"Nuestra propia reforma" La reforma de y en la Iglesia

Sínodo
Sínodo

"La situación presente en 'el misterioso taller de Dios' (Goethe) no puede ocultarse por más tiempo. Qué hacer?"

"Diría que, a pesar de todo, y felizmente, no parece resignarse. Se siente como algo vivo. Quiere, en coherencia, dar una oportunidad a su transformación. ¿Cuál es el riesgo?"

"La tentación posible 'es creer que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrían exclusivamente de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas …'(Francisco)"

"Las cosas no se arreglan ni vuelven a la normalidad con ‘remiendos’ (Francisco). Lo ha dicho sin pelos en la lengua: '… lo que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional' (Ibidem)"

"Descripción del camino prioritario y muy exigente, que señala y fija el propio Francisco"

"La reforma de y en la Iglesia tiene que ver con 'nuestra vida diaria', con 'nuestra propia reforma', con un cambio de vida, con que, efectivamente, vivamos como seguidores de Jesús"

En estos días hemos recordado y celebrado el gran misterio del cristianismo, la encarnación/humanización de Dios en el niño/hombre Jesús de Nazaret. He deseado que la paz haya inundado nuestros corazones. Los de todos, sin excepción alguna. Pero, no lo olvidemos, este deseo no se hará realidad en el mundo si cada uno de nosotros no está en paz consigo mismo. La cooperación solidaria de todos en este propósito es el reto para este año 2024. ¡Paz a todos!

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

Precisamente, porque, entre otras razones, ha faltado, en el devenir de los tiempos, esta colaboración, estamos, en el primer cuarto del siglo XXI, ante una muy triste evidencia. Como, en su día, ya dijo Alfred Loisy, “Jesús anunció la venida del Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia”. No es extraño que, en nuestros días, J.A. Pagola haya calificado este ‘hacer de la Iglesia el sustitutivo del Reino de Dios’ como ‘una de las herejías más graves’. Yo además lo calificaría como pura manipulación de los creyentes. Expresiones, en todo caso, que proyectan una imagen cierta e indisociable de lo que ha ocurrido en ‘el misterioso taller de Dios’ (Goethe). Y sigue ocurriendo, sin duda.

Vaticano

La Iglesia oficial, presidida por Francisco, es muy consciente de su situación actual en el mundo. Ya no genera cultura y es muy poco escuchada. Los escándalos de muy diferente naturaleza la han marcado de modo indeleble. Aunque tengo la impresión que no se le presta demasiada atención, dada la polarización extrema existente en ella, sabe del dicho de Jesús: “Todo reino dividido será desolado” (Mt 12, 25). No puede ignorar tampoco la efectiva marginación del evangelio en la vida de muchos de los que dicen ser sus creyentes, incluso en aspectos trascendentales. Tampoco ha acreditado el talante necesario para sintonizar con los signos de los tiempos e impulsar un nuevo estilo de evangelización, su verdadero ADN. Como consecuencia de todo ello, ha perdido a chorros su credibilidad y es víctima de un abandonismo creciente a todos los niveles. Su crisis moral y hasta de fe es evidente. ¿Qué hacer?

Diría que, a pesar de todo, y felizmente, no parece resignarse. Se siente como algo vivo. Quiere, en coherencia, dar una oportunidad a su transformación. Ya se han agitado sus aguas, se han impulsado diferentes procesos y se han despertado múltiples expectativas, a veces muy contradictorias entre sí. El momento presente es, sin duda, apasionante. Se ha reformado la Curia romana y, sobre todo, se ha abierto el proceso inacabado de la sinodalidad: caminar juntos. ¿A dónde nos puede llevar?

Creo que, efectivamente, existe el riesgo cierto de que nos pueda llevar, no obstante las buenas intenciones, a una profunda frustración. La tentación, en la que se puede incurrir, “es creer que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrían exclusivamente de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas …” (Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (29.06.2019), n. 5). Sería tanto como ignorar la historia y dar por bueno un gran error “que nos conduce a poner la confianza en las estructuras administrativas y las organizaciones perfectas. Una excesiva centralización que, en vez de ayudarnos, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (Evangelii Gaudium, n. 32).

Pues bien, Francisco, que atesora la rara virtud de centrar las cosas, los problemas, las situaciones y los procesos abiertos, ha salido también al paso y ha fijado la orientación y el rumbo a seguir. La historia nos ha enseñado, aunque parezca que no se quiere aprender, que las cosas no se arreglan ni vuelven a la normalidad con ‘remiendos’ (Carta, cit., n. 5). Lo ha dicho sin pelos en la lengua: “… lo que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional” (Ibidem)). Ese, por tanto, no es el camino prioritario a seguir. El camino a seguir es otro, muy diferente y muy exigente. Lo ha expresado el propio Francisco en estos términos:

“Solo podremos renovar la Iglesia desde el discernimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida diaria. Y emprendiendo una transformación guiados por el Espíritu Santo. Nuestra propia reforma como personas, esa es la transformación. Dejar que el Espíritu Santo, que es el don de Dios en nuestros corazones, nos recuerde lo que Jesús enseñó y nos ayude a ponerlo en práctica. Empecemos reformando la Iglesia con una reforma de nosotros mismos. Sin ideas prefabricadas, sin prejuicios ideológicos, sin rigideces sino avanzando a partir de una experiencia espiritual, una experiencia de oración, una experiencia de caridad, una experiencia de servicio” (Video del Papa. Agosto 2021).

La reforma de y en la Iglesia tiene que ver con ‘nuestra vida diaria’, con ‘nuestra propia reforma’, con ‘la reforma de nosotros mismos’, con un cambio de vida, con que, efectivamente, vivamos como seguidores de Jesús. Acabo de mentar la bicha. Aquí ha radicado y radica el problema. Aquí le duele y muchísimo. Aquí se concentran, aunque no se hable de ello, todas las resistencias. El testimonio de la vida. Casi nada. Sin él, todo es apariencia hipocritona.

“La fe toda tiene que ver con la vida: la vida entera” (Card. Tobin, arzobispo de Indianápolis), con la conducta diaria. Y este cambio no lo garantiza ninguna reforma organizativa y sin él la Iglesia, en su conjunto, no será creíble.

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