Cuando los hombres decepcionamos a Dios, éste dice: "Cristo"

UVA

  1. otra vez, la viña.

         Es la tercera parábola que escuchamos estos domingos con el tema rural-poético de la viña.

         Todo el que conoce un poco el mundo rural) sabe que la viña es una de las tareas que requieren mucho cuidado: hay que mantener la tierra limpia, hay que poner una cerca para que no entren animales y se coman las hojas de las cepas, las uvas, hay que podar, hay que escardar; la vendimia se hace (al menos hasta ahora) a mano. Los cuidados de la viña son muchos.

         Es un buen símbolo cuando el evangelio nos dice que: un hombre tenía una viña que cuidó con cariño... No es difícil intuir a Dios cuidando a su pueblo, que en adelante no será solamente el pueblo judío, sino un pueblo que dé frutos, que será no solamente la Iglesia, sino todo aquel que trabaje como dice Isaías (1ª lectura) por el derecho y la justicia.

  1. ¿y si no da fruto?

         Todo el que ha sembrado o plantado algo en cualquier orden de la vida, tiene una gran ilusión por ver brotar y disfrutar de los frutos. Sea en el orden de la agricultura, sea en el de la educación: familiar o en el colegio, en universidad, en la vida cultural, etc. Es hermoso sembrar y esperar -esperanza- a que brote y la semilla dé buenos y abundantes frutos.

         El dueño de la viña se había hecho ilusión de unos buenos racimos, una buena vendimia. Y por eso envía a algunos labriegos a recoger el fruto. Pero allí no había nada de nada: apedrean y matan a aquellos labriegos.

  1. ni abolengo, ni prepotencias

         La parábola de hoy levanta acta de la autoexclusión de los jornaleros de primera hora. Aquellos que habían sido llamados desde el comienzo finalmente han terminado matando incluso al Hijo.

         Podemos también nosotros pensar como los judíos, sumos sacerdotes, senadores y poderosos del pueblo: que somos de raigambre y tradición católica, cuando en realidad apenas nos queda un sustrato cultural.

         No basta con los cromosomas, con la etnia, con la tradición, hay que poner en activo las neuronas: lo personal, el pensamiento, el humanismo, la fe, y hace bien activar la bondad, el corazón.

  1. ¿Qué hará el labriego dueño de la viña?

         Ante la esterilidad y el no dar fruto, Isaías tiene palabras duras:

os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: voy a quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.

         Sin embargo Jesús, una vez más, termina la parábola de modo desconcertante. Los que le están escuchando, que es la jerarquía del templo: los sumos sacerdotes, los senadores del pueblo, es decir: “los del partido”, “los del obispado”, viven “lógicamente” de la doctrina tradicional, la ortodoxia, en el poder, por eso responden:

Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.

Sin embargo Jesús sale por otros derroteros muy diversos:

¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente

         El Señor de la viña, no la va a arrasar, como intuye Isaías, sino que la va a seguir cuidando. Su Hijo no queda en la muerte, sino que, como el grano de trigo, da vida; como la viña, su sangre es vida y redención, y es la piedra angular del nuevo templo no de piedras materiales, sino de “espíritu y verdad”, (Jn 4).

  1. Dios no se decepciona nunca.

         Nosotros nos decepcionamos y desilusionamos con frecuencia y pronto, “tenemos la mecha corta” y explotamos pronto.

         Allá en el Génesis se dice que; “vio Dios todo lo que había creado y le pareció muy bueno”, (Gn 1,10); aunque no es menos cierto que unos pocos capítulos más adelante, dice: “vio Dios lo que había creado y se arrepintió de haber creado al hombre”. (Gn 6,6-7).

         Sin embargo el Dios de Jesús no se decepciona nunca del hombre. Dios tiene una paciencia histórica infinita. Espera pacientemente siempre. Lo de Dios es una historia salutis: una historia de salvación. Es cierto el mal, los malos frutos, es cierta la historia de condenación (historia damnationis), pero Dios siempre espera a que el trigo salga adelante más allá de la cizaña. Y cuando Dios dice su última palabra, dice Jesús, que significa: salvador. Jesús es la última palabra de Dios. Finalmente, pues, no hay más que salvación, buenos frutos, pan y vino. Nuestra miseria es la que hace brotar la misericordia de Dios.

         Cuando los hombres “decepcionamos a Dios”, éste dice: Cristo.

  1. ¿pobres, débiles, extranjeros, tardíos?

         Quizás somos pobres en diversos sentidos: de familia humilde y pobre. Quizás nuestro apellido y nuestra proveniencia no son étnicamente puros como para ser de los de primera hora, de los puros, del templo; tal vez seamos débiles pecadores como los publicanos y prostitutas de la parábola del domingo pasado y de siempre; a lo mejor hemos llegado a última hora a trabajar en la viña.

         Nuestro Dios no se decepciona de nosotros. Si acogemos y proclamamos la última palabra que Dios ha pronunciado a la humanidad: Jesús, seremos salvos. (Rom 10,13)

Cristo es nuestra piedra angular

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