LA TAREA DEL DESENMASCARAMIENTO

Llevamos bastante tiempo, en esta España atormentada y doliente, aguantando, en terminología de Moreno Castillo en su Breve tratado sobre la estupidez humana, dos grandes especies de tontos. Su papel, en la nueva España a construir, no ha sido ni es, por motivos diferentes, edificante ni útil al respecto. Se hallan situados en las posiciones más extremas y radicales del espectro social y político. Creo que ha llegado el momento de insistir en su desenmascaramiento. Hoy nos referiremos a una de ellas.

Como es obvio, resulta infinitamente más gratificante luchar contra una dictadura que trabajar políticamente  en democracia. El trabajo en democracia  (la extrema izquierda lo ha experimentado en estos años de  gobierno social-comunista-separatista) es “anodino, rutinario y poco espectacular, y además con el riesgo permanente de equivocarse, de tener que rectificar y dar la razón al otro” (Ibidem), de estar sometido constantemente a la crítica, de ser objeto de vigilante atención por los medios y la oposición, de tener que someterse al incómodo control parlamentario, de estar expuestos a exhibir a diario la vocación del ridículo, etc., etcétera. Eso sí, muchos, demasiados, muy felices pues pacen en los verdes prados de la pesebrera pública.

En estos años de gobierno, la extrema izquierda y sus apoyos, también extremos, han podido descubrir, aunque no creo que les importe un comino, cuán diferente es predicar y dar trigo. Hablan mucho de libertad. Pero, como les dijo Felipe González, de la suya, no de la del resto de los ciudadanos, que recortan sistemáticamente. Y, por poner otro ejemplo, ya habrán aprendido, aunque no lo practiquen, que “una cosa  es luchar por la libertad de difundir libremente nuestras ideas y otra muy distinta la capacidad  de elaborar ideas  para  tener  ideas que difundir” (Ibidem). También habrán verificado que  una cosa es que se les haga la boca agua, al hablar de participación, y otra muy diferente lo que hacen todos los días: no contar con nadie en materia alguna por importante que sea.  Imponen, sin rubor alguno, el trágala más inmoral y abiertamente totalitario. Una cosa es exaltar la convivencia, la concordia y la tolerancia y otra muy diferente es lo que hacen: dividir, separar, enfrentar, polarizar. ¡Como nunca se había visto!

Pues bien, cuando han llegado al poder efectivo, en lugar de trabajar y “enfrentarse a estas perplejidades decidieron que nada había cambiado, que todo ello no era más que franquismo disfrazado y que la lucha continuaba” (Ibidem). ¡Habrá desvergüenza igual! Ni tan siquiera respetan a sus iconos más lúcidos y mediáticos. Pero, ¿qué han acreditado estos mal denominados ‘nuevos progres’, que les otorgue una cierta respetabilidad?  Cuando los españoles, todos, sin enarbolar otra bandera que la de un futuro en paz y prosperidad, fuimos capaces de ponernos de acuerdo y votar, muy mayoritariamente, el régimen constitucional del 78 (la transición), estos ignorantes de la historia, y de tantas otras muchas cosas, que nunca vivieron bajo el yugo de la dictadura, hablan todavía de ‘presos políticos, de ‘estado opresor’, de ‘democracia secuestrada’, de ‘transición falsificada’.

Si fuese cierta tal situación, habría que preguntarles, dado que ostentan el poder efectivo, qué han hecho ellos, en estos dos años de gestión, para mejorarla. No se aprecia para nada su acción beneficiosa. Al contrario, todo cuanto han tocado ha sido  adulterado e instrumentalizado en beneficio propio. Todo cuanto han querido cambiar ha provocado rechazo social, evidencia un insoportable dirigismo totalitario y una intolerante concepción de la vida en libertad. Y, no se te ocurra criticarlos o hacer honor al pluralismo. Serás tachado y excomulgado por ‘facha’ o ‘franquista’. Lo vemos todos los días. Cualquier actitud es posible en estos supuestos progresistas, menos la de pensar y respetar. Lo tienen prohibido, pues les produce urticaria. Como ya dejó escrito Antonio Machado, “de diez cabezas, nueve/ embisten y una piensa”.

Estamos en la hora de la verdad. Se han retratado ante el pueblo español. Ellos solitos se han desenmascarado y han exhibido su verdadero rostro, que no era ni es otra cosa que pura ideología para servicio personal. Es ahora cuando deberían aparecer con capacidad para cuestionarse a sí mismos. “Se requiere mucho valor para luchar contra una tiranía, pero mucho más se necesita para someter las propias ideas a un severo escrutinio” (Ibidem). Cierto. Lo primero les ha sido imposible pues la situación social y política,  que han heredado y en la que han vivido, es la de una democracia, aunque perfectible como todo. Lo segundo tampoco pues es propia de personas inteligentes y ellos tienen más que acreditado que no lo son.

Ante la evidencia del desenmascaramiento, operado por ellos mismos, sólo restan dos llamadas a la responsabilidad. La primera, dirigida a la Iglesia católica y a los medios de comunicación que todavía siguen apoyando a este bloque extremo, y que se dicen de inspiración cristiana. Nunca he sido partidario de la tradicional adaptación de la Iglesia a la opción política  que gobierne en el país respectivo. Me parece una actitud muy arriesgada pues, en el fondo, está más al servicio de la institución religiosa que del Evangelio. Diría que, de ese modo, se está operando una traición al mismo que, en modo alguno, encuentra justificación en el hecho de que la orientación política que gobierna ahora este país sea de extrema izquierda.

Vivimos en una comunidad política en la que sus gobernantes recortan libertades, imponen y consienten desigualdades de trato, dividen, separan, enfrentan y polarizan como nunca se había hecho, no respetan la legislación vigente ni la función constitucional de las instituciones, etc., etc. Y, sin embargo, la Iglesia católica a través de su Jerarquía, guarda silencio y calla. ¿Dónde están los teólogos y los medios de inspiración cristiana? Andamos perdidos en equidistancias, tactismos, miradas para otro lado, preocupados de seguir a la Jerarquía, que no acaba de diferenciar lo que es el Evangelio, lo que son problemas de la propia Iglesia y de la sociedad y lo que es pura opinión particular de sus obispos. ¿Cuándo aprenderemos y practicaremos que, en muchos casos, demasiados, callar es tanto como ser complice?

 La segunda, orientada a quienes les apoyan con su voto, creyentes o no. Son también verdaderos cómplices del desgobierno y del enfrentamiento imperantes. El bloque social-comunista-separatista, que ostenta el poder efectivo, ya ha disfrutado de su oportunidad. Ya ha demostrado, en estos dos años de gestión, lo que  cabe esperar de él. Ahí está, ante nuestras narices, en qué está convirtiendo este país. Es inútil mirar para otro lado. Procede, por tanto, comportarse con coherencia.

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