La respuesta a la llamada de Jesús es siempre individual, dada  en libertad y por amor El creyente y discíupulo ha de marcar su rumbo

Seguimiento
Seguimiento

"Se trata de dar ‘el paso decisivo, ese que va de la admiración por Jesús a la imitación de Jesús’ (Francisco). Se trata de un cambio radical en el modo de vivir en el futuro"

"En la cultura civil, que ha llegado hasta nuestros días, ya hace mucho tiempo que el ser    humano adquirió la mayoría de edad y, en consecuencia, ha venido ejerciendo como dueño de su destino"

"Así lo ha expuesto Salvador Pániker en sus diferentes reflexiones. Alude a Kant, que habló de la superación de la minoría de edad, esto es, de la falta de decisión y de valentía para hacer uso de la propia inteligencia sin ser guiados por otros"

"Hoy día todos hablamos del derecho a elegir personalmente nuestro menú, a confeccionar nuestra carta personal, a tomar condimentos de aquí y de allí, esto es, a la medida de nosotros mismos"

En la vida siempre aparece un momento singular en  que se hace muy presente la llamada e invitación de Jesús a seguir sus pasos, a ser su discípulo. Es un momento supremo, trascendental, en la propia vida. En lo sucesivo, nada será igual en ella. Todo, absolutamente todo, dependerá ahora del tenor de la respuesta, dada siempre, por supuesto, en libertad y por amor. Eso sí, todo, en  el fondo, dependerá de lo que cada cual quiera hacer con su vida. La respuesta, es obvio, es individual y, al darla, cada cual se compromete a marcar su rumbo futuro, a configurar su destino.

a. Caracterización de la respuesta individual

Con dependencia en la orientación de Francisco, al menos en su caracterización, he puesto de relieve (La despedida … cit., pág. 299) que no se trata de mostrar una cierta simpatía  o  admiración  ante alguien que hizo el bien y fue admirable por tantas cosas. No se trata, en modo alguno, de aceptar doctrinas e interpretaciones de la Jerarquía católica, a la que haya que obedecer y mostrar sumisión. No se trata de estar dispuesto a participar en ciertas manifestaciones del culto establecido. 

Seguimiento
Seguimiento

Se trata de algo muy diferente, mucho más comprometedor y directamente relacionado con la propia vida, con su estilo y orientación hacia las personas con quienes se convive en sociedad. Se trata, con la respuesta, de ‘estar dispuestos a un camino de conversión que cambia el corazón’. Se trata, a partir de la llamada y el oportuno discernimiento, de dar ‘el paso decisivo, ese que va de la admiración por Jesús a la imitación de Jesús’ (Francisco). Se trata de un cambio radical en el modo de vivir. 

Y, para darlo en serio, hay que tener una fe muy firme, gran coraje y mucho amor. No basta con una respuesta inicial, un tanto entusiasta y con ciertas dosis de inconsciencia, que no abarque o no se extienda a su desarrollo posterior. El seguimiento de Jesús, el ser su discípulo, comporta, un verdadero proceso existencial, a lo largo de toda la vida del creyente y del discípulo. El encuentro inicial marca un movimiento que, si se mantiene la tensión de fidelidad necesaria, si se permanece, dará lugar a ulteriores desarrollos. La fe inicial, a partir del seguimiento concreto de Jesús a lo largo de la vida, se hará más firme, crecerá y se extenderá, se fortalecerá, se ampliará e intensificará. Se hará adulta en la prueba. No se está ante algo estático, sino dinámico, en movimiento, susceptible de experimentar diferentes modificaciones.

Es aquí donde los bautizados, si de verdad quieren ser verdaderos cristianos, han de centrar sus esfuerzos por imitar a Jesús. Han de cambiar de vida, convertirse, exhibir, ante la sociedad de la que forman parte activa, un modo de vida muy diferente, de estilo evangélico.  Este testimonio, el de la propia vida, es decisivo (cfr. Delgado, G., La despedida … cit., págs. 304-306) a la hora de comportarse como cristianos.

Sólo  si esta conducta y estilo de vida es una realidad permanente se volvería a repetir aquello de Tertuliano: Mirad como se aman. El problema sigue radicado en el hecho, incomprensible para el hombre  de nuestro tiempo, de negarle  tal protagonismo. Le corresponde en plenitud  de tal forma que no se vea inducido a buscar la orientación y el apoyo de terceros (dirigismo clerical) para transformar su vida. Se ha de poner fin a la idea según la cual a través del susodicho dirigismo clerical se expresaría, supuestamente, la voluntad de Dios. Más bien habría que hablar, en tal caso, de manipulación de la conciencia del creyente o discípulo de Jesús.

Seguimiento de Jesús
Seguimiento de Jesús

En resumen, la respuesta es individual, corresponde a todo aquel que aspira a convertirse en discípulo y a imprimir un rumbo distinto a la propia vida. Dirigí mis pasos a los escritos del Cardenal Newman, como autoridad segura de orientación e iluminación. En Querido Cardenal Newman.  Una conversación al límite encontré  dos textos, que, en mi modesta opinión, constituyen  toda una revelación. En el primero, se expresa del modo siguiente: “… la persona humana, a los ojos de Dios, es ante todo un ser moral y religioso con vocación libérrima para decidir su propio destino”.

En el segundo, se  expresa así: “mamá, hemos empezado a vivir una era nueva (…). Los hombres han dependido hasta ahora de otros, especialmente del clero, para conocer la verdad religiosa. Actualmente cada uno trata de juzgar por sí mismo”.  Ambos son claros y en ellos ofrece una propuesta nueva, un camino diferente. Y lo hace, con la autoridad que siempre le distinguió. Se puede, en consecuencia, aceptar su criterio con total seguridad. 

b. La discordancia con la cultura actual

En la cultura civil que ha llegado hasta nuestros días, ya hace mucho tiempo que la persona humana adquirió la mayoría de edad y, en consecuencia, ha venido ejerciendo como dueño de su destino, de su futuro. Ella marca, no obstante el riesgo de equivocarse, el rumbo de su vida de manera autónoma e independiente. ¿Por qué, en la Iglesia, siguen, sin embargo, en vigor tantas resistencias al respecto si todos  fuimos creados libres  y autónomos? ¿Por qué no se abrazó por Roma la orientación del cardenal Newman? Muy sencillo, porque, en principio,  la Iglesia de Roma, a pesar del lenguaje utilizado en cada momento, no cree en serio en la libertad y porque, de aceptar tal criterio, barruntaba con acierto una pérdida notable de su poder.

Personalmente, nunca he dudado de las palabras de Jesús, recogidas en el Evangelio según Tomás. Siempre me he dejado guiar en la vida por este dicho concreto: “El que busca no debe dejar de buscar hasta que encuentre” (n. 2). Y, en efecto, proseguí la búsqueda en cuestión. Y di con un libro, aparentemente insignificante: Persona humana de Julián Marías, Alianza, Madrid 1996. El punto XXI está dedicado, precisamente, a la novedosa  cuestión de El destino de la persona, desde un punto de vista filosófico.

Libro de Julián Marías

Para este sobresaliente autor, “el núcleo irreductible de la persona humana es su carácter proyectivo, es decir, la inclusión de lo que no es, lo futuro o, más bien, futurizo, dada su inseguridad, en su realidad humana, que para eso es radicalmente distinta de toda otra conocida”. En tal sentido, añade, es argumental: “Inserta, añade, en el mundo mediante su corporeidad, rodeada de cosas con las cuales tiene que hacer su vida, conviviendo con otras personas, es una realidad inconclusa, siempre abierta, empresa de si misma, cuya consistencia es hacerse”. 

La persona humana no sólo es lo recibido. Es, sobre todo, el hacerse, el realizar en la vida propia el proyecto de vida imaginado y elegido. Por ello, la vida consiste, básicamente, en decidir ‘quien va a intentar ser’. Lo cual significa y supone imaginar, elegir y querer un determinado proyecto y estilo de vida, a configurar por uno mismo, en sus líneas más esenciales, que se irá realizando y ejecutando en el día a día. Podría decirse que la persona humana es su proyecto, sus aspiraciones y metas, sus anhelos e ideales en los diferentes aspectos y dimensiones de la vida.

A partir de estas reflexiones, desarrolla lo que entiende como destino: “La vida es un permanente balance: sentirse a una altura, apoyarse en un pasado que es el camino recorrido, hacer cuentas vitales de sus logros o fracasos, reconocer como verdadero o falso  -o una combinación de ambas cosas- lo que ha hecho de sí misma; finalmente, anticipar un futuro incierto, hacia el cual se vuelve, y que descubre como su verdadera realidad”. En definitiva, si algo es la persona “es tarea, empresa, aventura, meta que se alcanza o se abandona o se frustra”.

En el año 2000, Salvador  Pániker, en su Cuaderno amarillo, por ejemplo, realizó una muy dura crítica a las posiciones católicas, contrarias a la idea que considera al creyente o discípulo de Jesús dueño de destino. Se  espresó en los siguientes términos:: “Porque todos esos católicos integristas siguen siendo premodernos, prekantianos, no creen en la autonomía del sujeto. Para ellos la libertad no es primordial, sino algo supeditado a la ley natural y a la voluntad divina. Tiemblan ante la posibilidad de que el ser humano llegue a ser el dueño de su destino. ¿Y por qué tanto temor? Pues  -en el caso que nos ocupa- porque si los seres humanos se acostumbraran a ser los dueños de su propio destino, la Iglesia pierde poder, pierde el viejo monopolio de las postrimerías, la manipulación del miedo a la muerte”. Evidente. Una vez más, aparecen, al menos en ciertos ámbitos de la Iglesia católica, la hipocresía y la manipulación, el poder y la sumisión, el nefasto clericalismo.

Libro de Salvador Paniker

Si ahora retrocediésemos en el tiempo y escuchásemos la valoración de Kant al respecto de la Ilustración, comprenderíamos con que razón hablaba Pániker. Fue ésta:

[...] es la salida del hombre de su estado de minoría de edad, que debe imputarse a sí mismo.  Minoría  de edad es la incapacidad de valerse del propio intelecto sin la guía de otro. Imputable a sí mismo es esta minoría, si la causa de ella no depende del defecto de la inteligencia, sino de la falta de decisión y de valentía para hacer uso de la propia inteligencia sin ser guiados por otros. ¡Sapere aude! ¡Ten la valentia de servirte de la propia inteligencia! 

Como he subrayado  recientemente (La despedida … cit., pág. 77 y ss.), a partir de Kant, mal que les pese a los líderes católicos situados a la defensiva más cerrada, la sociedad y su cultura se orientaron y consolidaron en el sentido de convertir a la inteligencia humana en el centro mismo de todo quehacer humano. Y así ha venido siendo en el tiempo hasta llegar al momento presente. El hombre de nuestro tiempo prefiere, sin duda, elegir su propio menú, incluso en cuestiones religiosas

Ante esta realidad, se puede comprender que semejante actitud no suene demasiado bien en el mundo de las religiones —por supuesto, en el mundo católico  oficial—, pero ello no le  debería  llevar a ignorarla: está ahí como realidad aceptada socialmente. Guste o no en determinados ámbitos, religiosos o no, es innegable que —hablo desde una perspectiva general— los individuos, que conformamos las actuales sociedades civiles, al menos occidentales, reivindicamos desde entonces el derecho a ser como se nos antoja en todos los órdenes de la vida.

Difícilmente entendemos y aceptamos que la mayoría política, social y hasta religiosa nos imponga ciertas cosas, sobre todo si afectan a la vida íntima de cada cual, que no compartimos, que concebimos como contrarias a derechos que estimamos fundamentales o, simplemente, no son de nuestro agrado. Entre estos, está el primero y principal: el derecho a elegir personalmente nuestro menú, a confeccionar nuestra carta personal, a tomar condimentos de aquí y de allí, esto es, a la medida de nosotros mismos. Igualmente, tampoco se entendía ni se aceptaba que una autoridad externa religiosa le imponga a nadie un menú concreto y determinado. 

Libro de Víctor Hugo

Este criterio está instalado plenamente en las sociedades civiles actuales y es inherente a la predicada libertad de los hijos de Dios, incluso en la Iglesia. Puede verse reiterado por Pániker en Variaciones 95 y en Asimetrías. Precisamente, “una de las conquistas fundamentales de la modernidad, frente a la que la Iglesia se posicionó de modo tan negativo, había sido formulada como el derecho de cada cual a ser cada cual. Un derecho que pocas veces ejercemos” (Pániker, Asimetrías, pág. 23).

Al poco tiempo de aparecer la última gran novela clásica Madame Bovary, Víctor Hugo publicará en 1856 la primera gran novela moderna, Los miserables. Su autor, novelista y teólogo, nos ofreció, al decir de Vargas Llosa en La Tentación de lo imposible, un verdadero  ‘tratado religioso’. He de reconocer que no supe apreciar tal dimensión en su primera lectura. El mismo Vargas Llosa, muy posteriormente, me indujo a una segunda lectura mediante la siguiente reflexión: “Las filosofías de la libertad, que hacen al hombre el absoluto dueño de su destino, tienen en Víctor Hugo un llamativo ejemplo”.  

Finalmente, deseo aludir a otros dos testimonios inequívocos al respecto. En el primero, Florentino Portero insistió, en 2005, en el protagonismo de las sociedades actuales con estas palabras: “La realidad es en extremo compleja y no siempre está al alcance del hombre dirigir los acontecimientos. Tan cierto es esto como que el papel de las sociedades a la hora de modelar su propio destino es enorme y que de su voluntad, enraizada en sus creencias, depende en gran medida su futuro. Los hombres somos responsables de nuestra vida porque tenemos capacidad para tomar decisiones, para hacer o no hacer, para ir en una dirección o en otra. Y esta capacidad viene determinada por nuestra visión de nosotros mismos y de nuestro entorno, por el conjunto de creencias, principios y valores que dan sentido a nuestro ser individual y social”.

En el segundo se expresa la visión de uno de los politólogos más influyentes del mundo actual. Francis Fukuyama (El liberalismo y sus desencantos, Deusto, Barcelona, 2022) subraya que “una sociedad liberal busca proteger la dignidad humana otorgando a sus ciudadanos un derecho igualitario a la autonomía. La capacidad de tomar decisiones vitales es una característica humana fundamental. Cada individuo quiere determinar los objetivos de su vida: lo que quiere hacer para ganarse la vida, con quién casarse, dónde vivir, con quién asociarse y hacer transacciones, de qué y cómo hablar y en qué creer. Es esta libertad la que confiere dignidad a los seres humanos y, a diferencia de la inteligencia, el aspecto físico, el color de la piel u otras características secundarias, es universalmente compartido por todos”.

Libro de Fukuyama

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