Vladimir Volkoff, novela y realidad Juan Pablo I y Nikodim, ¿simple coicidencia?

Juan Pablo I y Nikodim. Los acompañan Johanes Willebrands y el «jesuita» Miguel Arranz
Juan Pablo I y Nikodim. Los acompañan Johanes Willebrands y el «jesuita» Miguel Arranz

"Hace unos años, el escritor francés de la "guerra fría", Vladimir Volkoff, publicó la novela 'El invitado del Papa' (2011), en la que interpreta la figura del arzobispo ortodoxo Kliment Ilia Galkine (en realidad, Nikodim)"

"El protagonista de la novela, formado en el monasterio de la Trinidad, famoso por el icono de Rublev, es “el número dos de la Iglesia rusa”, que muere en la audiencia que le concedió el papa Juan Pablo I"

"Se agradece que el autor, hijo de emigrantes rusos, interprete el ambiente político y religioso en que vive el invitado del Papa. Desde el punto de vista religioso, el autor informa bastante sobre la Iglesia ortodoxa rusa y su relación con la Iglesia católica romana"

"Si lo que pretende el autor consiste “más en imaginar lo probable que en descubrir lo desconocido", hay que distinguir entre novela y realidad: el que no distingue, confunde. Hay que confrontar la novela con la realidad y juzgar si el autor imagina bien lo probable: ¿qué pasó con Nikodim?"

Novela y realidad

Hace unos años, el escritor francés de la "guerra fría", Vladimir Volkoff, publicó la novela 'El invitado del Papa' (2011), en la que interpreta la figura del arzobispo ortodoxo Kliment Ilia Galkine (en realidad, Nikodim). El autor, hijo de emigrantes rusos, nace en París el 7 de noviembre de 1932. Es doctor en Filosofía, profesor de lengua y literatura francesa y rusa en Estados Unidos, creyente ortodoxo. Muere en Bourdeilles (Francia) el 14 de septiembre de 2005.

Como novelista, su cometido consiste “más en imaginar lo probable que en descubrir lo desconocido". Sin embargo, el autor advierte: “Aunque monseñor Ilia llegara a morir en los brazos del papa, ni su carácter, biografía o edad se corresponden con los de monseñor Nikodim. La única figura que se ajusta parcialmente a la realidad es la del propio papa” (Volkoff, 11-12).

Libro
Libro

El protagonista de la novela, formado en el monasterio de la Trinidad, famoso por el icono de Rublev, es “el número dos de la Iglesia rusa”, que muere en la audiencia que le concedió el papa Juan Pablo I. El patriarca de Moscú Alexis I le ofreció al monje Ilia (Nikodim) ser arzobispo metropolita de Leningrado y ejercer discretamente el cargo de General del KGB, la policía secreta de la URSS: “Mantenemos relaciones corteses con el Comité para los Asuntos de la Iglesia ortodoxa rusa, emanación del KGB”, “me hace falta alguien en quien pueda tener confianza, pero también alguien en quien ellos puedan confiar”, “yo pediría para usted la (graduación) de general”, “los tiempos cambian. Una cosa así hubiera sido inimaginable hace pocos años” (íbidem, 56, 197-199 y 37).

"El patriarca de Moscú Alexis I le ofreció al monje Ilia (Nikodim) ser arzobispo metropolita de Leningrado y ejercer discretamente el cargo de General del KGB, la policía secreta de la URSS"

El metropolita se distingue por su actividad ecuménica. Esto le permite comprender mejor a quienes están desilusionados por culpa de una ortodoxia que encuentran “esclerosada en sus ritos y en sus costumbres”: “Algunos tenemos un sueño”, dice, “no en nombre de un capitalismo salvaje”, sino en nombre de un “humanismo cristiano”, “ustedes tienen una doctrina social de la Iglesia. Nosotros no la tenemos. Podríamos inspirarnos en la suya”, “ustedes sacudirían el letargo de nuestra liturgia” (íbidem, 169 y 382).

Cambios políticos y religiosos

Los tiempos cambian: “Bajo Lenin y Stalin las persecuciones habían sido sangrientas”: “ciento treinta” de los “ciento sesenta y tres” obispos rusos “fueron asesinados, torturados, deportados o murieron de hambre”, “y la cifra total de cristianos ortodoxos muertos por su fe, desde 1917 hasta finales de los años veinte, es de trescientos mil”. La persecución terminó a partir de la amenaza del ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial y se transformó en una relación de tolerancia, combinada con la infiltración: “En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial Stalin comprendió que no conseguiría gran cosa del pueblo ruso, si continuaba persiguiendo a su religión” (Volkoff, 159, 189 y 83).

El comunismo dio libertad y restituyó algunos bienes al clero ortodoxo para despertar el espíritu patriótico que movió a los rusos a la resistencia antinazi. La estrategia de posguerra sería la de captar a los jerarcas a la vez que infiltrar al clero con agentes propios. Esta relación se volvió tan ambigua que con frecuencia prelados, sacerdotes y agentes llegaron a cambiar de identidad.

"En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial Stalin comprendió que no conseguiría gran cosa del pueblo ruso, si continuaba persiguiendo a su religión (Volkoff, 159, 189 y 83)"

Juan Pablo I, Nikodim y Willebrands
Juan Pablo I, Nikodim y Willebrands

El KGB se hallaba entonces dividido en dos tendencias opuestas. Por un lado, estaban los tradicionales, “los toros salvajes”: estos lamentaban el cierre del Departamento 13, que se ocupaba de los homicidios, también lamentaban que la tortura, como método de interrogatorio se practicara cada vez menos. Por otro lado, estaban los liberales, “los jóvenes turcos”, en alusión a Mustafá Kemal: estos pertenecían en su mayoría al Primer Departamento, encargado de las operaciones de espionaje y contra espionaje. De sus filas saldrían Andropov, Gorbachov y Putin (íbidem, 16-17).

Desde la época de Juan XXIII (1958-1963) y el concilio Vaticano II (1962-1965), no hay incompatibilidad entre católicos y ortodoxos. El metropolita de Leningrado participó en las negociaciones secretas, en que intervinieron observadores ortodoxos en el concilio Vaticano II, a cambio de la abstención de una nueva condena del comunismo. Es la época de la Ostpolitik.

En 1964 Pablo VI se encontró en Jerusalén con el patriarca Atenágoras.En 1965 se anularon los mutuos anatemas que se habían lanzado Roma y Constantinopla: “La incompatibilidad católico-ortodoxa no existe, tras el breve apostólico Ambulate in dilectione, de diciembre de 1965, que se refería a la excomunión de 1054”. El Papa visitó el patriarcado ecuménico en 1967. El mismo año había recibido a Atenágoras en el Vaticano (íbidem, 255, 289 y 354).

En 1977, con el advenimiento del mariscal Leonid Ilich Brezhnev, premio Lenin de la paz, muerto en 1982, la URSS entró en un periodo que los historiadores denominan “la era del estancamiento”. En efecto, “durante seis años tanto el gobierno como el Partido estuvieron estancados, pero los fermentos del futuro ya empezaban a hervir en un servicio que reclutaba a sus miembros entre la élite de la nación: el Comité se Seguridad del Estado”, el KGB (íbidem, 16).

Ahora, “la Iglesia católica romana posee, por una parte, un ala conservadora que ve en los ortodoxos a unos tradicionalistas -y, por tanto, a sus primos-; y, por otra parte, tiene un ala social, muy social, a la que el comunismo no le repugna. Los sacerdotes obreros forman parte activa del sindicalismo. Numerosos prelados militan en causas parecidas a las que defiende la URSS, y hasta algunos en la descomposición de ciertas costumbres de Occidente. Sería necio y criminal por parte del KGB no beneficiarse de esta situación” (íbidem, 289).

Diferencias religiosas

Durante mil años, Roma fue la capital de la ortodoxia: “Hasta el año 1054, cuando tuvimos la desgracia de excomulgarnos los unos a los otros, Roma, lo quisiera o no, era ortodoxa; y como había sido la capital del imperio bajo el cual vino al mundo el cristianismo, tenemos la costumbre de considerarla como la capital de la ortodoxia. El Coliseo, en donde murieron tantos mártires, el Circo Máximo, en donde murieron más, las catacumbas de San Calixto, de San Sebastián y de Santa Inés, ¿cómo no van a ser monumentos ortodoxos?” (Volkoff, 316).

De suyo, la palabra ortodoxia significa “conformidad con el dogma de una religión”, pero también designa “el conjunto de las Iglesias cristianas orientales”, como la griega, la rusa o la rumana. Asimismo, heterodoxia significa “disconformidad con el dogma de una religión”. Por tanto, una religión o confesión puede ser heterodoxa con respecto a otra. Así, por ejemplo, un arzobispo ortodoxo ruso puede afirmar que en el primer milenio, antes del cisma, “los papas de Roma no eran herejes” (íbidem, 88).

Hay diferencias formales. Dice el metropolita: “Hacemos la señal de la cruz de forma diferente unos y otros. Nosotros llevamos los cirios, ustedes los colocan. Ustedes tienen imágenes, nosotros iconos. Ustedes oyen la misa sentados, nosotros participamos en la liturgia de pie. Nuestros calendarios son diferentes. Incluso la celebración de Pascua. Ustedes emplean pan ácimo, nosotros con levadura. Sus fieles raramente comulgan bajo las dos Especies; los nuestros, siempre. Sus sacerdotes están obligados al celibato; los nuestros al matrimonio, a menos que se sea monje. El matrimonio de los laicos, en su caso, es indisoluble, y algunas veces se reconoce nulo; entre nosotros puede disolverse. Después del cisma, unos y otros no reconocemos a nuestros santos respectivos” (íbidem, 384-385).

Además, hay diferencias teológicas: el desafortunado asunto del “Filioque”, la afirmación romana de que el Espíritu Santo procede del Padre “y del Hijo”, y los dogmas de 1854 y de 1870, es decir, la Inmaculada Concepción y la infalibilidad del papa, “para eso se han hecho los concilios ecuménicos. No creemos que esa función sea solamente el patrimonio de un hombre, sean cuales fueran su legitimidad y su santidad personal”, “nadie ha negado jamás la primacía de Pedro entre los apóstoles, ni del Obispo de Roma sobre el resto de los obispos”, pero “no encontramos en los Evangelios ni en las Actas que Pedro dé una sola orden a un solo apóstol, tampoco creemos que el obispo de Roma pueda dar órdenes a los demás obispos”, “para ustedes cada cuestión de religión o de moral debe resolverse con un dogma o con una normativa. De ahí ese purgatorio y ese limbo que se han inventado, y con los que no saben muy bien qué hacer. Nosotros somos más laxos, quizás permitimos más el dejar hacer” (íbidem, 386-389).

Mensaje urgente y secreto

Martes, 29 de agosto.El arzobispo de Leningrado, jefe del Departamento de Relaciones Exteriores del patriarcado de Moscú, solicita audiencia al Papa Juan Pablo I. La audiencia es rápidamente concedida.También ha sido autorizada -tal vez ordenada- por el presidente del KGB, Andropov. Sin embargo, una anciana “vestida de negro de la cabeza a los pies”, que en 1959 fue condenada “a 15 años de campo de concentración por propaganda religiosa” denuncia al metropolita ruso ante el general que a ella la condenó: “Ha solicitado audiencia con el nuevo papa de Roma, ese que acaban de elegir. La audiencia está concedida”, “usted no cree en nada, y le da igual que nos impongan sacerdotes afeitados, estatuas pintadas, órganos en las iglesias, un calendario desfasado y una comunión de la que está ausente la Sangre de Cristo. A usted le es igual que se nos obligue a hacer la señal de la cruz al revés. Pero a nosotros no”, ”a la Iglesia ortodoxa rusa se le ha confiado el depósito de la verdad. Hemos de conservarlo por todos los medios” (Volkoff, 15 y 18-24).

El sector duro del KGB, considerando que el arzobispo da el tipo ideal de traidor ("ya se han advertido en él las trazas del doble juego", "no se puede ser sincero comunista y auténtico cura"), decide liquidarlo: "La eliminación de los traidores era una cuestión de suma urgencia". Se quería dar la impresión de “que el peligro venía de Occidente”: "Si el asesinato lo cometían italianos más o menos independientes del papado, la cosa podía resultar interesante". El “diplomático del KGB en Roma”, “un hombre de edad que había velado sus primeras armas bajo Beria” (el torturador, la mano derecha de Stalin), pensó que “era una buena idea” y pidió a Innocenti, el jefe de la logia (Licio Gelli) que mandara al otro barrio al prelado ortodoxo (íbidem, 29-40 y 323).

El Papa sin corona
El Papa sin corona

"El sector duro del KGB, considerando que el arzobispo da el tipo ideal de traidor ("ya se han advertido en él las trazas del doble juego", "no se puede ser sincero comunista y auténtico cura"), decide liquidarlo"

Viernes, 1 de septiembre. “El padre Onésimo era uno de los dos secretarios del papa” (Diego Lorenzi), “era totalmente distinto de su colega, el otro secretario, monseñor Fulvio” (John Magee). Onésimo prepara un informe “muy urgente y muy secreto” sobre “la banca del vaticano”, “toda suerte de operaciones ocultas” y “diversas organizaciones criminales llamadas mafias”, monseñor O’Brien (cardenal John Cody, de Chicago) “mantiene constantes relaciones con Innocenti, lo que resulta más inquietante cuando se conocen las ramificaciones americanas de la Cosa Nostra y sus lazos con la CIA”. Fulvio le pasó a Innocenti (Gelli) “un papel por la reja” del confesonario: “el informe del padre Onésimo” (ibidem, 105 y 121-126).

Sábado, 2 de septiembre. El jefe de la logia valoró dos puntos: “su fuente en el Vaticano, es decir, Fulvio, no era sospechoso”, “Onésimo tenía una buena fuente” dentro de la logia. La situación era gravísima: “El nuevo Papa era una incógnita”, “los primeros días de su pontificado ya había enviado a dos obispos masones a que se ocuparan de sus queridas actividades; eso no ofrecía buenos presagios”, “si, por casualidad, el Santo Padre se propone hacer una limpieza somera en su entorno, los años de esfuerzo dedicados a domesticar las finanzas vaticanas se irían al garete”. Había que descubrir al traidor, la logia no podía perder “ni su conexión vaticana ni su conexión americana“ (ibidem, 127-128).

"Si, por casualidad, el Santo Padre se propone hacer una limpieza somera en su entorno, los años de esfuerzo dedicados a domesticar las finanzas vaticanas se irían al garete"

Domingo, 3 de septiembre. El informe sobre la logia se encuentra en el despacho del Papa, que ya ha “empezado a desembarazarse de los masones que le rodeaban”. “Toda la operación de los fondos del Vaticano se hallaba comprometida, y las considerables sumas invertidas en esta operación por nuestros amigos …se habrían perdido”, dice el jefe de la logia, “en la medida en que Pat y Lolo (Cody y Sindona) conocían los pormenores del asunto y tal vez se vieran obligados a responder, uno ante la justicia norteamericana y el otro ante la italiana, no habría que descartar que nuestros amigos …tomasen medidas para que ni el uno ni el otro sintieran tentaciones de cantar de plano”. Por tanto, "si conducimos educadamente a Su Santidad a las puertas del Paraíso, conseguiremos sustanciosas ventajas económicas" (íbidem, 132 y 139).

Lunes, 4 de septiembre. El jefe de la logia está de muy mal humor. La prensa, que él creía manejar a su antojo, ha empezado a lanzar ataques violentos: “¿Es justo que el Vaticano opere en los mercados como un especulador?”, “¿Debe ser el Vaticano dueño de una banca cuyas operaciones facilitan la salida ilegal de capitales fuera de Italia?”, “¿Debe utilizarse la Banca Católica para ayudar a los italianos a evadir el fisco?” (íbidem, 345).

Martes, 6 de septiembre (en realidad, el día 5). Audiencia papal. Juan Pablo I dice al secretario Fulvio (John Magee): “Le dejaré trabajar tranquilo hasta las once, cuando reciba a ese prelado ruso”, “hacia las once y media podríamos ofrecerle una taza de café”, “vea usted eso con Giulio”, el mayordomo (¿Angelo Gugel?). El Vaticano es un “laberinto de Cnosos”, decía Luciani. Se comprende: tiene “diez mil habitaciones”, “y novecientas ochenta y siete escaleras, de las cuales treinta son secretas”. El metropolita se considera “una especie de bailarín que baila sobre una cuerda que se va a romper de un momento a otro”. Es “oficial del KGB” y también arzobispo. Para conciliar ambas cosas, cita a San Pablo: “Que cada uno se someta a las autoridades superiores, pues no existe autoridad que no proceda de Dios” (íbidem, 365, 373 y 378-379).

La misión que le lleva al metropolita a hablar “con el primer prelado de la Iglesia de Cristo” se resume en tres puntos:

-“Informar al Papa de los peligros que corría y proponerle una ayuda no despreciable”: “nosotros podemos asegurar su seguridad”.

-“Revelar al Papa la situación real de la Unión Soviética y mostrarle cómo podría influir él en su destino”: “El marxismo está en sus últimas, algunos lo han comprendido y otros no”.

-Comunicar al Papa su sueño ecuménico: “Algunos tenemos un sueño”, “pero no en nombre de un capitalismo salvaje”, sino “de un humanismo cristiano”, “contamos con usted para mostrar que se puede creer en Dios y estar al día”, “usted disipará a la vez las miasmas comunistas que todavía hay en nuestra sociedad y las supersticiones formalistas que desfiguran nuestra pobre y vieja ortodoxia", "ustedes forman una Iglesia viva", "les ha bastado un Concilio, que ni siquiera ha durado tres años, para sacudirse el polvo de diez siglos", "durante este tiempo nosotros nos hemos mantenido esclavos de los siete primeros concilios, no nos atrevemos a cambiar un calendario manifiestamente falso, y ni siquiera comprendemos nuestra propia lengua litúrgica" (íbidem, 381-382 y 376-377).

El arzobispo se pregunta “si ha llegado el momento de tocar el tercer punto, la verdadera razón de su visita”. Él también ha ido a Fátima y tiene del mensaje una visión ecuménica.

El Papa se da cuenta de que su visitante no se encuentra bien. Respira cada vez más rápidamente. Está a punto de morir y quiere conocer “el tercer secreto”. Ha venido para eso. En la duda, el Papa escoge el amor. Le dice: “Una montaña, en lo alto una cruz”, “las laderas están cubiertas de escombros y de cadáveres”, “un obispo de blanco sube la montaña”, “está acompañado de otros obispos”, “es atravesado por las flechas que disparan hombres de armas” (íbidem, 392-398).

Prensa
Prensa

"El Papa se da cuenta de que su visitante no se encuentra bien. Respira cada vez más rápidamente. Está a punto de morir y quiere conocer “el tercer secreto”. Ha venido para eso. En la duda, el Papa escoge el amor"

La realidad de los hechos

Se agradece que el autor, hijo de emigrantes rusos, interprete el ambiente político y religioso en que vive el invitado del Papa, arzobispo metropolita de Leningrado y, además, general del KGB, la policía secreta de la URSS. Desde el punto de vista religioso, el autor informa bastante sobre la Iglesia ortodoxa rusa y su relación con la Iglesia católica romana. Al fin y al cabo, el metropolita desarrolló una intensa actividad ecuménica. Esto supuesto, conviene comentar algunas cosas.

Si lo que pretende el autor consiste “más en imaginar lo probable que en descubrir lo desconocido", hay que distinguir entre novela y realidad: el que no distingue, confunde. Hay que confrontar la novela con la realidad y juzgar si el autor imagina bien lo probable. Es preciso tener en cuenta la realidad de los hechos, sobre todo, aquellos que más interesan: ¿qué pasó con Nikodim?

En la foto, aparece Juan Pablo I con Nikodim, momentos antes de morir el metropolita. Al fondo, está el cardenal holandés Willebrands, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. A la derecha, está el archimandrita Lev, secretario de Nikodim, que entra al final de la audiencia para saludar al Papa.

El jefe de la logia, magnate de la prensa, no lo controla todo. En efecto, el 31 de agosto, el editor financiero del periódico económico Il mondo dirige una larga carta abierta a Luciani: "¿Es correcto que el Vaticano opere en el mercado como especulador? ¿Es correcto que el Vaticano posea un banco cuyas operaciones incluyen la transferencia de capitales ilegales de Italia al extranjero? ¿Es correcto que dicho banco ayude a los italianos a evadir impuestos?”. Además, el editor financiero ataca las relaciones que existen entre el Vaticano y Michele Sindona. Ataca a Luigi Mennini y a Paul Marcinkus, miembros del Banco Vaticano, con especial referencia a sus vinculaciones con "los financieros y especuladores más cínicos del mundo, desde Sindona a los patronos del Continental Illinois Bank de Chicago (a través del cual… se manipulan todas las inversiones que realiza la Iglesia en Estados Unidos” (Yallop, 134-135).

"En la foto, aparece Juan Pablo I con Nikodim, momentos antes de morir el metropolita. Al fondo, está el cardenal holandés Willebrands, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. A la derecha, está el archimandrita Lev, secretario de Nikodim, que entra al final de la audiencia para saludar al Papa"

Con base en el informe de Vagnozzi, "el papa Juan Pablo I había dado órdenes a su Secretario de Estado, el cardenal Jean Villot, de que destituyera a Marcinkus del Banco del Vaticano a la mañana siguiente. Justo unas horas después, el saludable y en absoluto anciano papa estaba muerto"

El autor imagina que es el secretario Onésimo (Diego Lorenzi) quien prepara un informe “muy urgente y muy secreto” sobre “la banca del Vaticano”, “toda suerte de operaciones ocultas” y “diversas organizaciones criminales llamadas mafias”. El cardenal Villot, entre otras cosas, retiró de las manos del difunto pontífice las notas concernientes a los cambios y nombramientos papales, pero “también retiró el arma aún humeante: el informe de Vagnozzi”, “los informes sobre la corrupción financiera que Albino Luciani estudiaba antes de su muerte”. Sin embargo, Roberto Calvi descubrió algo de esa “arma humeante” a fines de 1981, “era el informe de Vagnozzi”, “elaborado por órdenes del papa Juan Pablo I sobre el Banco del Vaticano y temas conexos”. El cardenal Egidio Vagnozzi presidió la Prefectura de Asuntos Económicos desde 1968 hasta su muerte el 28 de diciembre de 1980, a los 74 años. Con base en ese informe, “el papa Juan Pablo I había dado órdenes a su Secretario de Estado, el cardenal Jean Villot, de que destituyera a Marcinkus del Banco del Vaticano a la mañana siguiente. Justo unas horas después, el saludable y en absoluto anciano papa estaba muerto”.

Tan pronto como Calvi se enteró del informe, sintió la urgencia de comprarlo: “supo que un experto en asuntos vaticanos, Giorgio di Nunzio, tenía una copia que estaba dispuesto a vender”. Y se hizo con ella. Lo recoge David Yallop en su libro El poder y la gloria (2006) sobre la cara oculta del pontificado de Juan Pablo II (pp. 83 y 194-195).

"El cardenal Villot, entre otras cosas, retiró de las manos del difunto pontífice las notas concernientes a los cambios y nombramientos papales, pero “también retiró el arma aún humeante: el informe de Vagnozzi"

El autor afirma que monseñor O’Brien (cardenal John Cody, de Chicago) “mantiene constantes relaciones con Innocenti, lo que resulta más inquietante cuando se conocen las ramificaciones americanas de la Cosa Nostra y sus lazos con la CIA”. Cody murió en 1982, a finales de abril, tenía 74 años: “En los últimos tiempos, su figura polémica fue el centro de una investigación iniciada por los tribunales federales norteamericanos, a propósito de una supuesta desviación de un millón de dólares, de fondos libres de impuestos, pertenecientes al arzobispado, en beneficio de Helen Dolan Wilson, una amiga de la infancia” (El País, 26-4-1982).

En su libro El poder y la gloria Yallop afirma algo semejante: “Incluso colmó de regalos a una amiga íntima, hacia la que supuestamente transfirió cientos de miles de dólares, y también desvió grandes sumas a su hijo (David Wilson), por medio de los negocios de seguros de la diócesis. Pablo VI se había resistido a exigirle la renuncia, limitándose a pedirle a través de intermediarios que se hiciera a un lado. El cardenal se había negado a hacerlo, y permaneció desafiante en su cargo”. Al cardenal de Chicago le vino bien la muerte de Juan Pablo I: “Cody se había alojado con Wojtyla en Cracovia y un papa polaco sería aclamado por el gran número de inmigrantes polacos en Chicago. Sobre todo, la victoria de Wojtyla bien podía salvar la posición de Cody; el difunto papa había decidido destituirlo, pues Cody estaba sumido hasta la coronilla en la corrupción” (pp. 56 y 41).

Juan Pablo I

En la novela, los tres puntos que desarrolla el metropolita en la audiencia papal son demasiados asuntos: el peligro que corre el Papa, la próxima disgregación de la URSS y el sueño ecuménico. Son demasiados, teniendo en cuenta lo que duró la audiencia: “casi un cuarto de hora”, dice el jesuita Miguel Arranz, que hizo de intérprete.

Si se trata de un mensaje urgente y secreto, basta con el primer punto, el peligro que corre el Papa, lo que el metropolita puede conocer como “general del KGB”. En el caso de Nikodim, como “ex general”, pero con buenos contactos dentro del espionaje ruso. Se comprende que el metropolita solicitara la audiencia papal “con mucha insistencia”: “su petición era urgente”, dice Arranz.

De los otros dos puntos, la disgregación de la URSS y el sueño ecuménico, sólo caben algunas alusiones. Veamos. Camilo Bassotto recoge en su libro Il mio cuore è ancora a Venezia el testimonio de don Germano Pattaro (en la foto), experto en ecumenismo y consejero teológico de Juan Pablo I: “Le pedí —dice don Germano— que me hablara del metropolita ruso Nikodim, venido a Roma en representación de la Iglesia ortodoxa, para el comienzo de su pontificado. Yo había conocido a Nikodim en reuniones ecuménicas, sentía estima, admiración y amistad por él. El papa Luciani me dijo: Murió entre mis brazos; todo sucedió en pocos instantes, quedé desconcertado”, “con la riqueza de su hablar me decía: “Quizá un día, Padre Santo, podamos subir juntos, con las antorchas encendidas, al altar de Dios, convertido en el altar de todos los cristianos”, “os aseguro que jamás en mi vida había escuchado palabras tan bellas sobre la Iglesia católica, como las que él había pronunciado. Sé que ha sufrido mucho por la Iglesia, ha trabajado muchísimo por la unidad de los cristianos. Su muerte es una señal profética de nuestro pontificado. Nikodim me dijo: La historia de nuestro pueblo está siempre escrita con sangre. Le respondí: Pero ahora hay una solemne promesa de María, la Virgen de Fátima, que ha dicho: Al fin, Rusia se convertirá y habrá paz”, “no sabemos cuándo llegará la paz, pero la esperanza es fuerte en todos nosotros. Será Dios, sólo Dios, quien libere a los pueblos de Rusia y de los países del Este”, “Nikodim me pidió finalmente que bendijera y rezara por el pueblo ruso. Cosa que he hecho de todo corazón y que seguiré haciendo” (Bassotto, 145-146).

Don Germano
Don Germano

El autor, hijo de emigrantes rusos, supone que el sector duro del KGB decide eliminar al metropolita por contactar con el Papa. Es preciso decir que los contactos de Nikodim con el Papa no son nuevos: ya los hubo con Juan XXIII y con Pablo VI.

No resulta verosímil que el “residente del KGB” en Roma encargue el asesinato del metropolita ruso al jefe de la logia (Licio Gelli). Lo probable es que sea el espionaje occidental (el norteamericano, el italiano y, por supuesto, el vaticano) quien esté interesado en impedir por todos los medios que el metropolita pueda revelar al Papa el peligro que corre y queden al descubierto los planes criminales que amenazan al papa Luciani.

El metropolita ruso fue eliminado, tras tomar una taza de café o como fuera. El autor no habla para nada de problemas de corazón. El jesuita Arranz, que hizo de intérprete en la audiencia, dice que Nikodim cayó a los pies del Papa “víctima del séptimo infarto”. Es curioso. Los norteamericanos Gordon Thomas y Max Morgan-Witts en su libro Pontífice (1983) colocan a Luciani cuatro infartos: “cuatro pequeños ataques cardíacos que Luciani ha sufrido durante los últimos quince años”. Eso sí, los autores reconocen que la mayor parte de sus datos “salieron a relucir en filtraciones interesadas, dirigidas, en general, a favorecer determinada tesitura" (pp.127 y 235).

La periodista Stefania Falasca, vicepostuladora del proceso de beatificación de Juan Pablo I, fue quien hizo la entrevista al jesuita Miguel Arranz en la revista 30 Giorni. No parece presumir de ella. En su Crónica se ahorra importantes detalles de la misma (Falasca, 30, 55, 214-215). En la biografía oficial se dice: “Tras una noche insomne, tras una serie de peripecias, llegó el momento de la audiencia, que el padre Arranz relata con abundantes detalles” (Biografía, 773). Se dan detalles de la muerte súbita de Nikodim, pero se omite la previa “serie de peripecias”.

El Colegio Ruso, el Russicum, fue fundado en 1929 por el papa Pío XI. Dirigido por la Compañía de Jesús, ofrece educación y alojamiento a estudiantes católicos y estudiantes ortodoxos. Ahora bien, como dice el periodista Ramón Hernández de Ávila”, el Colegio Ruso es considerado también como “nido de espías”: “el Vaticano, como todo Estado, tiene un servicio de seguridad, espionaje y contraespionaje”. A nadie escapa “la colaboración intensa con el servicio de Inteligencia de los Estados Unidos, la famosa CIA”: “Durante más de 70 años la inteligencia americana ha sido el aliado principal de la Santa Sede. Sus actividades conjuntas comenzaron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los americanos financiaron la creación del servicio secreto católico Pro Deo. En 1945, el que luego llegaría a ser, también con ayuda de la mafia, presidente de Italia, Giulio Andreotti, se convirtió en el Secretario del Director de este servicio, Andrés Morlión, con cuyo patronazgo fue ascendiendo en la Democracia Cristiana” (Nueva Tribuna, 5-3-2016). Dos datos más: Falasca fue redactora de la revista 30 Giorni (1988-2012). Andreotti fue director de dicha revista (1993-2012).

El Colegio Ruso, el Russicum, fue fundado en 1929 por el papa Pío XI. "Dirigido por la Compañía de Jesús, ofrece educación y alojamiento a estudiantes católicos y estudiantes ortodoxos. Ahora bien, como dice el periodista Ramón Hernández de Ávila, el Colegio Ruso es considerado también como 'nido de espías'"

La taza de café la toma el metropolita dentro de la audiencia. El mayordomo Angelo Gugel ¿tuvo algo que ver al respecto? El 3 de septiembre, Camilo Cibin, oficial de policía italiano y jefe de la Oficina central de vigilancia vaticana, ordena a Gugel, que está de vacaciones, “que vuelva enseguida a Roma con vestido negro”. “Fui a comprarme uno y me fui a Vaticano”, dice Gugel. ¿Cuándo llegó?, ¿el 6 de septiembre? (Falasca, 215), ¿qué había pasado? El secretario Magee había destituido a los hermanos Gusso, mayordomos del Papa, contra la voluntad de Lorenzi, el otro secretario (Cornwell, 189). ¿Qué pasó después? El mismo Gugel lo dice: “La tarde anterior a la muerte, el papa no estaba bien. Yo mismo le llevé una pastilla antes de que se acostara” (Corriere della Sera, 22-4-2018). Pero ¿por qué Gugel le lleva la pastilla al Papa, cuando sor Vincenza era la enfermera?

Giovanni María Vian, que dirigió L’Osservatore Romano durante once años (2007-2018), en el libro El papa sin corona (2022) afirma lo siguiente: “Nikodim, filocatólico, había insistido en mantener una entrevista personal con el pontífice. Después de las formalidades, los dos se sentaron y hablaron reservadamente alrededor de un cuarto de hora, asistidos tan solo por el intérprete” (pp. 45-46).

En el mismo libro, Juan Manuel de Prada comenta la novela de Volkoff. Dice que Nikodim “había solicitado audiencia con carácter de urgencia” (Vian, 137), pero no dice que pensaba comunicar al Papa “el peligro que corre”. Claro, esto no concuerda con la versión oficial: “infarto agudo de miocardio” (Vian, 47), lo que se dice claramente en la imagen de portada: el papa ha sido aplastado por el peso del papado.

Comenta Juan Manuel de Prada en el mismo libro: “Enseguida comenzaron a circular los rumores de que Nikodim pudiese haber sido envenenado por el KGB; y, tras su muerte, se produjo en la Iglesia ortodoxa rusa una virulenta reacción anticatólica, que era sin duda lo que los sectores soviéticos más inmovilistas pretendían provocar” (Vian, 137-138). No se tienen en cuenta otras explicaciones. El miedo al KGB funciona como recurso en determinados ambientes.

"La taza de café la toma el metropolita dentro de la audiencia. El mayordomo Angelo Gugel ¿tuvo algo que ver al respecto?"

Emilio Ranzato que colabora con L’Osservatore Romano como crítico de cine desde 2009, hace esta interesante observación en El papa sin corona: “Después de 1978, el Vaticano se convertirá en la gran pantalla, con una impresionante regularidad y poquísimas excepciones, en un ambiente de intrigas y escándalos”. Es decir, “a partir de la muerte del papa Luciani, el Vaticano se ha convertido para un potencial público cinematográfico en un lugar donde un homicidio también puede concretarse y verse incluso determinado por una conspiración contra una de las figuras más amadas del planeta”, “lo que cuenta para el mundo de la gran pantalla es que exista un acontecimiento capaz de condicionar de manera incisiva el imaginario colectivo y crear en la opinión pública un abanico de sugestiones dirigidas a plantear la posibilidad de un hecho espectacular prescindiendo del real acontecimiento de ese hecho”. El Vaticano se presta a ser “un trasfondo perfecto para un thriller o una película de misterio” (Vian, 181-184).

Pero, obviamente, hay que preguntarse: ¿A qué se debe eso?, ¿qué imagen está dando el Vaticano al mundo? Sucede lo mismo con la pederastia. El propio Ranzato afirma: “El cine no podía dejar escapar el escándalo más reciente nacido en el contexto eclesiástico: los casos de pederastia”. El Vaticano representa un cliché que “simboliza algo oculto, a menudo sospechoso, o algo de lo que la opinión pública no tendría que llegar a conocer”. Claro, no siempre es así. Un “trato de favor, de benevolencia”, por ejemplo, se está dando del papa Bergoglio (Vian, 201-205).

No es de extrañar. Tras la muerte de Luciani, la situación era tremenda. Lo reconoce Giovanni María Vian: “Para el colegio cardenalicio y para el camarlengo Villot, a quien correspondía el gobierno durante la sede vacante, la situación era sin duda dificilísima, también por la inmediata difusión de las voces convencidas del asesinato del pontífice, como apuntaba Walter Tobagi en una crónica publicada ya el 30 de septiembre en la segunda página del Corriere della Sera. Pero igualmente indudable es también que el desastre informativo y comunicativo fue total y agravado por la precipitada decisión de no proceder a la autopsia” (Vian, 47).

"Ciertamente, llama la atención: en el mismo mes y en el mismo lugar mueren de forma extraña el número dos de la Iglesia ortodoxa rusa y el número uno de la Iglesia católica. Ambos de muerte súbita. ¿Es una simple coincidencia o hay algo más?"

Pues bien, volviendo a la novela de El invitado del Papa, el autor supone que, cuando está a punto de morir, el metropolita quiere conocer “el tercer secreto”. En realidad, todo sucedió deprisa. Juan Pablo I quedó desconcertado: “Dios mío, Dios mío, también esto tenía que pasarme”, repetía. Tres años antes, en mayo de 1975, había desaparecido su sobrino Moreno sin dejar rastro: “Me la han querido hacer pagar”, dijo el cardenal Luciani a un familiar. Ciertamente, llama la atención: en el mismo mes y en el mismo lugar mueren de forma extraña el número dos de la Iglesia ortodoxa rusa y el número uno de la Iglesia católica. Ambos de muerte súbita. ¿Es una simple coincidencia o hay algo más? Esa es la cuestión. Para más información ver mi artículo Muerte súbita de Nikodim.

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