1.Hacia una presencia significativa de la Iglesia en la sociedad

Reflexiones desde Costa Rica, agosto 2019

            Cuando se ha conocido el proceso de la situación española en las últimas décadas, y hoy observa el proceso en un pueblo latinoamericano tan peculiar como Costa Rica, ve las diferencias y también una coincidencia de fondo. Se habla de distintas modernidades pero tal vez sea más adecuado hablar de distintas versiones de la única modernidad entendida como subida del individuo que quiere decidir y actuar por sì mismo.

            La realidad en su dinamismo es muy compleja y resulta temerario definirla; también la descripción es arriesgada. Quizás un reflejo aproximativo a la situación de búsqueda que vive este pueblo centroamericano sean las intervenciones programadas desde el Centro de estudio para el desarrollo interdisciplinar (CEDI) en el apretado espacio de dos semanas.

            Pidieron una introducción para cada conversatorio que ahora ofrezco en cuatro post.

  1. Hacia una presencia significativa de la Iglesia en la sociedad

           Fue el título que dí a la intervención que solicitaron sobre religión y política ( En el Observatorio sobre el hecho religioso Universidad Nacional, 22 de agosto). En las últimas elecciones presidenciales algunos partidos se presentaban como cristianos dispuestos a implantar políticamente su visión religiosa. La cuestión saltaba de nuevo: ¿cómo se relaciona la religión cristiana con la política u organización de la “polis”?. Por sentido común solo apunto lo que, trayendo algunos textos del Vaticano II, que aquí van entre comillas, debemos aceptar como la orientación oficial de la Iglesia católica.

         Hay dos imágenes de la Iglesia que sugieren dos modelos para entender su relación con la organización política.

            1ª Sociedad perfecta paralela y por encima de la sociedad civil. Una institución dotada de poderes divinos que le dan autoridad para influir directamente sobre todas las áreas seculares; como es sociedad perfecta no está subordinada a ninguna otra y sus decisiones son indiscutibles. Por otro lado en la institución eclesial el poder está en manos de la jerarquía eclesiástica a la que los gobernantes deben escuchar y obedecer. Un modelo que se originó cuando el cristianismo se aceptó como religión oficial del imperio romano, cuajó a lo largo de la Edad Media, se afianzo en tiempo de la Contrarreforma después de Trento y ha prevalecido hasta el Vaticano II.

                 2ª La Iglesia, comunión de un estilo de vida     

           La sociedad moderna reclama su autonomía y surgen distintas visiones seculares con sus verdades y valores funcionando al margen de que Dios exista y desconectadas de la religión. Sensible a la nueva situación cultural el Vaticano II abandona la imagen de la Iglesia como sociedad perfecta, y la presenta como “misterio de comunión”, donde hombres y mujeres participan y tratan de tejer su vida recreando el espíritu que animó la conducta de Jesús de Nazaret. Así haciendo inolvidable a Jesucristo la Iglesia es “un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Se da por supuesto que la Iglesia, comunidad de seres humanos, tiene una organización visible, pero ahora se enfatiza que es comunión de vida y signo de la vocación comunitaria para la sociedad humana. El Vaticano II reconoce que también esta sociedad secular y las otras religiones son portadoras de verdades y valores. En consecuencia la Iglesia sale de su auto-referencialidad, abandona la lógica del poder y del anatema, ratificando la solidaridad y alianza con la sociedad civil en actitud de servicio, diálogo y colaboración. Es la orientación que intenta dar el papa Francisco.

            En esta orientación el Vaticano II defiende la libertad de la personas y la autonomía de los seres humanos en la gestión de las tareas seculares. En otras palabras, apoya la laicidad: la condición del pueblo (laos) que actúa como sujeto de su propia historia libre de imposiciones políticas, económicas, culturales o religiosas. Un reclamo que tiene que ver con la sociedad democrática. Un signo positivo de la humanidad en crecimiento.

            En estos supuestos se entiende la relación de la religión cristina con la política y cómo caminar hacia una presencia pública significativa de la Iglesia. Valgan tres pinceladas del Vaticano II

            “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso”. La Iglesia no es un partido político; ningún político debe apropiarse del calificativo “cristiano”

            Pero de esta misma misión religiosa ·”derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina”; “a fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas”. Luego hay inevitable incidencia política de la fe cristiana y de la Iglesia cuando de verdad vive esa fe.

            Abandonada la lógica del poder, hay que pasar de la imposición a la proposición autosuficiente a la proposición con: “la verdad no se impone más que por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas”; “no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”.

            Para dar testimonio creíble, hay que tener experiencia de lo acontecido. Según el Evangelio los seguidores de Jesús son luz y sal en la sociedad. Pero cuando muchos están desencantados de la Iglesia y cada vez menos se soportan las imposiciones, la Iglesia no aportará luz si los   cristianos no somos sal. Si no aceptamos vivir solidariamente con todos, sin privilegios de ninguna clase, ofreciendo en nuestra conducta el sabor del Evangelio. La laicidad de la sociedad y la aconfesionalidad del Estado pueden ser un signo del Espíritu para el rejuvenecimiento espiritual de la Iglesia y para su presencia pública y significativa en el mundo.

Volver arriba