Contra ETA. El valor de "la palabra"

El asesinato del empresario Ignacio Uria a manos de ETA nos hace recordar y repetir las palabras de condena mil veces dichas y escuchadas. Palabras que casi todos compartimos contra sus autores. Somos plenamente conscientes del valor extraordinario de la palabra, "estoy contigo", "cómo lo siento", "no hay derecho", "es un crimen", "cuenta conmigo", "vamos a salir juntos de esta ruina moral", "nadie podrá impedirnos vivir de pie"... A otros les gustan palabras más duras, y hacen bien. Palabras contra ETA, contra sus miembros y colaboradores. Palabras contra quienes les apoyan, disculpan y justifican. Las palabras siguen siendo imprescindibles.


La gente dice, mucha gente dice, "basta de palabras, se necesitan hechos". Pero no, se necesitan también palabras. Cuidando mucho no repetirlas con rutina, pero se necesitan también palabras y gestos. La familia y los amigos, y los profesionales empresarios que están en el mismo tajo que Ignacio Uria, necesitan también nuestras palabras y gestos de solidaridad. Las personas somos seres de corazón y espíritu, y necesitamos palabras de condena y de consuelo, gestos de solidaridad y apoyo; con significado íntimo y privado, y con significado público y político.

Necesitamos instintivamente la palabra que nace del corazón y que llega al corazón de las víctimas del terrorismo como bálsamo que alivia la angustia y el dolor extremos. En términos prácticos, la palabra no devuelve la vida a las víctimas, la vida digna de Ignacio Uria, el bien más preciado para cada uno; pero la palabra y el gesto de afecto tiene significados impagables en lo que representan de solidaridad, de protesta contra la injusticia y hasta de amor por la víctima.

Y la palabra, la palabra que pasa de la condena a la acción política, es el comienzo de un camino que sólo con ella podemos recorrer, que estamos recorriendo ya hace muchos años, y que va reclamando de todos los ciudadanos vascos, al pasar por su lado: Y tú, ¿por qué no te sumas a esta marea de la convivencia en paz? Cada uno es necesario, y hasta imprescindible. En mi caso, que procedo del mundo cristiano, la historia reciente de la sociedad vasca, me recuerda por momentos la pregunta bíblica, ¿qué es de tu hermano? Ésta es la pregunta que interpela a los vascos de bien, a la gente que ha elegido, ¡mejor aún, obedecido!, el "respetarás a los otros en su dignidad de personas" y "no matarás", y que los convoca en un movimiento moral que no puede dejar de crecer hasta ocupar todos los rincones del país.

¿Qué es de tu hermano, de tu deber de respetarlo en su vida, en su dignidad de persona, de tratarlo siempre como un fin y nunca como un medio? Pregunta moral que nos envuelve y se adentra en nuestra conciencia recordando que nada digno de derecho hay en mí, si no puedo reconocer la dignidad incondicional de los demás. La de Ignacio Uria, hoy, en primer lugar. Por eso quienes asesinan, lo planifican, lo realizan, lo callan, lo entienden, lo justifican, lo explican, o lo aprovechan, son personas que arruinan la dignidad propia y ajena. Todas sus pretensiones vitales y políticas padecen de esta inmoralidad radical y se pierden como derecho para ellos.

Y las arruinan de tal modo, que mientras ellos las persigan con sangre de las víctimas, ninguno de nosotros puede hacerlas suyas con inocencia. Y las malogran de tal modo, que habrá que discernir en el futuro, cuando el horror de ETA termine, ¡porque acabará!, hasta dónde alcanza su herencia política envenenada; y aclarar, a la vez, lo que no nos vamos a permitir, sin antes hacer justicia a Ignacio Uria y a las mil víctimas que le han precedido.

Y la palabra, cierto es, la palabra amistosa y fraterna, tiene un destino necesariamente práctico, penal y político. Por la palabra se puede llegar a saber quiénes lo han hecho, quiénes han colaborado y quiénes lo van a seguir haciendo. Por la palabra es posible dar cuerpo a un pacto político que preserve la vida política institucional de la violencia interna. ¡No se puede estar en la política profesional y callar sobre las amenazas y asesinatos de los adversarios políticos! Es que no es una cuestión de libertad de expresión, sino de saber si se está en la política con renuncia expresa a la violencia terrorista como un medio más de la misma.

Es una cuestión de confianza sobre si somos iguales en los medios políticos, o si, por el contrario, alguien cuenta con una mafia terrorista entre los suyos. Éste es el problema y no el de la libertad de expresión. ¡Hablamos de profesionales de la política, no de señores que toman unos tintos en la barra de un bar, y pueden callar o no sobre los asesinatos y asesinos!

Por la palabra, hecha denuncia social y ley, vamos a avanzar en la imprescindible deslegitimación social de ETA; por la palabra, vamos a caminar y entendernos después de ETA. Por la palabra vamos a mantener nuestras pugnas en aquello que todavía nos hace irreconciliables. Por la palabra, siempre es por la palabra.
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