"Cuando hay mucha costra, no se puede arrancar de golpe" Hacia una Iglesia Sinodal

Hacia una Iglesia Sinodal
Hacia una Iglesia Sinodal

"Ni el concepto ni el término sinodalidad están de modo explícito en los documentos del Vaticano II, pero esa instancia se encuentra en la orientación renovadora de esos documentos"

"Ahora el papa Francisco retoma esa visión y da un paso más: 'La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio'"

"Esta visión conciliar sobre la Iglesia responde al evangelio de la fraternidad. Pero choca con otras visiones deformadas incluso en muchos cristianos"

"Sigue prevaleciendo la imagen de la Iglesia como sociedad de desiguales. De ahí la necesidad y oportunidad de un Sínodo de 'comunión, participación y misión'"

"Pero ese objetivo no se improvisa. Exige 'un proceso de sanación' y la celebración del Sínodo puede ser una llamada del Espíritu para que todos los cristianos despertemos a nuestra vocación bautismal y nos pongamos en camino"

Sínodo etimológicamente significa recorrer un camino juntos, como viajeros unidos en la misma andadura y con el mismo destino. El calificativo “sinodal” dado a la Iglesia, quiere decir comunidad de personas bautizadas conscientes de estar llamadas con otros para seguir a Jesucristo y ser testigos creíbles del Evangelio.

Ni el concepto ni el término sinodalidad están de modo explícito en los documentos del Vaticano II, pero esa instancia se encuentra en la orientación renovadora de esos documentos. Muy sensible a esta orientación, el Cardenal Suenens, uno de los padres conciliares más significativos, lo apuntó bien con su libro “La corresponsabilidad en la Iglesia”, 1968 .

Vaticano II

Y ahora el papa Francisco retoma esa visión y da un paso más:“La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”. En esa perspectiva convoca un Sínodo que no es una conferencia de estudios, un congreso político  o un parlamento,  “sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu  Santo” . Se trata de “caminar juntos laicos, pastores, obispo de Roma”. Un concepto fácil e expresar, pero no tan fácil de poner en práctica.

En la misma celebración del Vaticano II se vieron las limitaciones para la eficacia de un nuevo concilio ecuménico. Además de las dificultades para el intercambio entre los numerosos obispos –los 2500 de entonces, hoy casi se han doblado- las situaciones son distintas en cada región. Esas limitaciones aconsejan emprender el camino de la sinodalidad que abrió ya el Concilio dando relieve a las iglesias locales y a las conferencias episcopales. Continuando ese camino Pablo VI en septiembre de 1965 creó el Sínodo de los obispos. Pero además de estos indicativos las semillas de la sinodalidad están ya en la visión del Vaticano II sobre el misterio de la Iglesia.

Al presentar ese misterio el Concilio dio prioridad al símbolo pueblo de Dios donde todos los bautizados tiene la misma dignidad pues todos participan el mismo Espíritu. Al servicio de este pueblo el Espíritu suscita ministerios cuyas funciones “no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros”. 

Refiriéndose la vocación de bautizados laicos o seglares el Concilio dijo que llevan a cabo, dentro del mundo, la misión evangelizadora de la Iglesia. El sujeto activo en la celebración litúrgica es todo el pueblo de Dios.

Aunque un poco de pasada el Vaticano II también habló sobre el sacerdocio común de los fieles; Jesucristo no fue sacerdote practicando ritos en el templo judío, sino siendo totalmente para los demás; haciendo el bien, curando enfermos, poniéndose al lado de los excluidos, y combatiendo las fuerzas del mal. Sus gestos sacramentales fueron las comidas con los pobres, última cena, y lavar los pies a sus discípulos; todos los bautizados o seguidores de Jesús participan este sacerdocio al que deben servir los llamados ministerios ordenados.

Finalmente quienes reciben estos ministerios no tienen hilo directo con el Espíritu mientras la mayoría de los bautizados andan a oscuras y a expensas de lo que algunos privilegiados les digan; siguiendo la tradición, el Concilio destaca la importancia de “sentido de los fieles” que San Pablo llama “mente de Cristo”, “ojos iluminados del corazón”, “inteligencia espiritual” para discernir dónde está la verdad del Evangelio; la Palabra de Dios habla en “el sentido de los fieles” y los obispos deben discernir su voz  escuchándola “con piedad”.

Jesús Espeja
Jesús Espeja

Esta visión conciliar sobre la Iglesia responde al evangelio de la fraternidad. Pero choca con otras visiones deformadas incluso en muchos cristianos. La Iglesia no es una democracia, pero tampoco es una monarquía absoluta según la impresión que muchos sacan al ver su funcionamiento.

Por otro lado, el clericalismo -reducción de la Iglesia al poder abusivo del clero- es una patología introyectada incluso en muchos bautizados incondicionalmente sumisos a lo que les diga “el padre” y sin asumir responsabilidad personalmente.

Sigue prevaleciendo la imagen de la Iglesia como sociedad de desiguales donde unos mandan y otros obedecen, unos enseñan y otros aprenden, unos celebran y los demás asisten. De ahí la necesidad y oportunidad de un Sínodo de “comunión, participación y misión”

Pero ese objetivo no se improvisa. Exige “un proceso de sanación”. Una conversión al Evangelio en la reflexión teológica, en la catequesis, en el funcionamiento de la organización eclesial, en celebración litúrgica, en el corazón y en la mentalidad de los mismos cristianos.

Este cambio no es cosa de un día. Cuando hay mucha costra, no se puede arrancar de golpe porque las heridas supuran, se enconan y se cierran en falso. Pero debemos ponernos en camino hacia una Iglesia sinodal o fraterna que sea signo e instrumento de esa Presencia benevolente de Dios revelado en Jesucristo que a todos nos hace hermanos. La celebración del Sínodo puede ser una llamada del Espíritu para que todos los cristianos despertemos a nuestra vocación bautismal y nos pongamos en camino.

(publicado en la revista “Ecclesia”)

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