LOS CUENTOS DE LA PANDEMIA

Se sigue viviendo en la apariencia

*Creo que, para mayor tribulación de la ciudadanía, se viene aprovechando la terrible realidad de la pandemia para crear una ficción, para contarnos unos cuentos, para instalar unas ideologías, que intentan pasar, como verdad y realidad,  lo que es pura mentira. No estamos ante ficciones salvadoras.

*No me conformo, personalmente, con las apariencias, por muy esclavos que seamos de ellas. Siempre encubren algo, que no quieren que se conozca, y que sigue inoculando el virus de muerte en el espíritu humano.

*La Iglesia, como sabemos, perdió, hace unos pocos días,  al teólogo más importante con que contaba.Ni siquiera cuando, en el pontificado de Juan Pablo II, se le retiró la licencia eclesiástica de enseñanza (diciembre de 1979) hizo mella en su servicio y fidelidad a la Iglesia.

*Han transcurrido 42 años desde que se tomó, sin escucharle, tan lamentable e injusta decisión. Ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI, ni Francisco  han propiciado su rehabilitación.

*El Vaticano evitó deliberadamente dar pasos reconciliadores hacia Hans Küng y éstefue dolorosamente consciente de esta diferencia, hasta el final (Häring).

*¿Acaso se tenía en Roma una cierta conciencia de no haber actuado en el procedimiento con la pulcritud debida? ¿Acaso se era consciente en Roma de la existencia en muchos ámbitos eclesiales de un cierta opinión favorable a Küng y su trabajo teológico?  ¿Qué se esconde debajo del elogio de Mons Georg Bätzing, Presidente de la Conferencia episcopal alemana, que lo califica como ‘teólogo católico’.

*¿Cómo es que, en el caso Hans Küng, se ha prescindido del anuncio primordial del amor misericordioso de Dios?  

27.04.2021 Gregorio Delgado del Río

Desde los lejanos tiempos en que leí, furtivamente, el Decamerón, creo haber aprendido el valor de la ficción y la fantasía. Los diez jóvenes  -siete mujeres y tres varones-, encerrados en Villa Palmieri, consiguieron liberarse de los efectos de  la Peste Negra. Crearon un mundo de historias, de cuentos, de ficciones, que  los   alejaron de la cruel realidad de Florencia, y así quedaron inmunizados. El gran Mario Vargas Llosa publica en 2015 una pieza teatral inédita, Los cuentos de las peste. Se trata de una recreación magistral de Boccaccio en el espíritu del Decamerón.

Por mi parte, pretendo mal imitar a estos genios de la literatura universal. Me sitúo también en tiempos de crisis y de pandemia, de riesgos sanitarios y de muerte. Pero veo las cosas a la inversa. Creo que, para mayor tribulación de la ciudadanía, se viene aprovechando la terrible realidad de la pandemia para crear una ficción, para contarnos unos cuentos, para instalar unas ideologías, que intentan pasar, como verdad y realidad,  lo que es pura mentira. No estamos ante ficciones salvadoras. Me niego en redondo a aceptar semejante juego, lo sugiera o lo defienda quien quiera que sea. Frente a esta ficción, mera sustitución interesada, buscaré el ofrecer, en sucesivas entregas, la auténtica verdad (la realidad) ahora manipulada, que se pretende ocultar con las ficciones que ponen en circulación. No me conformo, personalmente, con las apariencias, por muy esclavos que seamos de ellas. Siempre encubren algo, que no quieren que se conozca, y que sigue inoculando el virus de muerte en el espíritu humano.

La Iglesia, como sabemos, perdió, hace unos pocos días,  al teólogo más importante con que contaba. Como dijo J.M. Castillo, “Hans Küng ha sido uno de los creyentes y pensadores más determinantes que ha tenido la Iglesia desde el Vaticano II”.  Sin duda alguna. Sin embargo, inspirados por Roma, legiones de desconocedores de su ingente obra científica han venido, en espíritu de sumisión y obediencia a sus superiores, esparciendo por doquier el virus del descrédito,  de la condena, del desprestigio. Han buscado y, en parte, conseguido, neutralizar posicionamientos que, con el paso del tiempo, se han visto más necesarios que nunca. Fue un verdadero adelantado a su tiempo.

 Para desgracia de la propia Iglesia, tropezó en el camino con la acción de Juan Pablo II y Benedicto XVI, empeñados en una labor de restauración del pasado o, al menos, de impedir que el espíritu conciliar rigiese el futuro devenir de la Iglesia. Su lucha fue titánica y plena de obstáculos intercalados desde las instancias vaticanas. ¡Qué pena! Sin embargo, no desfalleció ni en su fe, ni en su libertad existencial, ni en su conciencia. Y, al mismo tiempo, quiso “ser fiel igualmente a la cultura, al pensamiento y a las necesidades de nuestro tiempo” (Castillo).  Ni siquiera cuando, en el pontificado de Juan Pablo II, se le retiró la licencia eclesiástica de enseñanza (diciembre de 1979) hizo mella en su servicio y fidelidad a la Iglesia. Le permitió explorar nuevas orillas sin abdicar para nada de su cristianismo en forma católica. ¡Todo un testimonio!

Pues bien, han transcurrido 42 años desde que se tomó, sin escucharle, tan lamentable e injusta decisión. Tiempo más que suficiente para su justa rehabilitación. Ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI, ni Francisco la han propiciado. Supongo que por motivos diferentes. Pero ese es el hecho incontrovertible. Ha fallecido sin ser rehabilitado a pesar de sus grandes servicios a la Iglesia. No conviene ocultar o paliar esta circunstancia no menor.  Es la otra cara de la verdad.

Esta cruel realidad ha querido, en mi opinión, paliarse con buena voluntad mediante la intervención del cardenal Walter Kasper, antiguo asistente de Küng y ahora uno de los más firmes apoyos teológicos de Francisco. Según declaró el purpurado alemán, "llamé al Papa e, inmediatamente,Francisco, a través de mí, le envió su bendición. Hans quedó muy contento, era importante para él". Es más, según declaraciones a ‘Il Corriere della Sera’, tanto Bergoglio como Ratzinger “conocieron su estado y rezaron por él”. Incluso subrayó lo siguiente: "Recuerdo que el Papa me dijo que le transmitiera sus saludos y sus bendiciones 'en la comunidad cristiana'. Y fue como si Küng se sintiera en paz con la Iglesia y con Francisco, una especie de reconciliación”. ¿Una rehabilitación? "Algunos dijeron: hay que rehabilitarlo. Pero no tiene sentido, cuando se está muriendo, no se hacen juicios, nos espera otro juicio", respondió el cardenal.

Felizmente, Hermann Häring, teólogo, alumno y amigo de Küng, ha puesto las cosas en su sitio. “El Vaticano evitó deliberadamente dar pasos reconciliadores hacia Hans Küng”. Esta es la verdad. No hay que darle más vueltas. Si su voluntad hubiese sido  favorable a su rehabilitación, ha tenido tiempo de sobra desde 1979. Además, estas cosas no se resuelven con ‘tácticas’ indirectas ni con interpretaciones de buenos deseos. Se resuelven por derecho  y después de una escucha mutua. Su amigo ha sido muy claro y explícito: “… la petición expresada repetidamente en los últimos años desde diversas partes de rehabilitar a Küng, fue reconocida por Roma con una ‘respuesta estereotipada’, que, a pesar de la apreciación de sus méritos teológicos, omitió decididamente formulaciones en la dirección de una rehabilitación. Hans Küng fue dolorosamente consciente de esta diferencia, hasta el final".

Roma, una vez más, ha optado por el lamentable camino de la apariencia. No ha querido rehabilitarlo. Pero, al mismo tiempo, se crea una falsa apariencia de reconciliación. ¿Por qué? ¿Acaso se tenía en Roma una cierta conciencia de no haber actuado en el procedimiento con la pulcritud debida? ¿Acaso se era consciente en Roma de la existencia en muchos ámbitos eclesiales de un cierta opinión favorable a Küng y su trabajo teológico?  ¿Qué se esconde debajo del elogio de Mons Georg Bätzing, Presidente de la Conferencia episcopal alemana, que lo califica como ‘teólogo católico’? Estas preguntas quedan en el ambiente sin contestar a la vez que, a mi entender, señalan, una vez más, que el poder tiende a no compadecerse con la humildad ni el reconocimiento del error ni a mostrarse como servicio. Es más, el poder no tolera que se cuestione su exclusividad sobre la conciencia de las personas.

Siento, por último, tener que recordar que, frente a cualquier otra motivación, los seguidores de Jesús debemos preferir la misericordia al sacrificio (Mat 9, 13). Si en algo ha insistido Francisco es en que “la misericordia es el mensaje más grande del Señor”. Hasta inventó el término castellano ‘mesericordiar’. Ha insistido en que la Iglesia debía ofrecer a la gente del común su ‘anuncio primordial’, esto es, “la experiencia del amor misericordioso de Dios”.  ¿Cómo es que, en el caso Hans Küng, se ha prescindido de este anuncio? 

Esta es la realidad, aunque su cara no sea, precisamente, graciosa. Es lo que importa. No la apariencia preferida. Una gran oportunidad perdida para mostrar con los hechos que han cambiado cosas en la Iglesia. Se ha perdido una oportunidad única.  Se ha dado un contra testimonio.

Gregorio Delgado del Río

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