"Existencia partidista de grupos defensores a ultranza (confesionales) del Papa de turno y de su gestión" Bandos y grupos partidistas excluyentes en la Iglesia

Bandos en la Iglesia
Bandos en la Iglesia

"Salvo excepciones, que las hay, las víctimas del pasado se han reconvertido, ahora con Francisco, en censores, jueces y verdugos. Y, al contrario, los censores y jueces actuales fueron, en otros tiempos, las víctimas propiciatorias. La historia se repite de modo constante"

"Ambos bandos esparcen en las comunidades cristianas y en la propia Iglesia, a todos los niveles, la nada evangélica semilla del chismorreo, de la maledicencia, del vituperio, de la discordia, de la falta de respeto al otro"

"Se percibe un trato diferente y discriminatorio entre los opinantes en función de coincidencias o no con la línea editorial del medio en cuestión"

He de confesar que, en mi vivir diario, he procurado, dado el marco circunstancial que me era propio, aprender lo mucho que me enseñaba la propia vida (experiencia). Con el discurrir del tiempo, fueron creciendo en mi interior algunas convicciones radicales, que han actuado como sólidos apoyos a la hora de decidir mi vida, esto es, a la hora de decidir cómo quería vivirla. Ellas, firmemente enraizadas, me han asegurado seguir adelante con relativa comodidad. A la vez, me han permitido funcionar dentro de mi entorno único (mi circunstancia) a fin de saber a qué atenerme. Y, por supuesto, han facilitado el no caer en manos de otros (ser uno mismo).

1. Descripción de su modo de actuar

Guardo memoria muy viva de varios de los últimos Papas. Personalidades muy distintas, pero pontificados, excepción de Francisco, coincidentes en dar por bueno el paradigma medieval, el sistema romano de dominación y de poder. Todos ellos se significaron por un mismo fenómeno, tan viejo como la misma Iglesia, a saber, la existencia partidista de grupos defensores a ultranza (confesionales) del Papa de turno y de su gestión. Grupos que, con semejante pretexto, luchaban en el fondo por el poder efectivo (al menos, una cuota del mismo) en la Iglesia, pero que, contradictoriamente, se atrevían a juzgar y condenar a los demás, que no profesaban su entusiasmo partidista. Estos grupos han venido practicando, inmisericordes, la desafortunada ‘damnatio memoriae’ e, incluso, la exclusión (excomunión). ¡Vaya vergüenza!

Por paradójico que parezca, tan negativo y antievangélico fenómeno, al menos en lo que tiene de exclusión de los diferentes y en ciertos aspectos del trato que habitualmente les dispensan, muy alejado de las exigencias del camino que muestra San Pablo (1Cor, 13 y 14), también se manifiesta con fuerza inusitada, no obstante las muy diferentes concepciones eclesiales de que parten, en el actual pontificado de Francisco.

Enemigos de Francisco

En realidad, y en el terreno de la experiencia cristiana vivida en el día a día, apenas se aprecia diferencia alguna en el talante y comportamiento de cierto ‘franciscanismo’ actual y el ‘fundamentalismo restauracionista’ de los pontificados de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Los entusiastas seguidores, vistos desde fuera, en apariencia se comportan de igual modo: intolerancia frente al que no piensa como ellos, marginación y exclusión, obsesión impositiva y persecutoria al diferente.

Todos sabemos de sobra quiénes militan, en general, en los respectivos bandos. Se les distingue a lo lejos. Incluso, me atrevería a decir, desde la experiencia del trato con muchas víctimas de todos ellos, que se comportan y usan una misma metodología. En realidad, son los mismos. Eso sí, desde posiciones diferentes. Salvo excepciones, que las hay, las víctimas del pasado se han reconvertido, ahora con Francisco, en censores, jueces y verdugos. Y, al contrario, los censores y jueces actuales fueron, en otros tiempos, las víctimas propiciatorias. La historia se repite de modo constante.

Antes y ahora, estos grupos se manifiestan, con ligeras variaciones y matices, con verdaderos excesos sentimentales (‘forofísmo’, a veces no exento de ribetes fanáticos) a favor o en contra, pero, con bastante frecuencia, alejados de la verdad, del respeto y el equilibrio deseables. De modo legítimo, existen en la Iglesia, si bien no parece que tenga sentido su constante contraposición mutua de carácter excluyente. Los padecimos, como digo, en pontificados anteriores. También son muchos los que lo soportan en el actual. A veces, se llega o se roza el insulto personal, y/o a la descalificación segura y repetida, a los diversos, olvidando que todos somos hermanos. Se exhibe, demasiadas veces, cierta manía persecutoria.

División en la Iglesia

Probablemente, unos y otros no lo adviertan, pero ambos esparcen en las comunidades cristianas y en la propia Iglesia, a todos los niveles, la nada evangélica semilla del chismorreo, de la maledicencia, del vituperio, de la discordia, de la falta de respeto al otro. Alientan, asimismo, la permanente división y confrontación, la separación y la exclusión. Se mueven perfectamente en el marco de las estrategias de guerra abierta por el poder, falsamente convencidos de ser poseedores de la verdad. ¡Qué pena! ¡Cuántas energías inútilmente consumidas! ¡Qué contra testimonio y contrasentido!

Estos bandos, como todos sabemos, parten de modos de entender la Iglesia, manifiestamente revisables y perfeccionables. Deberían hacérselo mirar a fondo. Al servicio de su supuesta verdad, cuentan con poderosos medios, en lo institucional y organizativo, a todos los niveles. En algunos casos concretos, estamos ante verdaderos e influyentes poderes fácticos. Cuentan también con muy altos valedores en la propia estructura organizativa de la Iglesia.

Es más, como todos sabemos, disponen de poderosos e influyentes medios de comunicación social y de expresión de su ‘ideología’ en todos los ámbitos. Es, precisamente, en esta parcela de la comunicación donde mejor se aprecia el talante eclesial de estos grupos. Puede pasar inadvertido, pero lo cierto es que asistimos al ejercicio, por impensable y anacrónico que se valore, de una real y eficaz censura en toda su multiforme variedad. No suelen distinguirse los respectivos medios de comunicación, controlados por los distintos bandos existentes, por la vigencia en su seno del pluralismo. Tampoco impera en ellos –aunque aquí se aprecia cierta flexibilidad en ciertos medios- la sana crítica a las propias posiciones. Todo discurre por los estrechos senderos de la uniformidad y del punto de vista único.

División en la Iglesia

La censura, como también es sabido, tiene su técnica, suele ser muy sibilina, se práctica, según convenga en cada caso, de modos muy diferentes e intensidades distintas. A poco se conozca el percal, se aprecia, a veces, cómo se busca obscurecer la opinión cuando no es coincidente, de modo absoluto, con la del grupo o el medio. Igualmente se percibe un trato diferente y discriminatorio entre los opinantes en función de coincidencias o no con la línea editorial del medio en cuestión. A veces, se sobredimensionan ciertas informaciones y opiniones porque hagan referencia, a favor o en contra, a algún personaje simbólico de las propias posiciones o de las contrarias.

En otras ocasiones, se descalifican, de modo sistemático, ciertas orientaciones pastorales, que solo encajan a partir del cultivo de un evidente anacronismo. Se apoya y se utiliza, como criterio de aplauso, y viceversa, todo aquello que suene, aunque sea muy lejano, a ‘franciscanismo’. ¡Cuánta ingenuidad, madre mía! ¿Cómo se puede actuar así en la Iglesia en nombre de la libertad que dicen amparar y pretender pasar como si sus víctimas no lo advirtiesen? ¿Cómo es posible que, sin respeto a la verdad y sin tutela de la diversidad de opiniones, pueden creer que favorecen la nueva frontera eclesial?

Desde cierta distancia, se ha de subrayar que el espectáculo que unos y otros ofrecen no favorece para nada la persuasión ni el testimonio de vida que puede a los otros. Al contrario, creo que aleja de esa Iglesia, distante del espíritu de las bienaventuranzas. Su valoración la dejo para la siguiente reflexión.

(CONTINUARÁ)

Rayo sobre San Pedro

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