La feliz ocurrencia de Juan XXIII

El concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965) fue convocado por el papa que Juan XXIII que, animado por el Espíritu, escuchó y se dejó impactar por el evangelio y por los anhelos profundos de la humanidad sedienta. De no haber sido por este hombre, carismático y realista, sencillo y tenaz al mismo tiempo, no se habría celebrado.

La ocurrencia de convocar un concilio ecuménico sorprendió a los cardenales de de la Curia Romana que acogieron la noticia con un silencio obsequioso. No era para menos dada la edad avanzada del papa que había iniciado su ministerio como Sucesor de Pedro sólo unos meses antes. Sin embargo esa ocurrencia, sin duda del Espíritu, no respondió a un impulso momentáneo e ingenuo. Desde tiempo atrás se venía constatando la ruptura entre la cultura moderna y la fe cristiana. Era necesario el “aggiornamento”, la puesta al día. El mensaje de Jesucristo proclamado en la Iglesia debía entrar en las venas de la humanidad como una savia nueva. Y esto suponía discernir por dónde circulaba la sangre y la vida de la humanidad.

Pero era sensible a esa preocupación la mayoría la Curia vaticana que seguía manteniendo un modelo de Iglesia sociedad perfecta bien asegurada en sus dogmas y costumbres por una jerarquía firme. El Vaticano I (1869-1870) había fortalecido ya esta jerarquía declarando el poder absoluto del para sobre toda la Iglesia ¿Para qué se necesitaba un nuevo concilio ecuménico? Según cuentan, algún cardenal sugirió al papa que era muy precipitado iniciar un concilio en 1963, y el papa le respondió: “pues iniciémoslo en 1962”. Si no es cierto, es bien traído porque aquel hombre sencillo y cercano, fue también convencido y tenaz para llevar adelante un proyecto tan necesario como difícil. De no haber sido por el coraje profético del papa Juan, el concilio no se habría celebrado.
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