Una Semana Santa despojada de sus vestiduras Sábado Santo: En el silencio del mundo

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"Los mismos que condenaron a Jesús, quieren sepultar su Evangelio""Que el silencio de este sábado santo, impuesto por un enemigo invisible, sea oportunidad para meditar sobre el rumbo que estamos dando a nuestras vidas, embarcados en un desarrollo técnico imparable y ciego"

El Evangelio: “Los sumos sacerdotes y los fariseos “fueron y aseguraron el sepulcro sellando la losa y poniendo guardia”. Los mismos que condenaron a Jesús, quieren sepultar su Evangelio. Con la losa sellada, ya solo queda el silencio. Después de celebrar la muerte de Jesús, según la liturgia se retira el Santísimo, se apagan toda las luces y solo queda un templo a oscuras, símbolizando una tierra donde Dios ha muerto. Hoy las calles de nuestras ciudades y pueblos, están vacías en el silencio del sábado santo. En este silencio valgan unos  puntos de meditación.

Silenciamiento del activismo. Cerrados en nuestras casas, tenemos la oportunidad de pensar en el ritmo acelerado de nuestra cotidaniedad para “hacer cosas”. eEn estos días ese activismo febril ha cesado y seguimos viviendo. Además tenemos tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y relacionarnos de otra forma con nuestros amigos lejanos y con nuestros vecinos muchas veces ignorados.

Silenciamiento de la fiebre posesiva que centra nuestros afanes en ganar más y en consumir novedades sin apenas tiempo para digerirlas Esta situación de crisis, cuando nuestros sofisticados inventos caen por los suelos, pueden ser indicativo para interrogarnos: ¿qué sentido tiene mi vida?¿hacia dónde camino?¿estamos solos o podemos confiar en Alguien que salve tanto amor entregado y cure tanto sufrimiento inútil, que compañe y dé fuerza cuando llega una calamidad? ¿ la última palabra sobre nuestra existencia es el amor, o la soledad de los muertos?

Finalmente silenciamiento de una pretensión ilusa: “ser como Dios”, dueños absolutos del mundo. Estamos viendo que cuando pretendemos manipular irreverentemente a la naturaleza, esa profanación se vuelve contra nosotros.

En muchos pasajes la Biblia se cuenta lo que tal vez nunca sucedió pero que está sucediendo continuamente. Sus relatos son como paradigmas que se concretan una y otra vez en la existencia humana. Pensemos por ejemplo en el relato bíblico del paraíso y del fracaso cuando el ser humano rompe con su Creador. La consecuencia es el fratricidio del perverso Caín que mata sin más a su hermano inocente; su presencia le estorba para vivir como dueño del mundo.

Resulta espeluznante, contrario a la vida y atentado contra dignidad de toda persona que los modernos tanto proclamamos, deshacernos de los niños incluso aún no nacidos o de los ancianos porque ya no rinden económicamente.

La obsesiva codicia nos lleva sin remedio a convertirnos en criminales. Hace ya más de cincuenta años, cuando el desarrollo económico y técnico ya eran deslumbrantes, el concilio Vaticano II avisó: “La Sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso altamente beneficioso para el hombre también encierra, sin embargo, gran tentación, pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazando con destruir al propio género humano”. Años antes el teólogo francés, como introducción a su excelente libro “El drama del humanismo ateo”, escribió: “No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios; lo cierto es que, sin Dios, no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre”.

Que el silencio de este sábado santo, impuesto por un enemigo invisible, sea oportunidad para meditar sobre el rumbo que estamos dando a nuestras vidas, embarcados en un desarrollo técnico imparable y ciego.

La cruz, signo de la omnipotencia de Dios
La cruz, signo de la omnipotencia de Dios

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