Nación y religión a la americana: ¡Qué envidia! ¿Sí?

Les supongo a Ustedes casi hartos de noticias sobre el acceso de Barack Obama a la Presidencia de los Estados Unidos de América. He escuchado y leído muchos comentarios sobre el acontecimiento, y me han llamados la atención un par de detalles que nos afectan. El primero tiene que ver con “la nación americana”. Muchos comentaristas y medios, ciertamente los más conservadores, han destacado lo que ellos llaman “envidia” de ver que todos los norteamericanos han estado como una piña alrededor de su Presidente. Y decían, ¿por qué razón? Porque se sienten y reconocen una sola nación y bajo una sola bandera.

Al escuchar esto, yo pensaba, pero ¿no decíamos que ser nacionalista era algo bastante superado y hasta peligroso para la convivencia? En fin, ustedes se darán cuenta de que llamamos “bueno” al nacionalismo propio, y malo, al ajeno. Yo, hasta donde me crean, les digo que lo mejor es ser lo que en conciencia y razón veamos, pero serlo con mucho respeto de los otros y serlo con mucho sentido crítico de lo nuestro; de lo contrario, caeremos en el terreno pantanoso de la nación como imposición y violencia, seremos nacionalistas “inaguantables”.

Les diré también que gobernar y convivir es más fácil donde todos tienen una idea de nación común y única, pero, ¡qué le vamos a hacer!, cada uno debe convivir y gobernar con lo que le toca. Por eso, y vengo a nuestra experiencia, tanto Ibarretxe como Zapatero tienen que saber gobernar con mayorías bien nutridas, y más allá de sus propios partidos. Es democrático gobernar y legislar con mayorías raquíticas, por ajustadas, pero en los asuntos más importantes, es poco “duradero y alienta malestares”. ¿Les tengo que recordar casos concretos? Por tanto, cada uno convive y gobierna con lo que le toca, y lograrlo en paz y justicia, ése es su merito.

El otro aspecto que me ha llamado la atención en los comentarios de estos días es “la presencia de la religión” en torno a la jura de Obama. Hay explicaciones convincentes sobre la diferente forma de concebir la relación de los políticos y la política con la religión, en América, y la nuestra, en Europa. Pero lo que quería destacar es que los comentaristas se han referido a la religión como un elemento ornamental, y muchos decían, “qué bien, qué bonito”. Y cuando razonaban de este modo, yo decía, “les trae sin cuidado la pregunta acerca de qué clase de religión hablamos y cuál es la verdad de la religión en cuanto tal”. No, no, el comentario era, ¡qué bien queda la religión en estos momentos!

Eterno dilema el que les muestro entre la religión funcional, la que sirve al sistema social como adorno y argamasa, y la religión profética, la que cuestiona el sistema social desde los pobres y excluidos. Y con todo el respeto, la religión cristiana es mucho más esto, religión profética, que lo otro, religión funcional. He dicho “mucho más”. Y me pregunto a menudo, pese al realismo que requiere la política, ¿cómo es que ningún presidente de ningún lugar se ha ido del cargo por razones religiosas, ante las barbaridades que tiene que tragar? Y respondo; supongo que por responsabilidad, muchas veces, pero por una religión y por una ética aligeradas de sus exigencias de justicia y paz, muchas otras. Claro está que quien dice “un presidente” podría sustituirlo por cualquiera que tenga altas responsabilidades en un grupo. Lo dejo aquí, porque si en todos fuese lo mismo, la religión y la ética serían indiferentes, y no es el caso.

Ya lo decía Max Weber que la ética de la política es “particular”, ética de la responsabilidad con las malas consecuencias que se derivarían de llevar los principios morales de la política al extremo, pero ética con un límite, cuando la conciencia del político dice, “me voy, porque un mayor desajuste entre mis principios y obras es una injusticia insoportable”. La política hace tiempo que olvidó está segunda parte y eso no está bien. Buena suerte, presidente Obama.
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