Comunidad de amor que permanece (29.12.13)

1.Sabemos poco sobre la vida de Jesús en su niñez y en su juventud: vivió en Nazaret y creció siguiendo las costumbres de su pueblo. Lucas destaca tres rasgos: integrado en una familia, respetaba la autoridad de sus padres, crecía y trataba de hacer la voluntad de Dios. Lógicamente aquella familia de Nazaret funcionaba con el modelo común en aquella sociedad judía. El padre era la referencia cuyo oficio heredaba el hijo, mientras la madre se preocupaba de cuidar a los niños pequeños y atender a las necesidades domésticas. De ahí la influencia de María y de José en la educación y formación de Jesús. Y las virtudes familiares que Jesús respiró en aquel hogar, y después reflejó en sus parábolas, de algún modo deben ser clima permanente de la familia: ternura, cuidado y solicitud de los padres por el hijo, admiración por lo que iban descubriendo en él; y sumisión del hijo en la escucha y en el diálogo.

2. Según los evangelios, no resultó fácil a María y a José aceptar la maternidad y la paternidad responsablemente; tenían que arriesgar su vida en el proyecto misterioso de Dios que se iniciaba con el nacimiento de Jesús. Corriendo las aventuras y carencias de todos los emigrantes pobres, acogieron al niño nacido entre quienes no tenían para pagar una pensión. Y el evangelio cuenta los sobresaltos y peripecias de José y María para librar al niño amenazado de muerte, como los niños pobres, por los poderosos de turno que matan a los inocentes. No es que los poderosos avaros actúen como un Herodes más; en estos tiempos eso resultaría escandaloso. Quienes acaparan riquezas individualistamente matan a los niños de modo más sutil pues como recuerda el papa Francisco,” no compartir con los pobres los propios bienes, es robarles y quitarles la vida”.

3. En nuestra cultura el modelo de familia está cambiando. Está cayendo el modelo patriarcal y hay que dar paso a otros modelos culturales. El problema es que muere un espíritu y un clima necesario para los seres humanos: amor, confianza, solicitud y cuidado mutuos. El individualismo feroz no respeta el calor del hogar. Maltratos, rupturas violentas, choques generacionales , atropellos contra los más débiles amenazan ese recinto de amor, de comprensión, de perdón y de incondicional entrega que debe ser la familia, célula madre para la buena salud de nuestra sociedad. Defender hoy este recinto de humanismo no es sólo manifestarnos masivamente por las calles en pro de la familia, sino tratar cada uno de construir una y otra vez esa iglesia doméstica, comunidad de vida y de amor. Sólo así podremos ser evangelio, signo para todas las familias.
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