Para construir una sociedad más humana

Cuando se acercaba Jesús a una ciudad llamada Naín, se encontró que llevaban a enterrar “a un muerto, hijo único de su madre viuda…Al verla Jesús, le dio lástima y le dijo: no llores; y acercándose al ataúd, dijo: muchacho a ti te lo figo. El muerto se incorporó, empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre” (Evangelio)

Lo primero que resalta es la compasión de Jesús. Un rasgo que inspira todas su intervenciones milagrosas. Movido a compasión ante la exclusión social que sufren, se une a los pobres, cura leprosos y pone en pie a los tullidos. Movido a compasión al ver la necesidad de la gente, multiplica los panes. Esos mismos sentimientos le conmueven viendo cómo una mujer viuda llora la muerte de su hijo único. Si los cristianos decimos que Jesús es la Palabra o el Hijo de Dios, tenemos que concluir que Dios no es un tirano impasible, sino Alguien que se deja afectar por nuestros sufrimientos´

Pero hay más. Dios no se queda pasivo ante nuestros males. En y con la humanidad –Jesús es también verdadero hombre- quiere y transmite vida. El evangelista Lucas con este relato evangélico está evocando el gesto del profeta Elías que, al entrar en la ciudad pagana de Sarepta, encontró a una viuda desconsolada por la muerte de su hijo único, y lo devolvió a la vida. Por medio de sus profetas o sus portavoces, Dios se manifiesta como fuente de vida para todos, sin distinción de razas ni creados religiosos. Y Jesús de Nazaret es Profeta por excelencia, la Palabra de Dios “en la carne”, en la historia de la humanidad.

Tenemos una sociedad montada sobre la lógica de la dominación; sólo nos interesan las personas de las que podemos sacar algún provecho. Es la fiebre posesiva que por dentro a todos nos amenaza y carcome hasta tirar por tierra nuestras mejores intenciones e incluso laudables proyectos. Pero debemos corregir esa lógica que nos está llevando a una deshumanización desastrosa; hay que introducir en el tejido social la lógica de la gratuidad. No la introducirán ni el mercado ni los gobiernos; debemos ser los miembros de la sociedad civil, los ciudadanos; en nuestra familia, en nuestro trabajo, uniéndonos y colaborando a personas, movimiento y grupos que apunten en esa dirección. Hay que fomentar los sentimientos de compasión no como sensiblería barata y pasajera, sino como apasionamiento para que todos, tratando de superar las muchas alienaciones que nos esclavizan, vayamos construyendo una sociedad donde sea posible la vida para todos.
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