Una vocación de libertad (domingo,30.6,13)

La Palabra:”Las raposas tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (evangelio).
1. La sociedad española sigue un proceso de emancipación o alejamiento respecto a la Iglesia, y la nueva situación no es fácilmente digerible para muchos católicos que nacimos y crecimos en una “situación de cristiandad”, cuando la Iglesia tenía un reconocimiento estatal.

En esta nueva situación amenazan dos tentaciones: agarrarnos a falsas seguridades que pueden darnos las apoyaturas oficiales, y ser intolerantes e incluso agresivos contra quienes, a veces con acritud excesiva, rechazan sin más cualquier palabra o gesto que venga de la Iglesia.

2. El evangelio una vez nos remite a Jesús de Nazaret en cuya conducta sobresalen dos rasgos muy complementarios. Primero, su libertad. La existencia de aquel hombre, a quien confesamos Hijo de Dios, fue como un éxodo, una salida de cualquier instalación, una liberación de falsas seguridades que dan la riqueza, el prestigio social y el poder. Así lo expresa el relato evangélico sobre las tentaciones. Cuando estaba en juego la vida de los seres humanos, la libertad de aquel hombre ante los tradicionalismos, ante las leyes, ante los ritos y preceptos más sagrados, fue tan notoria que desconcertó a todos. Unos dijeron que estaba endemoniado los más benévolos pensaban que había perdido la cabeza. Segundo rasgo fue su comprensión o tolerancia bien entendida. Jesús no fue insensible al mal: son bien elocuentes sus comidas con los pobres, las curaciones de enfermos y los lamentos ante la cerrazón de los poderosos arrogantes. Pero nunca ejerció su autoridad con autoritarismo ni devolvió mal por mal.

3. Y esa conducta es la que Jesús propone a sus seguidores que buscan puestos de poder y maldicen a quienes les cierran la puerta. En el bautismo fuimos invitados a salir de la esclavitud para vivir como hijos que se sienten libres en el amor que los sostiene y motiva. Libres no sólo de las riquezas e incluso de la seguridad que nos da tener una casa propia, sino también ante lo más sagrado como es enterrar a un ser querido. Libres incluso ante los rechazos abusivos que puedan venir de los otros. Tolerancia con amor implica sufrimiento pero también comprensión y perdón hacia quienes nos rechazan. Todo lo contrario a maldecir para que los parte un rayo. Curiosamente el militar romano que hacía guardia junto a la Cruz, al ver con qué amor y con qué libertad entregaba su vida el Crucificado, confesó: “verdaderamente éste hombre es el Hijo de Dios”.
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