Visotros sois mis testigos

Domingo 7º, La Ascensión

Evangelio: Lc 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.

    Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, les bendijo. Y mientras      los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban   siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Para meditar:

La ascensión es una forma de expresar la resurrección: en Jesucristo la humanidad ha llegado a su perfección a su plena realización que simbólicamente decimos “ascender al  cielo”. De esto son testigos los cristianos. Una fe o experiencia desbordante que no se puede guardar en silencio silencio. María Magdalena intenta quedar abrazando al Resucitado, pero escucha: ve y anuncia a los hermanos “he visto al Señor”.

Testigo digno de crédito es el que ha vivido de cerca lo acontecido. Lo que deben comunicar los discípulos que se han encontrado con el Resucitado no es solo un elenco de verdades formuladas, unos ritos religiosos y una normativa de conducta.  Sino su propia experiencia: “lo que ellos han visto”; lo que les ha pasado en el camino. Algo nuevo que los ha sacado de la postración, miedos y desánimo, abriendo las puertas a una esperanza nueva,

Es natural que en esta situación cultural dislocada y sin referencias consistentes, los cristianos veamos la necesidad de activar nuevos métodos y nuevas estrategias para ofrecer el Evangelio. Pero algo previo y decisivo es avivar la experiencia mística que está en el origen de esa vocación misionera: el encuentro personal con el Resucitado   que gratuitamente ha irrumpido en nuestra existencia. No vale un  evasionismo espiritualista. La experiencia pascual inspira y mantiene la vocación misionera: proclamar con nuestra practica apasionada o estilo de vivir que todos somos hermanos. Sin esa experiencia pascual, no será posible que la Iglesia sea signo e instrumento para “infundir en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”. Palabras de Juan XXIII al convocar  el Concilio.

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