"No bastan los números": releyendo la homilía de Francisco, 8 de julio de 2013, con motivo de su visita a Lampedusa Individualizar el sufrimiento humano

Jesús
Jesús

"Cuando se mira y se piensa con el corazón se contemplan personas, no números, que sufren y que se afligen, por el motivo que sea"

"Francisco subraya cómo Jesús tiene la capacidad, en medido de la multitud, de mirar al detalle (Lc 7, 11-17), de individualizar a la viuda de Naím, que iba a sepultar a su único hijo"

"Francisco concreta  esta individualización de la multitud en  tres palabras, que nos ilustran sobre el aprendizaje de esta mirada: Tener compasión, acercarse y tocar, restituir"

"Contenido de estas tres palabras, que expresan tres actitudes"

Un ejemplo paradigmático de lo que es ver y escuchar, pensar y actuar con el corazón lo tenemos en la Homilía de Francisco, 8 de julio de 2013, con motivo de su visita a Lampedusa. Se hace muy necesaria una relectura pausada de la misma para comprender que, ante semejante ‘globalización de la indiferencia’, hay que rechazar los eslóganes y no quedarse en las frías estadísticas. No bastan los números. Francisco va mucho más allá, mira más profundamente en el drama mediterráneo, un ‘verdadero cementerio’,  y en los familiares y amigos de migrantes afectados. Maneja en su mirar y pensar registros, que van más allá de las abstracciones del conocimiento racional.

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Francisco nos implica y responsabiliza a todos sin excepción. Como ha relatado el doctor Paolo Ruffini, Prefecto del Dicasterio para la comunicación, es imprescindible mirar tan vergonzosa situación humana con el corazón, que siempre va más allá  de cualquier programa o planificación ¿En qué consiste mirar con el corazón?

Personas

“Escuchar y ver con el corazón significa ser capaz de seguir lo que sucede aunque no esté previsto. Es la parábola del buen samaritano: tienes que hacer una cosa, te encuentras con otra que te cuestiona, te interpela, te hiere. El Papa habló en Lampedusa de "una espina en el corazón  (…). Lo que sucede no siempre se puede planificar, los hechos son superiores a las ideas” (Paolo Ruffini).

Cuando se mira y se piensa con el corazón se contemplan personas, no números, que sufren y que se afligen, por el motivo que sea. A veces, incluso, por ser mal vistos por hacer el bien. Desde esta mirada, no se recurre a estereotipos ni a simplificaciones, sobre todo si se está ante situaciones, que son verdaderos dramas globales. Ante la presencia de formas varias de la cultura de la indiferencia, Francisco, en la Homilía de 19 de septiembre de 2017, subraya cómo Jesús tiene la capacidad, en medido de la multitud, de mirar al detalle (Lc 7, 11-17), de individualizar a la viuda de Naím, que iba a sepultar a su único hijo. 

Al ‘mirar con el corazón’, Jesús se compadece frente al dolor de las personas concretas que sufren, las individualiza y saca fuera del anonimato de la multitud. Este modo de actuar de Jesús, a tenor de la exposición de Francisco, me lleva a entender la riqueza del pensamiento de Rilke, en una de sus Cartas a un joven poeta, creo que la octava, al afirmar: “El dolor, donde quiera que proceda, se transforma en energía pura” (Wiesenthal, Ibidem, pág. 227), en fuerte impulso, en deseo ardiente de acompañamiento, en la búsqueda constante e identificación de quien sufre en medio de la multitud y de este modo padecer con él, al margen de las circunstancias concretas que concurran.                                                                           

Ahora, a partir de una mirada desde el corazón, Francisco nos ayuda a entender en qué consiste este singular modo de mirar la realidad y de acercarse a la persona singular, que sufre. Lo concreta en  tres palabras, que nos ilustran sobre el aprendizaje de esta mirada:

Francisco en Lampedusa

Tener compasión

Lo primero que subraya Francisco es cómo Jesús, en medio de la muchedumbre, ‘tuvo la capacidad de mirar a una persona’, a una ‘viuda que iba a sepultar a su único hijo’

”Se lee, de hecho que ‘viéndola, el señor fue preso de una gran compasión por ella’. La compasión, explicó Francisco, ‘es un sentimiento que fascina, es un sentimiento del corazón, de las vísceras, compromete todo’. Sobre todo, ‘no es lo mismo que la ‘pena’ ni que quien dice  ‘...¡qué pena, pobre gente!’ : ‘no, no es lo mismo’. La compasión, de hecho ‘implica, es ‘ir con’. Y Jesús ‘se implica con una viuda y con un huérfano’. Alguno, observó el Pontífice, podría objetar: ‘Pero di, tú tienes toda una multitud aquí, ¿por qué no hablas a la multitud?. Déjalo... la vida es así... hay tragedias que suceden, ocurren...’. Y en cambio, ‘no. Para Él eran más importantes aquella viuda y aquel huérfano muerto que la multitud a la que estaba hablando y que lo seguía. Porque, explicó el Papa, ‘su corazón, sus vísceras se habían implicado. El Señor, con su compasión, se había implicado en este caso. Tuvo compasión’ (Francisco).

Un sentimiento del corazón. No un simple dar pena. Implica y lleva a ir con la persona que sufre y, en su caso, singularizarla de la multitud.

Lo importante no es la muchedumbre que le sigue sino esa viuda que sufre por la muerte de su hijo. Francisco, en su Entrevista con Antonio Spadaro el 19 de agosto de 2013, ya hizo hincapié en esta singularidad, en este mirar y actuar  ante las multitudes: “Yo suelo dirigir la vista a las personas concretas, una a una, y ponerme en contacto de forma personal con quien tengo delante. No estoy hecho a las masas”.

Acercarse y tocar

Consecuencia de la mirada inicial, surge la compasión por quien sufre y se aflige. A partir de este primer movimiento, Jesús, nos cuenta Lc 7, 13-14, se acercó:

“La compasión lo empujó a acercarse”. Explicó Francisco: ‘Acercarse es una señal de compasión. Yo puedo ver tantas cosas pero no acercarme. Igual siento un dolor... pero, pobre gente...’. Y sin embargo acercarse es otra cosa. El Evangelio añade un detalle: Jesús dijo ‘no llores’ a la mujer. Y el Pontífice a tal respecto reveló: ‘a mí me gusta pensar que el Señor, cuando decía esto a aquella mujer, la acariciaba; Él tocó a la mujer y tocó el ataúd’. Es necesario, dijo, “acercarse y tocar la realidad. Tocar. No mirarla desde lejos” (Francisco).

Acercarse, entrar en contacto con la persona que sufre, escucharla. No un simple ver y lamentar la situación. Entrar en el intercambio de sentimientos y de gestos compasivos. Tocar la realidad doliente.

Restituir

Jesús, en el relato de Lucas, no se limita a decir: Lo siento. Tengo que continuar el camino. Se opera el milagro: ‘Joven, a ti te digo: Levántate’

“Sucede después el milagro de la resurrección del hijo de la viuda. Y Jesús no dice: ‘Hasta pronto, yo continúo el camino’, sino ‘toma al chico y ¿qué dice?, ‘lo devolvió a su madre’. He aquí la tercera palabra clave: ‘restituir. Jesús hace milagros para restituir, para poner en el lugar preciso a las personas. Y es eso lo que ha hecho con la redención’. Dios ‘tuvo compasión, se acercó a nosotros en su hijo y nos restituyó a todos en la dignidad de hijos de Dios. Nos ha recreado a todos’” (Francisco).

¿Por qué no hacemos nuestro este modo de vida en el día a día? No basta con lamentar situaciones de tragedia, de miseria, de pobreza, de sufrimiento y de esclavitud de la gente. Hay que dar un paso más: tener compasión. Hay que acercarse y ayudar, tocar, colaborar para su alivio o extinción. No valen excusas ni falsos pretextos. ¿Qué hago como cristiano? ¿Cuál es mi testimonio de vida? ¿Cómo participo, de modo activo, para que esa persona que sufre sea reintegrada a su familia, a la vida de trabajo, a una vida digna?  

Son numerosas las veces que Francisco viene insistiendo en esta perspectiva: mirar, ver, sentir, pensar, comunicar y hablar, sobre todo, con el corazón. Ya lo dijo también Benedicto XVI: “el programa de todo cristiano es un corazón que ve dónde se necesita amor y actúa adecuadamente".  Y, es que, como dijo la escritora Helen Keller, “las cosas más bellas del mundo no se pueden ver, ni siquiera tocar, hay que sentirlas con el corazón”. Es la vieja posición del cardenal Newman: es suficiente o ‘basta con amar bien’. Es el ejemplo de los primeros cristianos, como a atestigua Tertuliano (s. II): ‘Mirad cómo se aman los unos a los otros’. 

¡Qué distinto sería el mundo si todos y cada uno, y sobre todo los que nos decimos discípulos de Jesús, practicásemos esta revolución de la cordialidad y el amor! 

(Continuará)       

Revolución

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