"Nunca más el pasado" La fraternidad, desafío permanente

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"En efecto, '… el tiempo presente, sin embargo, muestra que el nosotros querido por Dios está roto y fragmentado, herido y desfigurado (…) Los nacionalismos cerrados y agresivos (cf. Fratelli tutti, 11) y el individualismo radical (cf. Ibidem, 105) resquebrajan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia' (Francisco)"

"Y también, ¿por qué no decirlo?, por la desidia, el olvido y hasta la marginación del Evangelio, que históricamente se ha venido protagonizando por quienes se decían seguidores y discípulos de Jesús. ¡Una evidencia acusadora!"

"Todo nos creemos pacifistas. Pero, lo cierto es que, en la práctica y en la vida cotidiana, olvidamos que, efectivamente, 'se puede herir y matar'  con el lenguaje. 'Quien tenga oídos, que oiga' (Mt 13,9  y Mc 4, 9)"

"Nunca más el pasado: en lugar de sorprender por el amor, mandato del Jesús, nos enzarzamos en situaciones fronterizas con el odio y, desde luego, con la ignorancia del otro"

En la Audiencia (16.05.25), al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, León XIV glosó las exigencias de tres palabras clave: paz, justicia y verdad. Hoy deseo poner en valor ciertos aspectos sobre la paz.  Es, en la perspectiva cristiana, como en la de otras experiencias religiosas, “ante todo un don, el primer don de Cristo: ‘Les doy mi paz’” (Jn 14, 27). Así la describe  en su dimensión positiva:

“Pero es un don activo, apasionante, que nos afecta y compromete a cada uno de nosotros, independientemente de la procedencia cultural y de la pertenencia religiosa, y que exige en primer lugar un trabajo sobre uno mismo. La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, arrancando el orgullo y las reivindicaciones, y midiendo el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas”. ¡Perfecto! Difícil decir más con tan pocas palabras. ¡Continuidad con el pensamiento de Francisco!

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En el trasfondo de las palabras de León XIV se percibe el misterio esencial del cristianismo: la encarnación/humanización de Dios en la persona humana de Jesús (cf. Delgado, La despedida de un traidor. Cap. Noveno), que significó el desplazamiento del centro de la religión. Si por algo se distingue el cristianismo es, en palabras de Mauricio Wiesenthal, “por su originalísima visión humana de la divinidad”. Se trata de entender, de una vez para siempre, que quienes digamos ser seguidores de Jesús, discípulos y amigos, debemos dar testimonio, compromiso previo asumido, de vivir como Él vivió, esto es, priorizando la condición humana (Castillo).

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Creo que la “ocasión de decir verdades se impone, y no está permitido eludirlas, sobre todo en una época como la nuestra” (Víctor  Hugo). En efecto, “… el tiempo presente, sin embargo, muestra que el nosotros querido por Dios está roto y fragmentado, herido y desfigurado(…) Los nacionalismos cerrados y agresivos (cf. Fratelli tutti, 11) y el individualismo radical (cf. Ibidem, 105) resquebrajan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia” (Francisco). Y también, ¿por qué no decirlo?, por la desidia, el olvido y hasta la marginación del Evangelio, que históricamente se ha venido protagonizando por quienes se decían seguidores y discípulos de Jesús. ¡Una evidencia acusadora!

Precisamente porque ésta es hoy, aunque dolorosa, la realidad en la vida de la Iglesia, es oportuno recordar y actualizar la referencia al compromiso personal en la construcción de la paz, enla realización de la fraternidad humana, que ahora impulsa León XIV. Se debe insistir en la trascendental dimensión de este empeño. Todos, de alguna forma, dejamos de activar tal capacidad y las conductas consiguientes. Todos, cristianos o no, tendemos a eludir el testimonio de vida al respecto. Nuestro tiempo viene marcado por una polarización extrema, división y enfrentamiento, en la sociedad civil. Y, también en la propia comunidad cristiana. Eso sí, todos, y en todos los ámbitos, solemos pronunciar muchas palabras. Todo nos creemos pacifistas. Pero, lo cierto es que, en la práctica y en la vida cotidiana, olvidamos que, efectivamente, “se puede herir y matar”  con el lenguaje. “Quien tenga oídos, que oiga” (Mt 13,9  y Mc 4, 9).

El criterio a seguir para el discípulo de Jesús es apremiante. Dejémonos de posturas equidistantes, de justificaciones hipocritonas, de falsos liderazgos, de silencios tácticos y escuchemos el mensaje del Maestro: “Así pues, si vas  a presentar tu ofrenda al altar y en estas te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve y haz tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). Tomemos nota de cuál es la prioridad y seamos consecuentes. Seremos juzgados en función de ella (Mt 25, 31-46).

Hoy no hay tiempo para la indiferencia. O somos hermanos, o se viene todo abajo. La fraternidad es la nueva frontera de la humanidad sobre la cual tenemos que construir, es el desafío de nuestro siglo” (Francisco). ¿Llegaremos a entenderlo los cristianos? ¿Volveremos a llamar la atención por cómo nos amamos, apoyo y ayuda mutua, y nos respetamos? ¿Evitaremos que nos arrebaten banderas tan humanas y de  tanto sabor evangélico como la libertad, la igualdad y la fraternidad?  ¿Comprenderemos que la gran reforma en la Iglesia es la conversión personal? La respuesta, desde la vida, es el desafío de nuestro siglo.

Nunca más el pasado: en lugar de sorprender por el amor, mandato del Jesús, nos enzarzamos en situaciones fronterizas con el odio y, desde luego, con la ignorancia del otro. He verificado, incluso en el mundo clerical, que ni les suena el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado en Abu Dabi, 4 de febrero de 2019, por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb. ¡Esta es la realidad! ¡Así van las cosas!

Digámoslo bien: o hermanos, o enemigos. Porque la prescindencia es una forma muy sutil de la enemistad. No sólo hace falta una guerra para hacer enemigos” (Francisco).

Paradigma de la Prescindencia :: SOÑEMOS JUNTOS

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