frente de los mismos y que tienen que huir aterrorizados ante las amenazas de alumnos y familiares. La Santa Sede le priva de la jurisdicción sobre el Seminario, situación que se prolongó hasta su muerte diez años después. Caso verdaderamente insólito que no debió tener parangón en ninguna otra diócesis española. Viejo y achacoso presentó la renuncia del obispado que le fue aceptada en 1921, nombrándosele sucesor pero con la indicación de que continuara gobernándolo hasta la llegada del nuevo obispo. Al morir Sangüesa antes de la consagración de Laplana, podemos decir que estuvo al frente de la diócesis hasta su muerte. Ello explica que demos por comienzo del pontificado de Laplana el año de 1921 y como fin del de Sangüesa el de 1922.
Don Cruz Laplana es el obispo mártir de Cuenca, asesinado en 1936. El actual prelado acaba de trasladar sus restos, y los del sacerdote asesinado con él, Don Fernando Español, fiel compañero del obispo desde el inicio de su pontificado y que no quiso abandonarle en el momento de su muerte, a una capilla de la catedral a la que ha dado sus nombres. Estuve en el acto de la apertura al público de la citada capilla que fue verdaderamente emocionante. Centenares de sacerdotes que habían acudido a una ordenación sacerdotal precedían al obispo rodeados de más centenares de fieles. El proceso de beatificación de ambos está muy avanzado y Don Ramón del Hoyo, actual obispo, les ha encomendado las vocaciones sacerdotales de la diócesis. Y como en la homilía nos dijo que en sus ya siete años episcopales había ordenado a sesenta sacerdotes parece que el obispo mártir se ha hecho cargo del encargo.
Para levantar una diócesis destrozada, con su obispo y 125 sacerdotes asesinados, las imágenes y otros objetos de culto destrozados, las iglesias profanadas cuando no incendiadas y hasta el venerado cuerpo incorrupto del patrono San Julián quemado en el patio del obispado, se nombró a un simpático sacerdote leonés, Don Inocencio Rodríguez Díez, en promoción que a no pocos les pareció excesiva. Y fue el gran obispo de Cuenca de este siglo y medio que estamos analizando. Sencillo, simpático, humilde y bueno. Sobre todo, bueno. El se dio totalmente a Cuenca y Cuenca se le entregó. ¡Qué buen obispo! ¡Qué santo obispo!
Tras él, monseñor Guerra Campos. Una de las mejores cabezas episcopales de este siglo y medio de España. Seguramente el obispo más controvertido de la segunda mitad del siglo XX en la que hubo tantos obispos controvertidos. Y otro excelente obispo de Cuenca. Yo me atrevería a decir que otro santo obispo de Cuenca. Y algunos testimonios de primera mano tengo.
Por último, Don Ramón del Hoyo. Que me parece otro excelente obispo. No tendrá la brillantez intelectual de su predecesor pero, y ojalá no me equivoque, no va a desmerecer, como último eslabón, en una cadena episcopal realmente extraordinaria de la que Cuenca en verdad se puede sentir orgullosa.
De todos ellos nos da cumplida cuenta, con infinidad de datos Don Domingo Muelas en este libro que resultará imprescindible en el futuro para quien quiera ocuparse de la diócesis de Cuenca o de cualquiera de los que fueron sus obispos.
Y ahora, la de arena. Es una verdadera lástima que libro tan importante, y tan interesante, adolezca de algo que viene repitiéndose, demasiado, en las obras que nos van presentando canónigos, generalmente archiveros, o sacerdotes diocesanos que han dedicado muchísimas horas para confeccionar o actualizar los episcopologios de sus respectivos obispados o en redactar la biografía de alguno de esos obispos. Y ello es que utilizando los archivos catedralicios o episcopales o los Boletines oficiales de las diócesis resulta de ellos que todos los obispos son maravillosos, que el pueblo les idolatra y apenas hay ninguno que no merezca la canonización. En ningún Boletín aparecerá crítica alguna al pastor de la diócesis que siempre será nuestro amantísimo prelado preocupado a todas horas por hacer el bien y llevar a Dios a sus amadísimos fieles. Todos son humildísimos, fervorosísimos, generosísimos, caritativísimos y santísimos. Y, evidentemente, no todos han sido así.
Pese a ello, son tantos los datos de interés que aportan esas fuentes que, recogerlas en un libro ya es labor digna de todo encomio aunque siempre lamentemos algo más de espíritu crítico y el contraste con otras fuentes no eclesiales que permitirían una imagen más verdadera de los obispos en cuestión. El día en que canónigos, archiveros o simples sacerdotes, se decidan a saltar los muros de las catedrales para investigar con la dedicación y el celo que consagran a estudiar los documentos de sus archivos otras fuentes externas, habrá mejorado muchísimo la historia de la Iglesia hispana y sus obras serán irreprochables.
Ya de menos importancia, pero debemos consignarlo, el no seguir siempre un orden correlativo, que sería el normal en las actuaciones de cada obispo. Volver a años atrás, con sucesos nuevos que deberían haberse consignado antes, confunde al lector. Y también hubiéramos querido más precisión en las fechas pues hay hechos, o textos, que no sabemos de cuando son. Esta, evidentemente, no es una crítica general pero incomoda en las ocasiones en que aparece. Sobre todo lo hemos notado al tratar del pontificado de González Conde.
El enfrascarse en el documento que se tiene entre manos lleva también a despreocuparse de la redacción llevando a que la pluma se deslice en errores que con algo más de calma no se hubieran producido. Así, por ejemplo, cuando trata de las exequias celebradas por Doña María de las Mercedes, no la habría calificado de “Reina Madre” (p. 165) pues, como todo el mundo sabe, la primera mujer de Alfonso XII no fue madre de nadie. Creemos que el “sacerdote, periodista y amigo D. Urbano Ferreida” (p. 185), debe ser D. Urbano Ferreiroa Millán (1845-1901), clérigo notable en la época aunque hoy nadie recuerde quien fue. Cuando nos dice que Valero Nacarino eligió la “fiesta del Patrocinio de María Santísima para la gran ceremonia de su primera consagración episcopal” (p. 204), habrá lector ignaro que creerá que aquel santo varón fue consagrado obispo varias veces, o por lo menos dos, en Tuy y en Cuenca. González Conde no asistió al “Congreso Eucarístico” de Tarragona (p. 251), sino al Congreso Católico celebrado en aquella ciudad.
Son lapsus, fácilmente salvables, pero que también desmerecen en un trabajo por tantos conceptos excelente.
De los últimos obispos, aparte del dato que se encuentra en las fuentes, añade Muelas lo que conoce por ciencia propia. Y por ciencia de quien no es un párroco perdido de la Serranía sino cura importante y de moda. La semblanza de Don Inocencio es magistral. Próxima, cordial y, sobre todo, verdadera. ¡Qué obispo! Es lástima que no nos cuente, porque posiblemente él lo sabe, ya que tuvo trato directo y muy próximo con él, que pensaba aquel santo varón del Concilio, o mejor, de los excesos postconciliares, de las secularizaciones, de la Asamblea Conjunta, del desenganche del franquismo, de Tarancón, y evidentemente no me refiero al pueblo de la Diócesis, de Dadaglio...
¿Y la de Don José Guerra Campos? ¡Tan comprometida! Nos parece también próxima, cordial y valiente, aunque teñida de prudencia. Dice bastante pero calla mucho. Y él sabe lo que calla. La crisis de la Acción Católica está apenas mencionada y referida al libro que en su día (1989) publicó monseñor Guerra. Su intervención en el Concilio y su opinión sobre el mismo, reflejadas en una declaraciones a ABC que el periódico tergiversó, con protesta del obispo, están suficientemente expuestas.
Su entrada en Cuenca, de la que fui testigo presencial, está exactísimamente reflejada. Acompañándole estaban sus obispos amigos. El cardenal primado D. Marcelo, el obispo de Sigüenza-Guadalajara, monseñor Castán, el obispo auxiliar de Santiago, monseñor Cerviño, el auxiliar de Madrid, monseñor Blanco y el obispo dimisionario brasileño, monseñor González Ferreiro. ¡Qué pocos obispos! ¡Qué pocos amigos! El poder estaba en otro sitio y había que ser prudentes. Pero ese otro lugar llevó a la Iglesia española a simas desde las que está costando mucho trabajo, y muchos años, levantarla. Muchos años después, también acudí a la despedida de este mundo de monseñor Guerra. La catedral era la misma. Y tres obispo, también. Don José, de cuerpo presente. Y Don Marcelo y Don José Cerviño, ya eméritos. En repetidas ocasiones he dado testimonio de mi admiración por Don Marcelo González Martín, referencia de la Iglesia española cuando todo se hundía y la gran figura de nuestro episcopado en el último tercio del siglo XX. Su homilía en el funeral fue extraordinaria. Valiente y emocionante. El libro de Muelas la reproduce. Sólo ella vale el libro, que además tiene otros muchos valores. Y también mi reconocimiento a monseñor Cerviño que supo ser amigo desde cuando monseñor Guerra nacía para Cuenca hasta el día en que murió para la diócesis. En que murió definitivamente tras la muerte anticipada que es la renuncia a la mitra. Aunque bien sabemos, por la comunión de las santos, que los obispos, como los demás fieles cristianos, no mueren nunca. Con San Julián, con Valero Nacarino, con González Conde, con el obispo mártir, con D. Inocencio, está pidiendo a Dios por su Obispado de Cuenca, por aquella humilde diócesis que días malos para nuestra Iglesia hicieron que se le encomendara por no darle otra de más relumbrón a la que parecía estar llamado por sus egregias cualidades.
Muelas, después de hacer una excelente relato de las relaciones de monseñor Guerra con sus sacerdotes, entra en los temas más vidriosos de su pontificado. Su actitud ante la Conferencia Episcopal, con una consideración previa sobre la Asamblea Conjunta, su fidelidad al Papa, el ostracismo al que le relegaron sus hermanos, su apoyo a la Hermandad Sacerdotal, su cargo de Procurador en Cortes, su posición frente a la Constitución y ante el aborto, la muerte de Franco... Yo creo que se podía decir mucho más. Pero es digno todo lo que se dice. Y próximo.
Sobre la sustitución del obispo de Cuenca, encomendándole la administración de la diócesis al arzobispo de Toledo, Francisco Alvarez, ya he dicho bastante en otras ocasiones. Me pareció bastante miserable. Muelas pasa por ello como sobre ascuas. O, mejor, como el rayo de sol por el cristal. Es cuestión comprometida y no quiso comprometerse más. Y Muelas fue uno de los más decisivos, si no el más, artífices de la despedida que quiso darle la diócesis contra la voluntad de Don José. Que Dios se lo pague. Todo el relato de su episcopado es sumamente interesante, con las reservas que hemos manifestado. Que ojalá desaparezcan, o se reduzcan, en la biografía que nos dice tiene redactada sobre monseñor Guerra.
Del actual obispo, como es comprensible, apenas se limita a reseñarnos su historia previa al nombramiento episcopal. Dos páginas escasas. Creemos que será otro dignísimo obispo de Cuenca.
Estamos, pues, ante un libro muy importante que corona, por el momento, una ejemplar trayectoria eclesial del hoy canónigo de la catedral de Cuenca. No queremos que las reservas que hemos apuntado disuadan a algún lector de estas líneas de su lectura. Es muchísimo más lo positivo del libro que algún, a nuestro juicio, desmerecimiento del mismo. Ojalá, todas las diócesis contaran con algo parecido.
En estos momentos ha llegado a nuestra mesa un episcopologio almeriense que tiene muy buen aspecto. Son dos tomos voluminosísimos de los que, si Dios quiere, daré cuenta en algún momento. Y me anuncian que Don Enrique Cal Pardo, Deán de la catedral de Mondoñedo, está a punto de publicar, si no lo ha hecho ya, el de la diócesis mindoniense. Tengo el mejor concepto de Don Enrique Cal por trabajos anteriores suyos por lo que cabe esperar un magnífico trabajo. Algo está empezando a cambiar en la historia de nuestra Iglesia pese a trabajos tan decepcionantes como la historia de nuestras diócesis de la BAC. El que uno no tenga tiempo ya para leer todo lo que se escribe es ya una buenísima noticia.

P.D::Muy poco después de publicar este libro su autor falleció en accidente de automóvil.
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