YA ERA HORA

Se hace justicia a los homosexuales

Aunque se ha tardado demasiado, se ha prestado, por fin, un apoyo nítido, directo y explícito a las personas homosexuales.

Tienen derecho a fundar una familia y a vivir en familia. Tienen derecho a gozar y disfrutar  de todo cuanto el Estado establezca para proteger a la familia, sin distinciones, sean sus protagonistas heterosexuales u homosexuales.

En un  contexto de acogida evangélica, la Iglesia ha de dar testimonio diario de no descartar a nadie. Todos somos seres humanos y tenemos igualdad dignidad.

Si se forma parte de la jerarquía de  una institución como la Iglesia católica, hay que llevar cuidado con las manifestaciones tan rígidas, excesivas, intransigentes y, a veces, agresivas frente a las personas homosexuales.

La revisión de la posición oficial magisterial es ineludible: La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales”.

“Las uniones civiles es la postura, si no dogmática y oficial de la Iglesia, sí la postura general de los episcopados: se entiende que haya algunas regulaciones de la convivencia entre personas homosexuales pero no se considera que es matrimonio".

¿No les parece que sería ejemplar pedir perdón por la imagen tan negativa que la propia Iglesia ha contribuido, durante tanto tiempo, a inocular en la sociedad respecto de las personas homosexuales?

La utilización del Magisterio –a la que tan propensa ha sido la Iglesia oficial-  como instrumento para imponer una determinada doctrina ideologizada (obediencia y sumisión) es un error.

Cuando la realidad se modifica y cambia, la dificultad no radica en el cambio de criterio en sí. La dificultad reside entonces en cómo modificar un Magisterio anterior, que aprisiona y desacredita. Francisco, para bien de todos, ha roto con semejante tradición oficial.

¿Cómo se puede desaprobar el comportamiento homosexual y silenciar cuánto ocurre en la propia casa?  ¡Cuánta hipocresía, Dios mío!

“Ni es dogma de fe que la homosexualidad ofende a Dios, ni esa tendencia es una degeneración moral” (J.M.Castillo) ¡No engañen a la gente!

“Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia, son hijos de Dios,  tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie, ni hacer la vida imposible por eso (…) Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil. Tienen derecho a estar cubiertos legalmente. Yo defendí eso” (Versión de R. Palabras pronunciadas, al parecer, en el Documental ‘Francesco’, dirigido por el ruso Evgeny Afineevsky, y estrenado el 21 del mes pasado en el Festival de Cine de Roma.

Aunque se ha tardado demasiado, se ha prestado, por fin, un apoyo nítido, directo y explícito a las personas homosexuales. Aquel al que tienen derecho como personas humanas y que, hasta no hace mucho, se les había negado. Francisco sabe que, culturalmente, la homosexualidad y todo lo que le rodea ha dejado de ser un asunto polémico en la sociedad. ¿Qué sentido tiene ahora que la Iglesia oficial prosiga con esa especie de obsesión por criminalizar ciertas cuestiones relativas a ella? Absolutamente ninguno. Sólo serviría para mostrar un rostro nada evangélico y  perder credibilidad,

Las personas homosexuales tienen, en efecto, sus derechos. Los mismos que  cualquier otro ciudadano. Tienen derecho a fundar una familia y a vivir en familia. Tienen derecho a gozar y disfrutar  de todo cuanto el Estado establezca para proteger a la familia, sin distinciones, sean sus protagonistas heterosexuales u homosexuales. No cabe, por supuesto, discriminación de ningún tipo  por razón de sexo. Y, efectivamente, deben de ser tutelados y protegidos por la Ley  civil, por el Estado democrático, generalmente laico.

Todo ello, por supuesto, al margen de lo que pueda pensar o creer  cualquier grupo religioso, incluida la Iglesia católica. Son muchos en ésta, a quienes (no, precisamente, a Francisco)  habría que recordarles  que la secularización fue ‘fuerte. Muy fuerte’, tuvo sus efectos, como ya subrayó con precisión Pablo VI,  y vino para quedarse. El Estado, como consecuencia de ella, ya hace tiempo que se emancipó de la religión. Lo que ella piense sobre el trato a otorgar a los homosexuales en la sociedad y en la vida civil  no vincula, en modo alguno, al Estado democrático laico. Éste es completamente autónomo y toma sus decisiones, en general, de acuerdo con los principios y valores constitucionales, informados por la Declaración de los Derechos del hombre.

En coherencia con el posicionamiento anterior, lo cierto es que, de hecho, esta protección a la convivencia entre personas homosexuales ya ha asido atendida por la mayoría de los Estados europeos y por otros del resto del mundo. Hayan adoptado una fórmula u otra (matrimonio o unión civil). Lo que creo que desea Francisco es promover tal protección, precisamente, en aquellos países donde no existe y, sobre todo, donde las personas homosexuales son perseguidas. Como tanto le gusta, Francisco está impulsando, una vez más, un importante proceso de cambio de cultura. La experiencia, cuando en los Estados democráticos se ha planteado y conseguido tal protección aperturista, como ha recordado Lucetta Scaraffia, nos ha mostrado la inútil guerra declarada por  muchos sectores católicos, las respectivas Conferencias episcopales y los partidos políticos de inspiración, aunque no confesada, católica. Han mostrado, por desgracia, su verdadero rostro, no precisamente humano ni evangélico.

En un  contexto de acogida evangélica, la Iglesia ha de dar testimonio diario de no descartar a nadie. Todos somos seres humanos y tenemos igualdad dignidad. Por este motivo, comparto, personalmente, el severo juicio de J. M. Castillo: “Las personas que van por la vida empeñados en ‘curar’ a los homosexuales deberían pensar que, seguramente, quienes necesitan curarse son ellos”. Sin duda alguna. Todo el mundo es libre de pensar como más se le acomode. Es su responsabilidad. Pero, si se forma parte de la Jerarquía de  una institución como la Iglesia católica, hay que llevar cuidado con las manifestaciones tan rígidas, excesivas, intransigentes y, a veces, agresivas frente a las personas homosexuales. Aunque es posible que su insensible corazón no lo  barrunte, su no meditada actitud hace mucho daño, causa inmenso dolor a muchas otras personas. Combinar, por tanto, en sus juicios  y orientaciones episcopales, perversión y enfermedad, destroza, como ha subrayado  J.M. Castillo, “a quienes tienen que soportarlo”.  ¿Tan difícil les resulta mostrarse humanos?

Mal que les pese a muchos, las palabras de Francisco implican, a mi entender, la necesaria revisión de la posición oficial del Vaticano : La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales” (Decl. de la CDF, 3.06.2003, siendo Prefecto de la misma el futuro Benedicto XVI). ¡Oh contradicción de contradicciones!

Estamos en lo de siempre. La apariencia frente a la realidad. ¿A qué viene ahora tanto hipócrita aspaviento de muchos por las palabras de Francisco? ¿Acaso, como declaró a Europa Press, el teólogo de Salamanca, Profesor Domínguez, no es cierto que “las uniones civiles es la postura, si no dogmática y oficial de la Iglesia, sí la postura general de los episcopados: se entiende que haya algunas regulaciones de la convivencia entre personas homosexuales pero no se considera que es matrimonio". ¿En qué quedamos? ¿Mantenemos la postura oficial (que daría sustento a juicios muy negativos y contradictorios) o la sostenida por los episcopados (legalización de las uniones civiles), más en consonancia con la realidad y el cambio cultural que, por fin, se ha operado?  ¿No les parece que sería ejemplar pedir perdón por la imagen tan negativa que la propia Iglesia ha contribuido, durante tanto tiempo, a inocular en la sociedad respecto de los homosexuales? ¡Uno siente vergüenza ajena!

Como en tantas cuestiones en las que se ha seguido la misma política, se pone de manifiesto el error que significa la utilización del Magisterio –a la que tan propensa ha sido la Iglesia oficial-  como instrumento para imponer una determinada interpretación o doctrina ideologizada (obediencia y sumisión). El problema surge siempre a no tardar mucho. Cuando la realidad se modifica y cambia, la dificultad no radica en el cambio del criterio magisterial en sí. La dificultad reside en cómo modificar un Magisterio anterior, que aprisiona y desacredita. Francisco, para bien de todos, ha roto con semejante tradición oficial, que ha dado lugar a tantas contradicciones.

A quienes se empeñan en no aprobar el comportamiento homosexual, les impondría, como penitencia por su pecado, la lectura íntegra de Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano, de Frédéric Martel, Ed. Roca, Barcelona 2019. ¿Cómo se puede desaprobar el comportamiento homosexual y silenciar cuánto ocurre en la propia casa?  ¡Cuánta hipocresía, Dios mío! ¿Cómo explicar, si no se aprueba el comportamiento homosexual, la numerosa ‘parroquia’ o ‘familia’  montada en el Vaticano? ¡Vaya contradicción! Haz lo que digo, no lo que hago. El papa Francisco no participa, desde luego, de tan hipócrita juego. ¡Vaya testimonio evangélico! ¡Quedan automáticamente descreditados cuantos, cardenales o no, simulan ahora escandalizarse! La mentira (doble vida) institucionalizada. ¡No se extrañen que muchos se den de baja!

Frente a los cardenales Müller y Burke, y tantos otros en la Iglesia sean simples fieles o Jerarquía, suscribo la posición de J. M. Castillo:  “ni es dogma de fe que la homosexualidad ofende a Dios, ni esa tendencia es una degeneración moral”. ¡No engañen a la gente!

Volver arriba