Una Iglesia en salida misionera

Domingo d Pentecostés


Evangelio: Jn 20, 19-23:

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».             

Para meditar:

Ya en la primera comunidad cristianas el fervor en el encuentro con el Resucitado  chocaba  con la incomprensión e incluso el rechazo de los mismos religiosos  judíos. La tentación era el miedo que recomendaba  cerrar las puertas  con el peligro de   acabar siendo una   secta religiosa. En ese contexto tiene lugar la intervención del Espíritu que infunde paz  e impulsa irresistiblemente a la misión. En lenguaje simbólico el Espíritu es  como el aire  que  nos permite respirar y  nos une a todos en la común atmósfera. Como el fuego que une a  los enamorados y enardece a los profetas.  Es el lenguaje  empleado   por San Lucas en el relato de Pentecostés.   

      Jesucristo fue totalmente habitado e impulsado por el Espíritu. Y la comunidad de sus seguidores no existiría sin la fuerza del Espíritu  que recuerda y actualiza, lo que Jesús hizo y dijo. Porque los tiempos y las culturas cambian, si quiere vivir y anunciar  el Evangelio, la comunidad cristiana debe  ser dócil al Espíritu,  avivar el  ardor misionero  y superar el miedo a perder falsas seguridades.

El Espíritu  da vida y aliento a todos y  o todo. De  algún  modo encarnado en cada persona, en las distintas culturas, en las religiones y en todos los que buscan a tientas  siguiendo el dictamen de su conciencia. Pentecostés evoca la fraternidad sin discriminaciones como vocación y horizonte para todos. Siendo signo creíble de amor fraterno,  la Iglesia puede servir a esa vocación de toda la humanidad,    

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