SIEMPRE SE CASAN CON LO PEOR

9.05.2021 | Gregorio Delgado del Río

* Nuestros obispos han buscado eludir la realidad de lo ocurrido.

* "Hay que decir que la Iglesia Católica ha sido cómplice demasiadas veces en este país, encubriendo la violencia sexual hacia los niños" (Bellarra).

* La Nota que, en mi modesta opinión, no estuvo, precisamente, inspirada en el Evangelio, como hubiese sido deseable. Para entenderla, hay que situarse en el terreno ideológico.

* “Cuando las ideas se convierten en un cuerpo de doctrina cerrado que se define como algo, se convierten en ideologías, en un armazón sobre el que se sustenta la imagen que el sujeto quiere tener de sí mismo” (Ricardo Moreno).

* En la Iglesia, se optó, para mantener impoluta su imagen, por  disimular la verdad y la realidad de lo que ocurría. Haciéndose, en consecuencia, cómplices de todo ello.

* La Nota en cuestión se empeña en construir un relato, claramente alejado de la realidad de lo ocurrido.

* ¡Ya les ha costado entender que, para quienes incurriesen en tales conductas (abusos), “no hay lugar en el ministerio de la Iglesia” (Francisco)! En todo caso, más vale tarde que nunca.

* ¿Por qué no han dado una salida, que espera el colectivo de víctimas, al tema de una investigación independiente y de una indemnización justa por los daños ocasionados?

9.05.2021 | Gregorio Delgado del Río

En los tiempos que corren de  convivencia con el virus, es muy frecuente escuchar, en el ámbito católico, un mensaje de futuro, según anuncian, pleno de esperanza. Proclaman la necesidad de una nueva pastoral postcovid. ¡Ya veremos con que nos salen! De momento, hay que subrayar  que sus dirigentes siguen con más de lo mismo, con su ideología habitual, con lo de siempre. Han vuelto a caer en la trampa de la propia imagen. No han resistido la verdad y han reaccionado un poco a la buena de Dios. Han hecho, una vez más, ostentación de equivocarse, que dijo Gracián en El arte de la prudencia.

Nuestros obispos, al contestar a la ministra Ione Belarra, nos han contado un cuento más en estos tiempos de pandemia. Pero ha sido un cuento no precisamente sanador, como hiciera el gran Boccaccio en  su Decamerón. Al contrario, han buscado eludir la realidad  acusadora y mostrarnos otra que, en modo alguno, se atiene a la verdad. ¡Una pena! Hay cosas que no tienen vuelta de hoja. ¡Grave error! Parece como si, por no saber elegir, siempre se casasen con lo peor.

En el marco de la nueva Ley para la protección de la infancia (Ley Rhodes), la ministra de derechos sociales, Ione Belarra, se dejó llevar de su conocido radicalismo al aludir a ciertas ‘maldades’ de la Iglesia católica. Estas fueron sus palabras: "Hay que decir que la Iglesia Católica ha sido cómplice demasiadas veces en este país, encubriendo la violencia sexual hacia los niños". La ministra  señaló un caso  concreto (Seminario de la Bañeza) y clamó así: "Esto tiene que terminar. Hoy podemos ponerle fin a los abusos de sacerdotes y al encubrimiento para proteger a todos los niños y niñas". La ministra se posicionó, por supuesto, en conformidad con su conocida ideología.

Pues bien, la Conferencia episcopal (CEE), ofendida e indignada, esta vez se sintió obligada a emitir una calculada Nota  de defensa, no  exenta de contundencia. Nota que, en mi modesta opinión, no estuvo, precisamente, inspirada en el Evangelio, como hubiese sido deseable. La reacción de la CEE, por desgracia, también  se ha de situar en un marco ideológico concreto, de sobra conocido cuando se trata del abuso sexual de menores por parte del clero. Ideología que, para vergüenza ajena, se exhibió como un auténtico sistema a lo largo y ancho de la Iglesia universal, en los momentos más duros de este escándalo. La determinación de Francisco –el único Papa que decidió coger el toro por los cuernos- se ha visto llena de obstáculos (resistencias), amparados, sin duda, en posiciones ideológicas. Y, es que, digámoslo con claridad, la Iglesia católica no siempre ha funcionado ni funciona desde la lógica evangélica. La historia acredita de sobra que, en demasiadas ocasiones, se ha posicionado, frente a realidades internas y externas, desde  determinadas ideologías, que, por cierto, definen su concepción de la religión respecto al evangelio (marginación de éste). Ideologías que todavía persisten en amplísimos sectores de la Jerarquía católica.

Como subraya Ricardo Moreno, en su Breve tratado sobre la estupidez humana, “cuando las ideas se convierten en un cuerpo de doctrina cerrado que se define como algo, se convierten en ideologías, en un armazón sobre el que se sustenta la imagen que el sujeto quiere tener de sí mismo”. Aquí radicó una de las claves para entender la posición de la Jerarquía católica ante este ‘culto sacrílego’, como lo calificó Francisco. El verdadero pecado, en todo este inmenso gatuperio clerical, a todos los niveles, consistió, precisamente, en querer  pasar  por  lo  que  no  eran.  Optaron,  para mantener impoluta su imagen, por  disimular la verdad y la realidad de lo que ocurría. Haciéndose, en consecuencia, cómplices de todo ello. Tampoco lograron, por cierto, salvar su imagen, que salió notablemente deteriorada y con muy grave pérdida de credibilidad de la institución misma.

Desde esta perspectiva, hay que decir que nuestros obispos no han aprendido nada de lo ocurrido en los inicios del siglo actual. No me importa demasiado la posición de Bellarra. Sí, y mucho, la de la CEE. La afirmación de la ministra de asuntos sociales, diga la CEE lo que diga, no fue ‘una acusación gravemente injusta’,   ‘que no se corresponde en absoluto con la verdad’. Al contrario, se atuvo a la verdad de lo ocurrido hasta tiempos muy recientes (1). Como máximo, podría reprochársele su aparente generalización o su extensión a los momentos actuales. Ahora la posición de la Iglesia y de sus obispos, gracias a Francisco, es completamente diferente a la que estuvo vigente con Juan Pablo II y Benedicto XVI.

En el mismo contexto de salvar la propia imagen, la Nota en cuestión se empeña en construir un relato, claramente alejado de la realidad de lo ocurrido. En el año 2002 no se inició ningún proceso, que significase un verdadero cambio en la actitud de la Iglesia universal al respecto ni, por tanto, en su Derecho universal. No se puede hablar, aunque se ha intentado sin éxito, de continuidad normativa. Ni mucho menos. Se quiere salvar lo insalvable: las graves y escandalosas lagunas en torno al tema en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. La llegada de Francisco supuso un giro sustancial. Cortó por lo sano y decidió, de forma expeditiva y radical, acabar con tan antievangélica situación, verdadero contra testimonio. Tampoco, en este orden de cosas, los Protocolos que menciona la CEE significaron otra cosa que no fuese la confirmación  del pésimo hacer legislativo y de la existencia de una actitud en los obispos en España  que los retrataba y no para bien. Se aprobaron para uso privado de los obispos y todavía se mantenía el secreto de oficio. Ni siquiera, con un mínimo de pudor y empatía con la posición de la víctima, del presunto autor de tales conductas,  o de su abogado defensor, debieron  mencionarlos. Es de las cosas que, en el ejercicio de mi profesión, más me han sonrojado y avergonzado. ¡Qué cosas  tuve que escuchar  y que acciones padecí, protagonizadas por algún obispo, miembro, por cierto, de la Comisión al respecto en la CEE! Este visión de la Nota episcopal pertenece a un género literario muy poco recomendable y que no quiero ni mencionar.

En aquellos años tan oscuros y de tanto contra testimonio, creo que no se puede hablar de “la actividad de millones de personas durante décadas”. ¡Ojalá hubiese sido así! Los creyentes en Jesús se limitaron, en general, a seguir la orientación de sus pastores y a contemplar, perplejos, el gran escándalo que se estaba protagonizando por los dirigentes de su Iglesia. Mal se puede hablar, en consecuencia, de pretender “ensuciar” su actividad. ¡Seamos serios!

Se impone, por todo lo dicho, una conclusión: el relato episcopal, que se explicita en la Nota,  no se compadece con la verdad. En aquellos años, brilló, por desgracia, la complicidad y el ocultamiento. Es inútil intentar una modificación de la historia  y de la realidad de lo ocurrido. La imagen que proyectaron, como todo el mundo visualizó, creyente o no, es la que fue, aunque no les guste. Es mejor reconocerlo sin paliativo alguno y obrar en consecuencia. Es lo que cabe  esperar de ustedes. O, ¿acaso me equivoco?

Es obvio, por otra parte, que ahora mismo la situación nada tiene que ver con la acusación de la ministra de asuntos sociales. La Jerarquía católica, gracias al coraje de Francisco, ha asumido las exigencias de la nueva actitud en las instancias vaticanas. En este trabajo de protección de los menores prestan, sin duda, su colaboración sacerdotes, religiosos y laicos. Lo cual es de celebrar. Pero, es otro tiempo.

“Su trabajo no puede quedar empañado ni por las acciones de algunos de sus miembros que son indignos de ese trabajo ni por las apreciaciones de los políticos que, presas de un rancio anticlericalismo, utilizan a la Iglesia para la confrontación política en una estrategia de ruptura y confrontación”. ¡Ya les ha costado entender que, para quienes incurriesen en tales conductas (abusos), “no hay lugar en el ministerio de la Iglesia” (Francisco)! En todo caso, más vale tarde que nunca.

Personalmente, me temo que recurrir al ‘rancio anticlericalismo’ es muy ineficaz. Ese lenguaje es de otros tiempos. ¡Qué curioso! Al parecer, sólo se entienden utilizados para la confrontación política cuando está en juego su imagen. No así, a la vista de su silencio, que no dudo en calificar de cómplice, respecto de otras muchas cuestiones que preocupan a la ciudadanía.

Por fin, si tan comprometidos están con los menores. ¿por qué no han dado una salida, que espera el colectivo de víctimas, al tema de una investigación independiente y de una indemnización justa por los daños ocasionados?  El silencio que vienen manteniendo, no sirve más que para añadir albarda sobre albarda.

  1. Creo haber acreditado cumplidamente lo ocurrido a través de numerosas colaboraciones en ReligiónDigital.org y en mis tres últimas publicaciones: La investigación previa. La respuesta de la Iglesia al delito de abuso sexual, Civitas-Thomson Reuters, Pamplona 2014; La “santidad fingida”, Me gusta escribir, Barcelona 2016 y La verdad silenciada. Cumbre antiabusos. Febrero 2019, Caligrama, Sevilla 2020.

Volver arriba