Implicaciones de una Iglesia Sinodal

 El concilio Vaticano II presentó el misterio de la Iglesia como forma visible de la comunión de vida dentro de la historia humana. Y entre las imágenes destacó la de “pueblo de Dios”. Aunque hay distintas funciones y no todos los bautizados marchan por el mismo canino, es común la dignidad de todos. Las funciones no implican superioridad de unos sobre otros y los distintos caminos solo son concreciones de la única espiritualidad bautismal. Aunque no emplea el término, la sinodalidad fue la clave del Vaticano II:  una Iglesia donde todos los bautizados, cada uno según su vocación, sean responsables y corresponsables en la vida y misión de la comunidad cristiana.  Un Sínodo sobre la Sinodalidad no hace más que poner práctica esa clave del Concilio.

            El camino sinodal exige primero que toda la Iglesia se ponga en camino. Es decir que todos los bautizados salgamos de nuestra instalación. La convocatoria de un Sínodo sobre la Sinodalidad es la puesta en marcha de toda Iglesia “en salida” misionera, comenzando por la misma Curia Vaticana: “Predicad el Evangelio”. Una salida de cualquier espíritu sectario dentro de la Iglesia. No sólo del clericalismo en una Iglesia piramidal donde el clero es clase dominante. Ni de la pasividad en que duermen muchos bautizados. Ni solo de la perniciosa distinción entre cristianos de primera y cristianos de segunda. Hay que salir también del grupismo que hoy no es tanto enfermedad de las congregaciones religiosas cuando tentación para muchos laicos que buscan clima cálido donde resguardarse del temporal inclemente. Por lo demás, todos debemos mirar de otra forma y considerarnos ciudadanos de este mundo fuera del cual no hay salvación.  

          El camino sinodal implica recuperar la visión y la reforma de la Iglesia sugeridas en el Vaticano II cuya recepción está inacabada. Da la impresión de que ni en teología ni en catequesis han entrado  la  visión de la Iglesia como pueblo de Dios,  el sacerdocio común,  el “sentido de los fieles”,  la vocación de todos los cristianos a la santidad. Cuando ha pasado ya la generación de quienes con entusiasmo vivimos la novedad que supuso el Concilio, al iniciar este proyecto de sinodalidad no solo hay que recuperar esas aportaciones del Concilio. Hay que destacar también aspectos decisivos que despuntan en  los signos de nuestro tiempo: el ser humano consciente de que ha sido puesto en manos de su propia decisión,  el clamor de los pobres, la dignidad y derechos de la mujer,  la organización social y el trabajo. En estos signos se debe hacer realidad o encarna esa experiencia de Dios que llamamos gracia.

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