"Donde Dios está florece la vida" ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
"Nuestra vida de fe y nuestra relación con Dios debe estar fuertemente alimentada por la esperanza"
En este tercer domingo de adviento la liturgia de la palabra nos invita a meditar en la importancia del tiempo de la espera, donde la paciencia es fundamental para mantenernos firmes, sin desfallecer en aquello que se espera y que seguro llegará.
Juan el Bautista mandaba a sus discípulos con Jesús para preguntarle si Él es el Mesías o hay que esperar a otro.
Jesús responde diciendo que vayan a decir a Juan que los muertos resucitan, los sordos oyen, los ciegos ven, los leprosos quedan limpios y a los pobres se les anuncia la buena nueva.
Nuestra vida de fe y nuestra relación con Dios debe estar fuertemente alimentada por la esperanza.
La historia de la salvación es, en su naturaleza, una historia de espera en las manifestaciones de Dios.
El apóstol Santiago lo expresa con mucha claridad en la segunda lectura de este domingo: Vean como el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías.
¿Qué mantiene en nosotros esa espera? La gracia de Dios que se manifiesta de forma viva con la presencia de Jesucristo entre nosotros, en el amor que profesamos y queremos vivir como cristianos. Dándole a nuestras relaciones las características del amor que Cristo nos impulsa.
Nuestra oración, nuestra vida sacramental y nuestra vida de caridad en la compasión y promoción de la dignidad de hijos de Dios de nuestros hermanos, alimentan nuestra vida en la gracia.
Esta vida de la gracia es ya una lluvia que cae sobre nosotros para dar esos frutos preciosos.
Jesucristo comunica esa gracia que están viendo y oyendo al ser curados los ciegos, los sordos, los mudos.
Esta revelación de Jesucristo se sigue manifestando en la historia de la iglesia con las historias de santidad que laten en el corazón mismo de la iglesia.
El camino del amor y de la santidad son las mejores vías de revelación hoy en la iglesia para mostrar al mundo que hay que esperar con ánimo firme, como nos recuerda el profeta Isaías en la primera lectura y Santiago en la segunda lectura.
Juan el Bautista puede quedar tranquilo ante la respuesta de Jesús y entender que lo que le ha tocado hacer, de preparar el camino al Mesías, lo ha cumplido y su tiempo ha terminado como enviado delante de Jesús.
Lo anunciado por Juan el Bautista, ha llegado.
La espera nos invita siempre ha renovarnos en los tiempos y acontecimientos que van llegando y que le van dando continuidad a la obra de la gracia y de la salvación.
Nosotros, como bautizados, somos parte dinámica en el testimonio de nuestra confesión en Cristo.
Por eso es importante nuestra confesión de fe, sea en la liturgia como la vida diaria.
Así le dice Jesús a los discípulos de Juan: los ciegos ven, los cojos caminan, los sordos oyen…
Un testimonio que revela la verdad de lo que se ha esperado y que manifiesta la presencia viva de Dios.
Donde Dios no está hay desierto, aridez y todo se marchita. Por el contrario, donde Dios está florece la vida.
Discernamos y meditemos en oración en este tiempo de adviento: ¿Cuál es la manifestación de la vida en la gracia de Dios que nos hace ser fecundos y crecer? O ¿cuál la aridez y lo marchito que va apagando la vida y la bendición en nosotros?
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