EVANGELIO VIVO

Lc 13,22-30.- ENTRAD POR LA PUERTA ESTRECHA

 

 

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Hoy, domingo 25 de agosto, TO 21, leemos el evangelio de San Lucas 13, 22-30, comentado por nuestro hermano Patxi Loidi, presbítero.

22 Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. 23 Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: 24 «Luchen por entrar por la puerta estrecha, porque, les digo que muchos pretenderán entrar y no podrán.

25 «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, quienes estén fuera se pondrán a llamar a la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Y él les responderá: No sé de dónde son ustedes. 26 Entonces empezarán a decir: Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas. 27 Pero él les dirá nuevamente: No sé de dónde son.¡Apártense de mi, gente malvada! 28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a ustedes los echan fuera.

29 Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. 30 Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.

PALABRA DEL SEÑOR

COMENTARIO

Amigas y amigos: Pasaje duro, ¿verdad? ¿Qué significa? ¿Es acaso un texto que nos envía al infierno? Nada de eso. Jesús aprovecha una pregunta curiosa, para invitarnos a la conversión. Este es el centro del pasaje.

Hay personas que se dicen cristianas y andan marcando el número de personas que se salvan. Todo para meter miedo a la gente y llevarla a su religión. Pero según Jesús, todo ello es inútil y hasta contraproducente.

Con la invitación a la conversión, hay un fuerte aviso de Jesús a la sociedad judía de su tiempo. Lucas lo aplica a la sociedad palestinense del año 85 a 90, cuando él escribió este evangelio, porque no aceptaban a Jesús. El texto les dice cosas muy duras:

  • û Que les cerrarán la puerta del Reino y no les abrirán aunque griten.
  • û Que no basta haber comido con el Señor ni haberle oído en las plazas, si no se convierten.
  • û Y que otras personas, venidas de todas las partes del mundo, ocuparán su puesto en el banquete del Reino, como verdaderas hijas e hijos de Abraham.

Todo esto ocurrió en aquella fecha, porque muchos hombres y mujeres paganas creyeron en Jesús y mucha gente judía, no. Y como eran quienes primero recibieron la llamada al Reino,  Jesús dice la frase misteriosa del final:

  • û Hay primeros que será últimos, en alusión a la sociedad judía.
  • û Y hay últimas que serán primeras, en alusión a las numerosas conversiones de gentiles.

¿A quién tenemos que aplicar esta enseñanza hoy en día? A la gente de los países cristianos. Actualmente somos quienes recibimos la llamada en primer lugar. Pero nos hemos dormido.  En cambio muchas gentes de Asia, África y Oceanía, están recibiendo el bautismo y entrando a la Iglesia con fervor y entusiasmo. Tienen muchos mártires y están dando al mundo un gran ejemplo de perdón y de oración por sus enemigos. Muchos medios e comunicación editan estos hechos a cuentagotas. Informan poco sobre ello. Pero, como nos dice Jesús, esos cristianos recién convertido van a ser los primeros,lo están siendo ya, aunque sean los últimos que han entrado a la Iglesia.

Lo más duro es quizás el final, la referencia al “llanto y rechinar de dientes”. Jesús y el evangelista lo toman del universo simbólico de aquella época. No coincide con la imagen de Dios que nos da Jesús, un Dios padre-madre. Digamos que quienes no aceptan a Jesús y su evangelio, se lo pierden.

Escuchemos al Señor. Que no nos cierren la puerta, por la flojera de nuestra fe.  Jesús nos dice a cada cual: Esfuérzate en entrar por la puerta estrecha; es decir, conviértete de verdad, cambia de vida y asume los valores de Jesús.

PLEGARIA

Más delgado, más delgado…

Señor, la puerta ¿es muy estrecha?

Y ¿tengo que pasar por ella?

¡Pobre de mí, que necesito adelgazar!

Mis bolsos están llenos de basura dorada.

¡Ay, lo que te inflan las monedas de oro!

¡Pobre de mí, que tengo que bajar el peso!

Quiero ponerme tu vestido nuevo,

pero no me entra, mi Señor, no me entra.

 ¿Sabes lo que nos cuesta desprendernos

de carnes y de piezas de oro?

Tu aduana es estricta para el peso…

¿Me dejarás pasar?

¿No podrías hacerme ese favor

con uno de esos trucos tuyos tan bonitos?

Apártate… Frenó el Señor y me libré

de su furia celeste…

No me trates, Señor, tan duramente.

No me entra, no me entra tu vestido.

Lo estoy rasgando, se me rompe,

por los dos lados. No hay remedio. Ayúdame.

Debo ponerme flaco, esbelto, limpio, reluciente.

Y una voz en el cielo iba cantando:

“Esto parece operación estética.

¿No era la operación de la ética divina?

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