"Necesitamos grandes profetas, pero, sobre todo, muchos pequeños profetas" Juan el Bautista: ¡Necesitamos profetas!

Juan el Bautista y los profetas
Juan el Bautista y los profetas

"Juan no habló por hablar. No gritó por gritar. Agarrado y unido al origen de toda existencia pronunció de adulto palabras profundas, palabras que llevaban a los que le escuchaban a volver al origen, palabras cargadas de profecía"

"Necesitamos más personas con mirada inteligente y penetrante hacia el interior de la historia, que señalen con lucidez metas de futuro y de libertad para todos"

"Nos hacen falta personas que miren siempre desde los sin-nombre, de los humillados y vencidos de la historia, de los pobres y excluidos, de las víctimas, de cuya causa se sienten solidarios"

Todos venimos al mundo como profecía y esperanza de algo nuevo. La vida de cada persona es una sorpresa, una promesa, un anuncio, una esperanza. Cada uno de nosotros traemos una huella de Dios en el alma y un soplo de novedad nos acompaña... Todo niño que nace es una sonrisa de Dios. Así sucedió con Juan el Bautista. Su nacimiento es muy semejante al de cada ser humano.

Leemos en el evangelio que “la mano del Señor estaba con él” (Lc 1,66), es decir, sobre Juan. ¿Es eso exclusivo del profeta? Pues no. Todos tenemos «la mano del Señor» con nosotros. Quizá la diferencia está en que Juan lo supo, se agarró a ella y con ella caminó, y otros no nos enteramos, o preferimos otras manos o andar sueltos, creyéndonos autosuficientes.

Juan no habló por hablar. No gritó por gritar. Agarrado y unido al origen de toda existencia pronunció de adulto palabras profundas, palabras que llevaban a los que le escuchaban a volver al origen, palabras cargadas de profecía. 

Juan Bautista

UN NIÑO LLAMADO A SER PROFETA

Los relatos de los orígenes de Juan, que podemos leer en el evangelio de Lucas, nos hablan de un niño que desde antes de nacer ya prometía. Su familia, su responsabilidad personal y la comunidad humana y religiosa a la que perteneció hicieron posible que llegara a ser lo que estaba llamado a ser. 

La poeta Gloria Fuertes escribía: “Trabajar porque la gente sobreviva a la desilusión es un acto heroico y en ello colaboro”. Emocionantes palabras que resumen una vida. A eso estaba destinado Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, desde antes de nacer, y por ahí creo que fue su vida y predicación. No tenía otro interés que su pueblo, su gente: devolverles las ganas de vivir en fidelidad a Dios, a ese Dios por quien se sabía enviado y a quien se sentía apasionadamente unido. Sólo buscaba ayudar a la conversión –vuelta a Dios- para así poner las bases de unas familias y de un pueblo reconciliado, y en paz con justicia. 

NECESITAMOS PROFETAS

Actualmente necesitamos grandes profetas, como Francisco de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Bartolomé de las Casas, Charles de Foucauld, Juan XXIII, Hélder Câmara, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Pedro Casaldáliga… 

Pero, sobre todo, necesitamos muchos pequeños profetas. Necesitamos más personas con mirada inteligente y penetrante hacia el interior de la historia, que señalen con lucidez metas de futuro y de libertad para todos. Necesitamos más personas auténticas con liderazgo moral, que piensen y se comprometan, que digan lo que piensan oportunamente –y no lo que se les ocurra, porque entienden erróneamente que eso es libertad y sinceridad- y lo hagan realidad en su vida diaria. 

Romero y Casaldáliga

No necesitamos a los que tienen respuestas a todas las preguntas, pues, como dice el papa Francisco: “Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales” (Gaudete et exsultate 41). Necesitamos hombres y mujeres corrientes desde el punto de vista profesional y de situación social, pero fuera de lo común desde la perspectiva del Espíritu, que despierten preguntas e interrogantes, y se unan a todos para encontrar respuestas. Necesitamos personas al estilo de la Hermana Aguchita, beata peruana, testimonio de entrega radical desde la pequeñez y el servicio humilde.

NECESITAMOS UNA IGLESIA PROFÉTICA

En la “Carta a Diogneto” -un escrito probablemente del siglo II d.C.-, cuyo autor desconocemos, se dice que los cristianos vivían igual que las demás personas, pero tenían una mirada diferente, y eso hacía la diferencia. ¿Sucede eso mismo actualmente? Por supuesto que sí. Hoy, tiempo en el que sobran los que buscan el poder, de mil formas y maneras, hay personas así -si sabemos ver y escuchar-, sencillas vidas evangélicas que iluminan y animan, y que con su testimonio nos invitan a ser buenas personas. Como alguien ha dicho, el mundo no está hecho de átomos, sino de historias hermosas de mujeres y hombres buenos, que no tienen precio, pero sí inmenso valor, que llenan de bondad los lugares por donde se mueven. 

El cardenal C. M. Martini –un profeta, porque se atrevió a pensar, y que en años difíciles en la Iglesia mantuvo la antorcha levantada-, dijo que “nuestra Iglesia es hoy un poco temerosa a la hora de ayudar a quienes se alejan. Es precisa en el establecimiento de los límites, pero no es tan valerosa para extender la mano a quien está fuera de los límites”. Para el papa Francisco existe una forma de vivir la Iglesia, de mostrar ostentosamente sus logros y certezas, de considerarse el centro de todo, que es una “oscura mundanidad”. Dice el papa: “No se sale realmente a buscar a los perdidos ni a las multitudes sedientas de Cristo” (Evangelii gaudium 95). Y como no descubre la novedad de Dios surgiendo más allá de sí misma, “mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia” (Evangelii gaudium 97). 

De Martini a Bergoglio
De Martini a Bergoglio

Es preciso una Iglesia “en la calle”, “en salida”, descentrada de sí misma y centrada en Jesús; madre que acoge y abraza, que proclame la voluntad compasiva de Dios para nuestro mundo. Que haga audible al Dios invisible con sus palabras y acciones audaces. Que tienda puentes y una, ante tanto abismo que se va abriendo, promoviendo el encuentro y el diálogo. Y, como dijo Francisco a los jóvenes en Chile, que la Iglesia “no sea la santa abuela Iglesia”. 

En la entrevista con A. Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, del año 2013, el papa comentó: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar desde abajo, desde las condiciones en que viven las personas”. 

¡MÁS HINCAR EL DIENTE AL EVANGELIO!

No necesitamos tantos “gestores de empresa”, ni líderes que se escuchen constantemente a sí mismos, subidos a los aleros de templos o del poder, sino compañeros de camino, profetas que escuchen y hagan suya la voz de la gente, niños, jóvenes, adultos y ancianos; que cumplan al pie de la letra aquello de “sé la voz del que no sabe hablar, y abogado de los abandonados” (Prov 31,8). Necesitamos mujeres y hombres que sepan realizar el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, que se muestren  disponibles ante quien se siente explotado y deprimido (cf. Plegaria eucarística Vb).

Nos hacen falta personas que miren siempre desde los sin-nombre, de los humillados y vencidos de la historia, de los pobres y excluidos, de las víctimas, de cuya causa se sienten solidarios. ¿Por qué? Porque los profetas siempre han estado fuera del poder y han mirado desde abajo. Y desde la encarnación del Hijo, nos ha quedado más que claro que Dios habla abajo y despojado de todo poder. Lo que hace falta es continuar en el mundo la tarea profética, de la que Juan el Bautista y, sobre todo Jesús, son los máximos exponentes. ¡Menos búsqueda de nuevas ideas, alambicadas teorías y nuevos profetas, y más hincar el diente al Evangelio! 

Iglesia profética

¿Y NOSOTROS?

¿Qué hacemos por reparar o reducir las brechas en las relaciones humanas y las provocadas por la desigualdad, siempre fruto del pecado, envuelto en mil y un ropajes? ¿Qué hacemos para acabar con la corrupción –término que viene del latín “corrumpere”, y significa destruir, pudrir, pervertir-? ¿Nos quedamos quejándonos y lamentándonos dejando que la pudredumbre se enquiste, o colaborando por omisión o mediante pequeñas corruptelas “que nadie va a saber”? ¿Qué hacemos para transparentar la verdad, tender manos, dialogar y acoger a todos? ¿O nos contentamos con criticar a diestro y siniestro, sin mover un dedo para buscar soluciones y señalar caminos? 

¿No somos todos, por el bautismo, sacerdotes, que ofrecen su propia vida como ofrenda al Señor, en los quehaceres cotidianos? ¿No somos profetas, esto es, hombres y mujeres que han acogido la Palabra que llena el propio ser y que envía a ser sus testigos? ¿No somos reyes, es decir, hijos del Reino, liberados de toda esclavitud y liberadores, en la diversidad de carismas y ministerios? 

¡Ojo! Somos todos “profetas”, es decir, que tenemos voz, y no sólo “oreja” para oír y acatar lo que otros nos digan. ¿No somos sal de la tierra y luz del mundo? Algo tendrán que decirnos estas verdades cristianas, ¿o no? El papa Francisco nos dice: “El Señor lo pide todo… Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (Gaudete et exsultate 1).

A Juan el Bautista se le conoce como aquel que apunta con su dedo al Cordero que quita el pecado del mundo. ¿No estamos llamados los cristianos a ser, como él, testigos de Jesús, actuando de un modo semejante a como él lo hizo, con sencillez y humildad, llevando a cuantos nos rodean a mirar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, Jesús, Hijo y Hermano? 


(Extraído de: F. J. Sáez de Maturana, Juan el Bautista. Una aproximación al profeta del desierto, PPC, Madrid 2020)

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