Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz, pero el grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer. Tal vez como muchos de nuestros eclesiásticos (?)

RESURRECCION

El texto de hoy es realmente un tejido que forma un tapiz de hermosas evocaciones del hecho central de la historia de la humanidad: la Resurrección del Señor. Por otra parte, este relato concluye el camino de los discípulos hacia la fe en el Señor resucitado, que se puede concretar en la expresión de fe de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!

         Recorramos el texto con calma (aunque quizás sea excesivamente largo para una homilía):

  1. Aquel grupo (iglesia) se encuentra al atardecer-anochecer el primer día de la semana

         La Resurrección supone la nueva creación realizad por Cristo en su muerte y resurrección. Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz. Sin embargo aquel grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer, a oscuras, como en tinieblas (una de las antítesis de Juan: verdad / mentira, muerte / vida, luz /tinieblas).

         Hoy en día, ¿no estamos en una espesa noche cultural, humanista, religiosa? ¿No seguimos el consejo de Nietzsche que nos condenó a vivir errantes en una noche densa?

¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro?[1]

         En la misma pandemia ¿no estamos en una noche no ya científica, sino una noche de esperanza, en una falta de horizonte?

         No somos capaces de transmitir un poco de esperanza y de Vida.

         Ha amanecido la vida: resucitó el Señor, nuestra esperanza.

  1. Los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos.

         Aquellos primeros discípulos estaban encerrados con miedo a los judíos.

         Jesús “había fracasado” y sus seguidores se encierran, “se enquistan” por miedo.

         Muchos sectores de la iglesia, se encuentra encerrados en sí mismos por miedo a todo. El grupo de cardenales, de obispos, de laicos que se oponen al papa, viven encerrados y con miedo. ¿No será este el caso de nuestra propia diócesis de San Sebastián? ¿No vivimos en una noche doctrinal, en una cerrazón blindada a todo pensamiento, libertad y creatividad? ¿No se tiene miedo a la libertad y diversidad teológicas o -simplemente- miedo a la libertad de pensamiento? ¿No vivimos con miedo a las ideologías, no tenemos pavor a los logros de las ciencias? ¿no se tiene miedo a la sexualidad? ¿no condenamos “todo lo que se mueve” en nuestro derredor?

         El miedo bloquea, encierra, “confina para no contaminarse con lo que considera pandemia teológica, moral, etc.” y no tolera la más mínima apertura. El miedo toca a vísperas de fanatismos y fundamentalismos.

  1. Jesús se hace presente en la comunidad y les confiere paz y alegría

         Cuando JesuCristo no está en una comunidad ese grupo se encuentra “al anochecer, con las puertas cerradas y con miedo.”

         Pero cuando Jesús está presente en una comunidad, en una iglesia, en una parroquia o diócesis, hay paz, alegría y ánimo-espíritu: Paz a vosotros… y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Recibid Espíritu

Una iglesia que genera miedo, pánico, escrúpulos, culpabilidades, miedos, tristezas, no es la iglesia de Jesús

Mirémonos nosotros personal y eclesialmente si vivimos en paz, con alegría e ilusión.

¿Y si en vez de cuidar el “orden público”, la precisión ritualista, la exactitud dogmática y la “disciplina de partido”, cuidáramos la paz de nuestras gentes, la alegría o cuando menos la serenidad y la ilusión, el ánimo de nuestros curas, laicos y creyentes?

En el evangelio de hoy podemos apreciar que lo esencial en la Iglesia es la presencia de Cristo en medio de la comunidad. Lo central no es el Derecho Canónico, ni el catecismo, ni el báculo. Quien es el fundamento de nuestra vida es Cristo: él nos infunde paz y serenidad.

  1. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.

         Una iglesia encerrada en sí misma, se dedica “a sus cosas”, a sus liturgias y sus estructuras, a conservar como en formol la doctrina, el dogma, los ritos.

         Una iglesia en la que está Cristo, vive abierta a la misión; o en palabras del papa Francisco, es una iglesia que sale a las “periferias”, sale afuera, hacia el diálogo con otras gentes, hacia los más pobres, busca el diálogo con las ideologías, desea la relación y comunicación con las diversas tradiciones cristianas (ecumenismo), con otras religiones.

         La iglesia huele a alcanfor y formol y tenemos miedo a pillar una neumonía con el aire fresco del Evangelio.

  1. Tomás no estaba con ellos.

Tomás probablemente había terminado decepcionado de Jesús y del grupo, por eso se había marchado y no estaba en el grupo. Por eso no cree, posiblemente andaba despistado (fuera de pista), descentrado.

         Como nosotros. Nuestras iglesias están medio vacías. ¡Cuánta gente no se ha marchado de la iglesia!

¿Cómo nos va o nos ha ido la vida “al margen” de la comunidad, en las rupturas familiares, en las disensiones eclesiásticas, ideológico-políticas?

         Los seres humanos somos comunitarios, sociales. Nos nacen nuestros padres, vivimos en familia, recibimos la cultura de nuestro pueblo (además de otros elementos universales), la fe la vivimos en comunidad eclesial, en la parroquia, en la vida comunitaria, los idiomas son comunitarios, lo mismo que los valores, etc.

         Las fugas y marginaciones son problemáticas, difíciles. Cuando uno marcha o rompe con su familia, se crea una situación difícil para todos; cuando se ha de salir del propio pueblo-cultura por razones de trabajo (migraciones), de exilio (situaciones políticas), etc. no son cosas sencillas. Lo mismo en la vida eclesial: cuando se producen rupturas, separaciones, etc., la cosa es problemática.

         ¿A qué viene esto?

Fuera del grupo uno vive dislocado, hace frío, se está mal.

En estos momentos eclesiásticos habremos de procurar vivir una eclesiología no de continua disputa o una eclesiología de “vencedores y vencidos”; no sería lo más mínimo humano ni cristiano. Sería, es muy triste.

  1. Tomás vuelve al grupo.

         A los ocho días Tomás se reincorpora al grupo. Son “Los otros discípulos” los que le comunican: hemos visto al Señor.

         La educación, la fe, la cultura nos la transmiten siempre “los otros”, la familia, el pueblo, la iglesia. Es muy difícil vivir siempre sólo y al margen de alguna comunidad humana y de la comunidad cristiana. No se puede ser “cristiano por libre”, como no se puede ser familia por libre o no se pertenece a un pueblo por libre, sino con un cierto sentido comunitario.

         Somos seres comunitarios. Esta pandemia que estamos viviendo nos está aislando, confinando por fuerza mayor (sanitaria). Pero es difícil vivir aislado, porque somos seres comunitarios.

Y es que vivir en comunidad es algo tan natural y espontáneo como difícil y en ocasiones, duro. La vida matrimonial y familiar es muy problemática en determinadas situaciones, lo mismo que la vida socio-política, y eclesiástica. Pero no es menos cierto que somos socio-comunitarios.[2]

  1. Jesús se acerca a Tomás, al ser humano, con sus “heridas curadas”. Sus heridas (llagas) nos han curado (1Pedro 2,25)

Jesús no reprocha nada a Tomás, se acerca a su frustración y angustia, como se acerca a todo ser humano: a los dos de Emaús, a la hemorroísa, la samaritana, al ciego, leprosos, epilépticos, etc.

Jesús le muestra a Tomás sus “heridas sanadas”. Las heridas son el recuerdo de la redención y estamos sanados por sus heridas. Sus heridas nos han curado, (1Pedro 2,25).

         La herida de Tomás, como las viejas cuestiones familiares, las polémicas eclesiásticas, enfrentamientos políticos, etc., no estaban sanadas todavía.

         La herida está curada cuando ya no rezuma amargura y rencor y es fuente de luz y de paz.

Perdonar no es olvidar, sino que perdonar es recordar de otra manera. No perdamos la memoria. Sería una de las mayores violencias que podríamos cometer. Lo que nos constituye en personas es lo que decidimos olvidar y lo que decidimos recordar y el modo como decidimos recordarlo. No ser capaces de recordar es no saber quiénes somos. Pero no recordemos violenta y rencorosamente.[3]

         Las heridas de Cristo han sanado y nos han sanado desde el amor. No es sano –ni sabio- que las heridas, las viejas heridas históricas continúen hurgando nuestra existencia. Las heridas, las llagas pueden también hablar de reconciliación. Perdonar es recordar “lo que pasó”, pero desde el amor. Es más humanizador el amor que el odio.[4] La verdadera sanación no es pretender volver atrás, a “paraísos originales” perdidos definitivamente. Pedro amará al Señor siempre desde su pecado, sus negaciones, lo mismo que los demás discípulos y que nosotros.

         En el momento de nuestro pueblo (y de nuestra iglesia), estas cosas adquieren una relevancia política especial: la pacificación, el respeto, el pluralismo, el perdón, son valores decisivos.

         La iglesia prestaría un gran servicio político y evangélico a nuestro pueblo y a nuestras comunidades si nos acercásemos a nuestra memoria con la amabilidad de la paz, reconciliación y perdón, que es lo que creemos.

  1. Tomás llega a creer en Cristo: Señor mío y Dios mío

         Podríamos decir que este relato termina con la fe en Cristo de Tomás y del grupo.

         Creemos en Cristo que sana nuestra existencia y esa fe en Cristo nos sana y ayuda a vivir en paz, alegría, la ilusión (espíritu), la esperanza y la misericordia.

Señor mío y Dios mío

[1] F. Nietzsche, La ciencia gaya, n 125.

[2] En la vida eclesial se baraja con excesiva frivolidad y simplismo las ideas de comunión y obediencia, sin tener en cuenta otras dimensiones como son el pluralismo, la diversidad, las tradiciones varias, los estilos eclesiales y carismas, la armonía, que no van, ni mucho menos contra la vida comunitaria.

[3] Los jesuitas celebran el lunes de Pentecostés la fiesta de “la herida de San Ignacio en el sitio de Pamplona”. El de Loiola podía haber terminado siendo un cojo amargado para el resto de su vida, pero terminó siendo una gran persona y santo. La herida le sanó.

[4] Hay por ahí un refrán que dice: si quieres tener placer, véngate. Si quieres ser feliz, perdona.

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