Orar es demorarse en Dios Padre y en la vida

Orar

  1. Las dos lecturas que acabamos de escuchar nos hablan de la oración. Los dos textos reflejan un modo y un contenido diverso de oración. Tanto Abraham como Jesús vivían en oración.

  1. En el AT -primera lectura- Abraham dirige a Dios su petición de perdón para su pueblo. El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús para quien la oración es la expresión de su experiencia de un Dios Padre de todos nosotros

  1. Las personas necesitamos orar.

Quizás orar es abrirse a la ultimidad, a Dios. Quizás orar es “demorarse en Dios”. Orar es vivir en referencia a Dios, a la ultimidad: confrontar, contrastar, compartir  nuestras vidas con Dios…

La vida y la fe es bueno que sean oradas: nuestra fe, toda fe ha de ser orada.

La oración no es algo que tenga poca importancia o que queda para los ratos libres, como tampoco es una obligación o una ley de la iglesia: ir a misa los domingos… La oración es un clima habitual de diálogo con Dios Padre, es poner nuestros criterios, nuestros problemas y preocupaciones, nuestras tareas y esperanzas en el ámbito de Dios en ese horizonte de ultimidad y verdad hacia el que caminamos.

    En la reciente biografía que el jesuita azpeitiarra, JM Guibert[1] ha escrito sobre S Francisco Javier, dice que el santo navarro tenía en su vida cuatro grandes actitudes: La oración, la amistad (relaciones), la misión (evangelización) y  las letras (el estudio). De las cuatro la más importante es la oración. El fundamento, la roca de su vida era el encuentro con Dios. Javier, como Jesús, pasaba también largas noches en oración allá en el lejano Oriente.

El pasado domingo veíamos cómo María representaba esta actitud de quietud, de silencio y oración. Los seres humanos necesitamos, como Jesús, retirarnos al desierto, pasar ratos de silencio, de reflexión, de oración, a no ser que reduzcamos la vida a una pura evasión o a un formulismo eclesiástico.

  1. Naturalmente que Jesús conocía los modos de oración del AT: como judío que era muchas veces habría cantado los salmos o el aleluya, muchas veces habría acudido al templo. Pero posiblemente, porque conocía bien ese tipo de oración, es por lo que nos dice:

  1. Cuando oréis, orad en silencio, no metáis ruido como las liturgias de los fariseos y letrados, como los eclesiásticos del templo: orad en el fondo de vuestro corazón: no tanto en el templo suntuoso, porque ha llegado el día en que a Dios se le adora no el suntuoso templo de esta basílica o de aquel templo, sino que a Dios se le adora en espíritu y en verdad, en el fondo de vuestro corazón: el diálogo con Dios, con la verdad, con la justicia, con la paz acontece en el fondo de nuestro ser.

Por ello la oración más genuina y cristiana es la de contemplación y abandono en Dios Padre. La oración consiste en poner la vida, ponerse en manos de Dios Padre.

  1. Y cuando oréis no digáis muchas palabras, sino basta con decir PADRE

Aquí estamos ante la experiencia más importante de Jesús: Cristo no se pierde en el maremagnum de filosofías, teologías y liturgias: Cristo tiene la experiencia y se dirige a  Dios como PADRE.

Quizás Jesús podía habernos dicho que Dios era Creador o eterno o todopoderoso; o podía habernos hecho un diseño de la Trinidad o del misterio de Dios,  etc., pero ni lo hizo ni nos lo transmitió así.

El Dios de Jesús es Padre y, por tanto bondad y salvación, ahí estamos en el núcleo, en los latidos más profundos de Jesús... Por ello cuando nos dirijamos a Dios hemos de hacerlo llamándole por su nombre: Padre…

Creer en el Dios de Jesús y orar al Dios de Jesús es creer y dirigirse a un ser que es Padre y, por tanto, alguien bueno. La oración cristiana es permanecer en la bondad de Dios.

Esto tiene una gran importancia para nuestro ser cristiano. Somos cristianos cuando creemos en la bondad y paternidad de Dios. Otro tipo de experiencias de Dios no son cristianas; no digo que sean malas, sino que no son cristianas.

La imagen de un Dios de puro moralismo, pecado y confesión  no es lo más mínimo cristiana.

Creer en el Dios de Jesús es saberse llamado, acogido, amado, perdonado y reconciliado. Nos hará bien recuperar esa experiencia de Dios Padre Quizás nuestra tradición, religiosa es una tradición muy religiosa, pero al mismo tiempo muy poco cristiana. Quizás somos muy religiosos, pero muy poco cristianos. Esa tradición nos habla de un Dios que puede ser temido, de un Dios juez, de un Dios al que hay que rendir cuentas, pero no de un Dios al que valga la pena amar: ese Dios es temible, no amable. Por ello necesitamos recuperar la fe y la oración en el Dios y Padre de NS Jesucristo que nos ha liberado.

En todo caso, levantemos nuestra mirada hacia Dios Padre y vivamos en referencia a Él y desde Él estructuremos nuestra vida. Y cuando nos dirijamos a Dios, llamémosle confiadamente: PADRE NUESTRO.

[1] JM Guibert, El viaje de Javier. Un itinerario de discernimiento, Bilbao, Ed Mensajero, 2021, pp 169ss

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