La vida es la vida, defiéndela Teresa de Calcuta)

Vida

  1. ¿Qué nos cabe esperar en la vida (y en la muerte).

    Recuerdo cómo Eugenio Romero Posse, (sacerdote y obispo gallego, 1949-2007) consciente de su, más o menos, cercana muerte por la enfermedad, decía que: solamente vivimos en plenitud cuando hemos asumido en la vida nuestra propia muerte.

La muerte problematiza toda la existencia. Probablemente uno no vive sereno hasta que no se plantea y resuelve el problema de la muerte.

Estos días de comienzos de noviembre: Todos los Santos y Difuntos, así como ya la “recta final” del año litúrgico, nos hablan y sitúan ante el final de la vida y ante la finalización de la historia, todo lo cual ha reaviva en nosotros las cuestiones de la esperanza y la resurrección.

¿Qué nos cabe esperar en la vida? ¿En quién está nuestro futuro? ¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La Palabra de este domingo trata de pensar un poco en estas cosas. Las dos lecturas de hoy (incluidos los salmos místicos) son aproximaciones, a lo que fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel: la fe en la Resurrección,

La Palabra de hoy es una invitación a meditar sobre el sentido del vivir y del morir, que de alguna manera siempre ha inquietado al ser humano. La fe en un Dios que nos ha creado para la vida fue madurando lentamente en Israel hasta culminar en la persona de Jesús. Con el don de su vida, muerte y resurrección, Él nos ha enseñado a vivir el presente con un significado nuevo, abriéndonos a un horizonte de eternidad insospechado.

  1. Vale la pena morir cuando se espera la resurrección. (II Macabeos).

El segundo libro de los Macabeos está escrito casi en vísperas del nacimiento de Jesús, escrito hacia el año 100 aC.

Es una de las primeras veces en las que se afirma aquí en todo el AT la fe explícita en la resurrección del ser humano.

La esperanza de los fieles del AT en la resurrección se confirma y se hace más explícita en los tiempos difíciles. Los mártires, alentados por la fe en una vida eterna, se mantienen firmes e insobornables en el cumplimiento de la Ley. Saben que Dios, que les ha dado el cuerpo, es también poderoso para resucitarlo.

Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.

La fe en Dios, en Cristo resucitado y desde ellos la fe en la resurrección suponen un nivel alto confianza en Dios.

  1. Los saduceos tramposos.

    Los saduceos eran la aristocracia sacerdotal (provenientes del sacerdote Sadoc en tiempos de David y Salomón), constituían la clase alta de Israel. Eran pocos, ricos y poderosos.

El pueblo de Israel había llegado ya a la fe en la resurrección, pero curiosamente la alta sociedad saducea no creía en la resurrección. Esta es la razón por la que le tienden a Jesús una pregunta trampa aparentemente matrimonial, pero que en el fondo está la cuestión de la resurrección.

    A los saduceos, que no creían en la resurrección, no les importaba nada de quién iba a ser aquella mujer y le hacen una pregunta “trampa” a Jesús. Lo que pretenden es pillarle a Jesús acerca de la resurrección. Si no creéis en la resurrección ¿a santo de qué preguntáis a Jesús de quién será aquella mujer?

  1. Dios de vivos.

Jesús elegantemente sobrevuela el legalismo de aquella gente poderosa y deja de lado la ley del levirato escrita en el libro del Deuteronomio, que obligaba a la mujer a casarse con el o los hermanos de su marido muerto y se remonta al origen.

En el más allá la vida no necesitará procreación, por lo que no hará falta casarse y, en todo caso, lo que importa es que viviremos, porque nuestro Dios no es de muertos, sino de vida.

  1. Poco más podemos verificar y mucho más podemos esperar.

De un tiempo –más bien largo- a esta parte es masiva la despreocupación, cuando no el desprecio hacia la muerte y la resurrección.

Sin embargo todas las culturas de todos los tiempos han cultivado la esperanza en la vida más allá de la muerte. Las modalidades culturales de hacerlo han sido varias, fundamentalmente inmortalidad, reencarnación y resurrección.

La miopía y la ceguera de la sociedad no significa que no exista la luz, sino que yo soy quien no veo o no quiero ver.

Habremos de echar mano de la fe y de la esperanza.

Creer y esperar en la resurrección no es creer en un acto de magia o de prepotencia, sino un fiarse hasta el final de lo que Jesús nos dijo: Dios es señor de la vida, no de la muerte. Yo soy la resurrección y la vida.

    No es que somos inmortales. La inmortalidad no necesita de Dios. El fundamento de la resurrección no es nada humano, sino Dios, que nos rescata de la muerte.

    Para la fe en la resurrección como para todo en la vida es necesaria una gran sensibilidad humana, de corte espiritual  y cristiana.

  1. Nuestras vidas no terminan en la muerte.

    Cuando la muerte se nos presenta en nuestro derredor o en nosotros mismos, nos sitúa ante un gran abismo, insondable e incomprensible. Una postura sensata es la de no comprender, pero confiar, que fue la actitud de muchas personas del AT.

    Nuestro Dios es Dios de la vida, no de la muerte

Dios no abandonará mi vida en la muerte, no dejarás a tu fiel amigo conocer la corrupción. Me enseñarás el camino de la vida. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua junto a Ti. (Salmo 16).

Dios es el sentido y la meta de nuestra vida

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