"Necesitamos personas con autoridad y -casi- sólo contamos con personas poderosas" Mucho haremos si expulsamos algún que otro espíritu inmundo

De dos en dos
De dos en dos

Jesús no fue una persona de poder, no impuso nada por la fuerza, nunca utilizó el poder para controlar o dominar a sus discípulos. Jamás excluyó a nadie. Fue libre y liberador

Es bueno para la Iglesia ir perdiendo poder económico y político, pues ese despojamiento acerca a la Iglesia al movimiento que puso en marcha Jesús cuando envió a sus discípulos de dos en dos, sin alforjas, sin dinero ni túnica de repuesto, y con una sola misión: «predicar la conversión»

  1. Jesús envía a los suyos.

     El mismo Jesús enviaba a los suyos a evangelizar dándoles autoridad sobre los “espíritus inmundos”: llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos

         Jesús envía a evangelizar y por evangelizar entiende expulsar los espíritus inmundos. Jesús les da autoridad (no poder) sobre los espíritus inmundos.

Por espíritus inmundos no hemos de entender unos seres extraños, algo así como demonios que andan por la historia “zarandeando” al personal. Hablar de demonios era (y es) hablar de enfermos del cuerpo y de la mente (problemas psicológico- psiquiátricos). Y la autoridad de los discípulos es para liberar a la gente de esos males.

Evangelizar es transmitir el mensaje sanador y liberador de JesuCristo.

     Evangelizar es comunicar vitalmente a la gente la liberación de la ley, del pecado y de la muerte.

  1. Autoridad (no poder) y pobreza.

     Jesús les da y les envía con autoridad sobre el sufrimiento físico – espiritual humano.

Autoridad no es poder.

Poder es la potestas que una persona o institución ostenta porque se la ha conferido quien puede hacerlo. Un político, un obispo tienen poder porque han sido instituidos en tal cargo por quien puede hacerlo.

Sin duda que tal poder será legítimo.

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Autoridad es otra cuestión mucho más noble. Auctoritas (autor) proviene del latín «augere» (hacer crecer) e indica la capacidad que una persona tiene para “hacer crecer” a los demás, para hacerlos más adultos y más capaces de una vida digna. Una persona tiene autoridad por su bondad y sana presencia en un grupo, en la familia, en la comunidad, pueblo, Iglesia…

Autoridad es el que tiene una relevancia moral porque esa persona es competente, amable, razonable, bondadosa, sensata, etc.

     Es evidente que hay personas que tienen poder, porque se lo ha conferido quien puede hacerlo (los votos, la máxima jerarquía, etc.), pero puede ser que esa misma persona constituida en poder, no tenga la más mínima autoridad ni relevancia moral en el grupo, en la sociedad, en la diócesis, en la comunidad religiosa, etc.

Jesús no fue una persona de poder, no impuso nada por la fuerza, nunca utilizó el poder para controlar o dominar a sus discípulos. Jamás excluyó a nadie. Fue libre y liberador. Escuchaba a los pobres, paralíticos, leprosos, ciegos, a los soldados extranjeros, se negó a condenar a la adúltera e invitaba a Pedro –y a nosotros-  «perdonar hasta setenta veces siete». Ponía salud y vida en las personas, sensatez y justicia en la sociedad. No ostentó ningún poder oficial pero, actuaba como quien tiene autoridad (Mc 1,22).

Por eso, cuando envía a sus discípulos a evangelizar, «les dio autoridad sobre los espíritus inmundos», es decir, les dio capacidad para liberar del mal, no para dominar y controlar a las personas.

Necesitamos personas con autoridad y -casi- sólo contamos con personas poderosas.

Lo que quiere el Señor Jesús no es la “carrera” que hacen no pocos clérigos para tener una dignidad, unos poderes, una seguridad económica. Y si es posible, trepar y llegar muy alto, hasta tener altos cargos. Da vergüenza solo pensar en semejante proyecto. Lo malo es que abundan los clérigos que aspiran a esta “trapacerías”, pensando que así es como tienen que servir a la Iglesia. ¡Qué desgracia para la causa del Evangelio de Jesús, el Cristo!, (JM Castillo).

Jesús no les da poder, sino autoridad.

  1. Misión.Somos país de misión.[1]

     Hace 50 años se publicó un libro en Francia que causó un gran escándalo: “Francia, país de misión”.[2]

 ¿Y nosotros?

     La transmisión de la fe, del evangelio está muy dificultada, si no impedida, incluso sociológicamente está mal visto ser creyente, cristiano.

Los tres puntales en los que se cimentaba la socialización (la misión), la transmisión de la cultura y, por tanto, de la fe, están hondamente en crisis: la familia, la escuela y la iglesia. Quizás el substrato socio.cultural es lo que ha cambiado enormemente y la “plantilla de este ordenador da –por defecto-increyentes”.

     Europa es país de misión.

 En el fondo Jesús nos envía a la misión, a evangelizar. Y evangelizar no es cuestión del clero, de los curas… Todos estamos enviados a evangelizar, a sanar los corazones afligidos. Todos los cristianos tenemos esta noble tarea en la vida: expulsar los espíritus inmundos, liberarnos de la miseria, del sufrimiento, de la enfermedad, de la injusticia, de la droga, etc…

La misión fue la principal dedicación de la iglesia naciente. Pablo hace tres largos viajes misionales por el Imperio romano: Asia Menor, Grecia, Roma, quizás Hispania. Pedro igualmente fue un misionero.

     Si hay misión es porque el Evangelio es lo que es: eu –angelion: buena noticia que tiende a comunicarse.

     Hoy en día transmitimos poco el evangelio, más bien “sacramentalizamos” al personal utilizando los sacramentos no tanto como expresión de la fe, sino como ritos con un tono mágico, más que cristiano.

     La nueva evangelización posiblemente será cuestión de décadas, que en unos primeros momentos requerirá sensatez y “discernimiento” personal y comunitario. Habrá que olvidar el régimen de cristiandad y todo nacional-catolicismo y pensar en un cristianismo más personal que sociológico. Es necesario volver al Evangelio de JesuCristo, más que a determinadas etapas de la historia de la Iglesia.

  1. Ni pan ni alforja. Bastón y sandalias

La pobreza e inseguridad de los débiles.

La Iglesia después de haber sido la religión oficial del Imperio romano y haber ejercido durante siglos un poder hegemónico -al menos- en occidente. En muchas etapas  la Iglesia no ha sabido caminar sin el apoyo de algún poder político, económico, ideológico o de su propio poder eclesiástico. Está demasiado acostumbrada a vivir y actuar desde un nivel de superioridad poco -nada- evangélico.

Gracias a Dios que en estos momentos el papa Francisco está recuperando el sentido de servicio, su autoridad no es el castigo, sino la bondad, la misericordia.

Sin embargo, es bueno para la Iglesia ir perdiendo poder económico y político, pues ese despojamiento acerca a la Iglesia al movimiento que puso en marcha Jesús cuando envió a sus discípulos de dos en dos, sin alforjas, sin dinero ni túnica de repuesto, y con una sola misión: «predicar la conversión».

Jesús no necesita de poderosos o prepotentes, ni de ricos que sostengan el evangelio. La Iglesia es de y para la gente sencilla que sabe vivir la fe con pocas cosas y trata de vivir sanando y curando enfermos y sufrimientos.

Jesús no puso el Evangelio en manos del poder y del dinero. No acumuléis tesoros en la tierra, no busquéis el poder. El dinero se convierte en signo de poder, de seguridad, de ambición y dominio sobre los demás. El dinero le resta credibilidad al evangelio. Desde el poder económico no se puede predicar la conversión que necesita nuestra sociedad ni crear un espacio de solidaridad para todos.

     Estamos llamados y enviados por el Señor a hacer el bien, a aliviar, curar, expulsar demonios. Sanemos corazones afligidos y curemos las enfermedades y los males que podamos.

[1] Es de tener en cuenta que la Iglesia, la misión no es una ong. La misión lleva el evangelio con todo lo que el evangelio implica. Las ong desempeñan un papel, cada una tendrá su tarea con toda seguridad que noble, pero evangelizar es otra cosa. El evangelio no es un libro, es una persona: Cristo, la buena noticia de Cristo.

[2] La France, pays de mission? GODIN, H. - DANIEL, Y., Paris, du Cerf, 1962 Cerf

Francia, país de misión

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