¿Con 15 años puede alcanzar alguien la santidad? Carlo Acutis: Cuando la bondad y la esperanza se abrazan

El libro Carlo Acutis. Cuando la bondad y la esperanza se abrazan, recientemente publicado, tiene como objetivo ofrecer a todos, pero fundamentalmente a educadores, un acercamiento a este adolescente que es más profundo de lo que parece
Mientras esperamos su canonización por León XIV, que conocer a Carlo Acutis, "amigo fuerte de Dios", por ser humilde, al más puro estilo teresiano, nos anime a ser personas que viven su tarea educativa con bondad haciendo el bien, siendo así lo que estamos llamados a ser, es decir, santos: de ahí brota nuestra identidad cristiana
| Francisco Javier Sáez de Maturana
"El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes san- tos, que entregaron su vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos de la modorra" (Francisco, Christus vivit, 49).
«Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias». Leí esta frase, por primera vez, hace cinco años, y fue en la exhortación Christus vivit – «Vive Cristo»–, escrita por el papa Francisco en marzo de 2019, después del Sínodo de los jóvenes. La frase es brillante, pero ¿es del mismo Francisco? Pues no. Resulta que es de un adolescente italiano, del que apenas había oído yo hablar: su nombre es Carlo Acutis.
Las imágenes de este muchacho llenaron las redes poco antes de que fuera proclamado beato el 10 de octubre de 2020, con mucha alegría en toda la Iglesia. Es entonces cuando muchos le conocimos un poco más. A raíz de su beatificación, la Iglesia ha fechado su fiesta litúrgica para el 12 de octubre, día de su paso a la eternidad. Los restos de Carlo descansan en Asís, la tierra de su amado san Francisco, hermano humilde, cantor de la vida y la fraternidad, pues era este su deseo antes de morir.

Y ¿quién es Carlo Acutis? No, no es un chico supermán. Tampoco es un «beatorro», que está siempre rezando, pero que es incapaz de lavar un plato o prestar un servicio, a no ser que haya quien le aplauda por su «buena» acción. No es, ni mucho menos, un muchacho que levita desde su nacimiento. Según su madre, Carlo no nace como «santo de altar». Alguien que le ha conocido bastante, como es su párroco, Gianfranco Poma, ha dicho de él: «Era un chico absolutamente normal, pero con una armonía absolutamente especial».
No está de más tener todo esto presente, pues, a veces, ponemos a los santos tan altos, tan diferentes, tan «sin defectos» …, que no vale la pena pensar en la santidad… No pocas veces se les presenta más admirables que imitables, o de tal manera que carecen de interés en la vida de cada día. ¿Hay ambigüedades en las vidas de los santos? Claro que sí, como en todo lo humano. La experiencia de Dios siempre es subjetiva y concreta y pasa por el filtro de cada persona. También en Carlo Acutis.
(Ver: Francisco Javier Sáez de Maturana, “Carlo Acutis. Cuando la bondad y la esperanza se abrazan”,
Grupo Editorial Fonte, Burgos 2025.)
¿Santidad a los 15 años?
Carlo es un muchacho con una cualidad –entre otras–, que hoy echamos de menos, y cuando la percibimos en alguien, gozamos inmensamente: es la bondad. Él es un muchacho bueno, que hace el bien -que nos hace mucho bien-, y no se avergüenza de ello, y que, además –y esto es clave– tiene un deseo profundo, expresado en el momento más decisivo de su fecunda vida: «Estar unido a Jesús es mi proyecto de vida». Es su proyecto y esperanza.
¿Con 15 años puede alcanzar alguien la santidad? El teólogo jesuita Karl Rahner cumplió 80 años el 12 de febrero de 1984, un mes antes de su fallecimiento. Con ese motivo, ante alumnos y profesores de la Universidad Albert-Ludwig de Friburgo de Brisgovia, dirigió unas emotivas palabras, y terminó diciendo: «Ochenta años son un largo espacio de tiempo. Pero para cada uno, el tiempo de vida que se le ha concedido es el breve instante en el que llega a ser lo que ha de ser». No es cuestión de años, sino de fecundidad vital, de vivir los muchos o pocos que podamos, en plenitud. Vivir por vivir, perdurar o subsistir, no lleva consigo mérito alguno si no se le ha dado un sentido a la vida.
Así sucede con Carlo, como iremos viendo. En sus 15 años llega a ser lo que Dios quiso que fuera: santo. Sí, él vive lo que significa ser santo, es decir, amar a Dios y al prójimo con toda la capacidad propia de su edad y circunstancias. Así ha de ser en todo cristiano: cada uno ha de hacerlo como niño, como joven, como adulto o anciano, como hombre, como mujer. Cada cual, según su estilo, su edad, su carácter –a veces muy difícil, como el de san Jerónimo o san Francisco de Sales–, sus ocupaciones... Carlo vive lo que le toca hacer en cada momento, y trata de hacerlo bien.
Los millennials pueden ver en Carlo a uno de su generación realmente vivo. Conociendo a Carlo, toda persona, pero especial-mente los chicos y chicas, pueden ser puestos en contacto con una experiencia de vida, que, lejos de quitar algo a la vida hermosa de los años adolescentes o juveniles, valora todavía más esos años, los potencia y los enriquece enormemente.
El influencer de Dios
Se han escrito libros y artículos sobre Carlo Acutis. Se vienen publicando páginas webs en Internet sobre él. Se han difundido «florecillas de Carlo» –al estilo de las florecillas de san Francisco de Asís–, algunas deliciosas, aunque ingenuas, y otras completamente peregrinas. Se han aportado datos interesantes y atractivos y otros se quedan únicamente con el apelativo de influencer de Dios, sin saber muy bien qué se quiere significar con esa denominación.
El Papa Francisco recordó en la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Panamá (2019), que la encarnación y la redención fueron posibles gracias al «sí» de una muchacha de Nazaret, que «no aparecía en las ‘redes sociales’ de la época, no era una influencer, pero sin quererlo ni buscarlo se ha convertido en la mujer que más influyó en la historia». María es, pues, la influencer de Dios, según Francisco. En la imagen de María, influencer sin pretenderlo ni haberlo buscado, encontramos una gran lección.
¿Quiénes son los que realmente influyen en la historia? Los influencers son los que acogen y guardan el Evangelio y lo hacen crecer, conscientes de su pequeñez y debilidad, y confiando sólo en la ayuda de la gracia de Dios.
Como María –siguiendo las palabras del Papa– tenemos a otros influencers, como son los padres y madres de familia que transmiten la fe a sus hijos con el testimonio cotidiano; como los jóvenes que se mantienen íntegros y, sin esperar nada a cambio, son compasivos y cercanos a los pequeños y últimos, a los que no cuentan. Son influencers sacerdotes, religiosos y tantos cristianos que –desde el propio carisma y ministerio– derraman el bálsamo de la misericordia sobre las heridas de aquellos que sufren y ellos acogen, porque sus vidas están enraizadas en el Compasivo…
¡Cuántos influencers viven con nosotros; son nuestros vecinos; se mueven por nuestras calles; son sencillos, sin cargos ni prebendas; ellos ayudan a saborear la salvación siendo, sencillamente, ¡«siervos inútiles»! Son personas que no esperan agradecimiento alguno, porque solo han hecho «lo que tenían que hacer».
Vistas así las cosas, nos damos cuenta de que Carlo Acutis –un nativo digital–, es realmente un influencer de Dios; él, a través de las redes anuncia el Evangelio con pasión, y es referente en el mundo católico de aquél a quien apunta. Pero su vida va más allá de la de ser un influencer en la virtualidad, en la pantalla del ordenador: él lo fue, fundamentalmente con su vida diaria de fe, su adhesión a Jesús y su compasión y cercanía a los últimos y a los descartados.
Un acercamiento sencillo
El libro “Carlo Acutis. Cuando la bondad y la esperanza se abrazan”, recientemente publicado, tiene como objetivo ofrecer a todos, pero fundamentalmente a educadores – padres, maestros, catequistas, agentes de pastoral…– un acercamiento a este adolescente –al menos, como yo he podido hacerlo–, que es más profundo de lo que parece.
Carlo Acutis es lo que acontece cuando la bondad y la esperanza llenan una vida, y esta vida se convierte en reflejo de ambas. Ojalá que, por medio de la vida de Carlo, podamos experimentar que, así como con 15 años, este mucha-cho ha vivido intensamente la vida, también los muchachos de su edad pueden hacerlo –y los adultos también–, y, en mayor o menor escala, teniendo en cuenta las variadas circunstancias vitales, ya que «el Evangelio es inagotable, y da posibilidad a todos» (Papa Francisco). Y todo contando siempre con la cariñosa compañía de Jesús, Hijo y Hermano.
Hay algo más que deseo dejar lo suficientemente claro. La gente sencilla intuyó en san Francisco de Asís la santidad en su bondad, expresada en el abrazo al leproso. Una bondad que podía parecer extraña, según en qué momentos, pero que siempre era entrañable. El buen olfato de la gente percibió en el gesto del Poverello que aquello solo podía provenir de Dios, o de alguien que deja a Dios actuar a través de él totalmente.

La santidad que hoy necesitamos es la de los santos que lo son por bondadosos, por constructores del bien común, por comprometidos en las causas que afectan a todos, sobre todo a los más pobres, más que por la elocuencia o la ascesis heroica o la obsesión por una perfección espiritual egoísta y aislada.
Acerquémonos a Carlo Acutis, y, con él, a todos los santos. Y al hacerlo, sentiremos una fuerte inspiración para seguir a Jesús –cada uno en su estado de vida–, para alimentar constantemente una relación cada vez más íntima y más auténtica con Dios, y una necesidad de servir a las criaturas de Dios, nuestros hermanos. Además, percibiremos lo que acontece cuando la bondad y la esperanza se abrazan, y ese abrazo se hace vida cotidiana.
Dejemos que nuestra mirada sobre la santidad se vea interpelada, interrogada e, incluso, tal vez, perturbada –en palabras de M. Saldaña hablando de los santos– al hacer camino con Carlo y con tantos otros cristianos santos.
Modelos de vidas ejemplares
¿Se puede hablar de vidas ejemplares en estos tiempos? Sí, aunque puede sonar a algo añejo. Pero veamos. ¿A qué me refiero cuando digo «vidas ejemplares»? Bueno, cuando hoy hablamos de vidas ejemplares nos referimos a personas reales cuyas acciones y palabras inspiran a otras personas y sociedades en sus vidas diarias. Son sabios de vida o vidas sabias capaces de hablar al corazón de la gente y ayudarnos a vivir.
¿Por qué es santo lo que las vidas ejemplares ofrecen? Porque es sano, no corrupto, perdurable. Ofrecen en su día a día aquello a lo que merece la pena que nos entreguemos y para siempre, aquello que merecería ser para siempre. La santidad, se crea o no en Dios o en la Trascendencia, siempre apunta a lo eterno. Hay personas que, como Carlo, y tantos otros, aunque no compartamos algunas cosas de su modo de actuar –porque cada uno es cada uno y tiene sus «cadaunadas»– es digna de contemplarse como ejemplar. Y pueden ser ejemplo vital porque son admirables, sí, pero, sobre todo, son imitables, que no es lo mismo.
Como educador, soy consciente de que lo que manda en la actualidad es no ser como otros ni como nada. Y mucho menos todavía como antes. Ni de antes ni de otros, parece ser la regla. Las referencias de lo bueno, lo bello y lo verdadero, parecen carecer de base. Sí, da la impresión de que vivimos en un mundo sin referencias sólidas, no me refiero a repetir eslóganes vacíos, oraciones rancias o nombres que solo se pronuncian porque toca y para quedar bien. Pero, con estas páginas, quiero mostrar, que hay personas que son modélicas, referencias para otros. Pero no todo vale.
Podemos quedarnos con los «santos economicistas» -que rodean al “mesías” Trump-, que ofrecen el oro y el moro, pero que buscan su propio beneficio en todos los sentidos. Podemos quedarnos con los ídolos que la sociedad nos ofrece, y solo exigen pleitesía. Pero hay otra propuesta, que es la siguiente: No nos hagamos cómplices de la teología de la prosperidad, ni de el «nuevo mesías» ni de los «santos economicistas», ni de ídolos de paja. Hagámonos cómplices de todos los santos, con esa complicidad tan saludable y enriquecedora, que nos llevará a ser de Dios –el que lo pide todo porque lo da todo– y a hacer las obras de Dios, de mil maneras, y según infinidad de carismas, como ellos lo fueron e hicieron. En la diversidad de sus vidas y de sus experiencias encontramos el punto desde el que todo se mueve: su honda inmersión en Dios, según su capacidad y circunstancias vitales. Y desde ese centro, ellos fueron, como dice el Papa Francisco, marcados a fuego para esa misión «de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Evangelii gaudium 273).
Tenemos compañeros y maestros
Pidamos a los santos que recen por nosotros, para que, como ellos, podamos responder al amor recibido que brota del Corazón traspasado de Jesús, Hijo y Hermano. Que ante el miedo o «la no conveniencia de hablar de Dios todavía», o casi –para que no se vayan o se incomoden– en casa, en clases de religión de colegios, incluso en catequesis, donde se pasan medio año hablando de la psicología del joven y el género –que para algunos es obsesión–, retengamos unas palabras de Etty Hillesum, una mujer creyente judía, que padeció junto a la carmelita Edith Stein –santa Benedicta de la Cruz– la trágica suerte de su pueblo en el campo de concentración de Auschwitz: «Hace falta aún el coraje de expresarlo abiertamente. El coraje de pronunciar el nombre de Dios». En ese empeño, en medio de la barbarie, murieron fielmente. ¿No nos dice nada todo ello?
El escritor francés Víctor Hugo escribió: «La esperanza es la palabra que Dios ha escrito en la frente de cada hombre». Pero no basta. Necesitamos compañeros de camino –anclas– que nos ayuden a leerla e interpretarla. En los santos, como Carlo, tenemos buenos maestros.
Mientras esperamos su canonización por León XIV, que conocer a Carlo Acutis, «amigo fuerte de Dios», por ser humilde, al más puro estilo teresiano, nos anime a ser personas que viven su tarea educativa con bondad haciendo el bien, siendo así lo que estamos llamados a ser, es decir, santos: de ahí brota nuestra identidad cristiana.
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