Algunos errores que todavía se silencian A propósito de la investigación de abusos

A propósito de la investigación de abusos
A propósito de la investigación de abusos

"Los errores que se cometen son tanto más peligrosos cuanto mayor es la parte de verdad que contienen"

"La gravedad de los abusos en la Iglesia no se determina en base a la estadística. El argumento es contraproducente para la gente"

"En la Iglesia, hasta días muy recientes, gracias al coraje del papa Francisco, no se repudiaban como era debido tales conductas. A tal efecto, se organizó todo un vergonzoso sistema, que sólo es comprensible -lo contrario es impensable- a partir del impulso activo de los más altos responsables del Gobierno central de la propia Iglesia"

"Esta es la verdad que no se ha querido reconocer, que se ha silenciado, siguiendo una muy vieja costumbre romana. Por eso se hizo responsables, de modo injusto y falsario, a los obispos diocesanos. Son las consecuencias de la mitificación papal y de la hipocresía"

"¿Cómo es que nuestros obispos ni siquiera barruntaron la que podría armarse y se comportaron de modo tan ingenuo? ¿Cómo es que no tomaron la iniciativa y, de este modo, dejar fuera de juego las eventuales maniobras de la nueva clase política, significada, en general, por su sectarismo?"

Con Francisco, no con anterioridad, la Iglesia, por fin, ha hecho lo que debía para acabar con tan repugnante lacra. Ha puesto en evidencia a cierta clase política gobernante en España.

Llevo algo más de tres años, después de mis últimas reflexiones sobre la Cumbre antiabusos, celebrada en Roma, en febrero de 2019, observando el espectáculo bochornoso de unos y otros. En su día, me apliqué aquello de predicar en desierto, sermón perdido. Y, en consecuencia, preferí invertir el tiempo en proclamar mi última palabra y no dejársela al momento después del silencio a todo. Ya está en la editorial La despedida de un traidor -La búsqueda personal de Dios-.

Liberado de tal empeño personal, deseo fijar de nuevo y señalar algunos errores que todavía se silencian en torno a los abusos sexuales en la Iglesia.

Estoy convencido que los errores cometidos, como dijo Amiel, son tanto más peligrosos cuanto mayor es la parte de verdad que contienen. Este criterio se refiere, precisamente, a aspectos que, en la Iglesia y a todos los niveles, todavía, con la que ha caído, se suelen ocultar cuando valoran el estado presente de la investigación, política y eclesiástica, de dichos abusos. Actitud que viene a legitimar y a dar pie a la manipulación y sobreactuación de los adversarios. Todo, que ya es decir, por miedo a la verdad.

1. Es indudable que estos abusos se han producido también en la Iglesia. Es indudable que este ‘culto sacrílego’ (Francisco) ha provocado un grandísimo impacto en la sociedad, en atención a sus víctimas (menores de edad), en atención a la condición de quienes lo han protagonizado como abusadores (clérigos y religiosos) y en atención al tratamiento de que fueron objeto por la autoridad eclesiástica.

2. Este fenómeno no debe, por desgracia, situarse exclusivamente en la Iglesia. Es, sin duda, un fenómeno social. Pero, la gravedad, en la medida que está presente en la Iglesia, no ha de medirse por su número o proporción relativa respecto a su existencia en otros ámbitos ajenos a la misma. La gravedad de este fenómeno en la Iglesia es en sí misma infinita y muy escandalosa. Insistir, como se hace, en la estadística es interpretado por la gente como una forma sibilina de querer aminorar su gravedad. Lo cual, dicho de otra forma, es muy contraproducente pues añade aún más negatividad a tales conductas.

3. No comparto el criterio según el cual la Iglesia no es la responsable de los excesos que sus miembros cometan. Cierto que de estas conductas, tipificadas como delitos en el Código penal, han de responder, desde dicha perspectiva, quienes las protagonizaron. Pero, no estamos ante simples miembros de la Iglesia sino ante, digamos para entendernos, ‘funcionarios’ de la misma. Es habitual que la víctima solicite una indemnización por el daño causado de la que, con carácter subsidiario, haya de responder, en mi opinión, la Iglesia institución.

4. Se ha calificado como falaciala acusación, bastante generalizada, según la cual la Iglesia no participaría en el repudio que merecen los abusos sexuales. Creo, sinceramente, que tanto la Iglesia como quienes ahora mismo le acusan de semejante actitud (no rechazo radical de los abusos en su seno) están expresando una falsedad.

En la Iglesia, hasta días muy recientes, gracias al coraje del papa Francisco, no se repudiaban como era debido tales conductas. Al contrario, los abusos se ocultaban de modo sistemático. A tal efecto, se organizó todo un vergonzoso sistema, que sólo es comprensible -lo contrario es impensable- a partir del impulso activo de los más altos responsables del Gobierno central de la propia Iglesia. Incluso, en algunos supuestos muy significados, de todos conocidos, el cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, se manifestó en términos poco coherentes con la nueva orientación papal y ejerció, al parecer, sus competencias de modo, presuntamente, inapropiado.

Esta es la verdad que no se ha querido reconocer, que se ha silenciado, siguiendo una muy vieja costumbre romana. La cumbre antiabusos, celebrada en Roma, en febrero de 2019, acreditó, entre otros errores de bulto, el haber silenciado la verdad de lo ocurrido (cfr. Delgado del Río, La verdad silenciada, Barcelona 2020). Se hizo culpables del escandaloso y falsario tinglado, que se había instrumentalizado en los pontificados precedentes, a los Obispos diocesanos. Lo siento, pero tal imputación me parece falsa e injusta. Los obispos seguían, desde hacía ya demasiado tiempo, las directrices y orientaciones romanas. En el fondo, se ha querido actuar, una vez más, a partir, grave error, de la mitificación tradicional del Papa respectivo. ¿Cómo señalarlo con el dedo acusador, por acción u omisión, si alguno había sido incluso beatificado o santificado? Esto pasa por precipitación innecesaria e interesada de ciertas proclamaciones.

La acusación de cierta clase política y gubernamental en España (no repudio) constituye, sin duda, una falsedad respecto al momento presente o, si prefiere, respecto al pontificado de Francisco, que - hablando en general y salvo alguna posible excepción muy puntual- tanto coraje ha acreditado en su lucha contra los abusos sexuales del clero en la Iglesia. Coraje que celebramos que haya sido recompensado con el éxito. Tampoco era de esperar -salvo ingenuidad manifiesta o simple estrategia ante un gobierno de izquierdas- una posición muy diferente.

5. Creo, honestamente, que los Obispos españoles no supieron interpretar la nueva situación política española. Era muy previsible lo ocurrido: investigación política de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia en España. Ciertas ideologías, muy activas en el Gobierno de España, estaban ahí y lo lógico era suponer que habrían de desplegar, como sucedió, toda su potencialidad condenatoria de la Iglesia. ¿En qué pensaban nuestros obispos? ¿Cómo es que ni siquiera barruntaron su posibilidad y se comportaron de modo tan ingenuo? ¿Cómo es que no tomaron la iniciativa y, de este modo, dejar fuera de juego las eventuales maniobras de la nueva clase política, significada, en general, por su sectarismo? Ahora no tienen sentido alguno las lamentaciones, menos aún deplorar supuestos autos de fe que no se han producido, ni cosas parecidas. El error cometido, máxime cuando ellos no acababan de poner el huevo -hacer los deberes-, a diferencia de otros episcopados en Europa, reporta estas consecuencias, que -¡ojalá me equivoque!- revestirán una mayor gravedad y peligrosidad. ¿Tomarán nota para el futuro?

6.Con Francisco, no con anterioridad, la Iglesia, por fin, ha hecho lo que debía para acabar con tan repugnante lacra. Tal actitud es lo que interesa destacar. Lo reconozcan o no, y digan lo que digan, sus adversarios declarados. La firmeza en esta nueva actitud le devolverá a la Iglesia, con el tiempo, la credibilidad perdida.

A partir de ella, volverá a gozar de autoridad para criminalizar, como hacemos muchos, a los responsables políticos, que han asumido la tutela de menores y que, a veces, se comportaron, presuntamente, con un talante similar al de la Iglesia en el pasado. Esto es, en ciertos casos como en Baleares, se han negado sistemáticamente a dar las explicaciones exigibles en cualquier democracia que se precie; no han sido mínimamente coherentes con las responsabilidades que tienen encomendadas; han presumido de lo que carecen; y han exhibido falsas justificaciones -el problema es de la sociedad o las menores están en una edad problemática-. ¡Vaya vergüenza! ¡Vaya ejercicio de responsabilidad de las Sras Armengol, Cladera y Santiago!

(CONTINUARÁ)

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